Las guerras son, sin paliativos ni excepciones, una vergüenza y el reto más sangriento de nuestros días. No olvidamos aquella consigna que proclamábamos, hará ya seis décadas, desde el movimiento de Escuelas por la Paz: “ni un niño más víctima de las bombas”. Los que a pie de aula hemos trabajado por la Paz, sabemos que, en última instancia, ésta es una cuestión de cultura y pasa insoslayablemente por la educación. La paz será un sueño irrealizable, dada la condición humana, pero constituye un objetivo reclamado por la razón. La paz se instaura y construye, como la conquista humana que es, también a través de la Paideia.
Aunque la historia de Grecia no sirve como modelo para los problemas de hoy, contiene algunos indicadores importantes sobre posibles soluciones culturales [1]. Los clásicos griegos ya aconsejaban escuchar la voz de la justicia y olvidar por completo la violencia y la guerra.
Hagamos con M. Foucault algunas anotaciones iniciales. El cuidado y gobierno de uno mismo (la epimeleia heauton clásica), el respeto (aidos) hacia uno mismo y los demás, y el saber mantener un diálogo franco y honesto son parte importante de la herméutica del sujeto, que es necesario considerar, también hoy, como esenciales en la construcción de la convivencia entre las personas y la paz entre los pueblos.
El trayecto hacia uno mismo tiene, siempre, algo de odisea. Hay una tekhne de sí mismo que Alcibíades debía practicar antes que nada: Tienes que ocuparte de ti mismo, le decía Sócrates, debes fortalecer el espíritu, practicar el recogimiento y el autoconocimiento, si quieres ser capaz de gobernar a los demás. No era sino el arte de vivir (tekhne to biou): una cultura del cuidado de sí mismo y de los demás, que no persigue desmesuradamente los propios intereses y que respeta los derechos de los demás. En esto se distinguen los humanos de los animales salvajes. Aquella tekhne pasaba por el silencio activo y significativo, por la escucha atenta y la observación dispuesta. Platón hace decir a Sócrates (en el Alcibíades) cómo debía comportarse aquel joven con aspiraciones políticas…: su palabra (logos) debía tener “episteme” (sabiduría, conocimiento), “emoi” (benevolencia, amistad) y “parrhesia” (franqueza, valentía, apertura del corazón). Eran las cualidades que debía esperarse de aquellos que pretendían la mejora de la vida en la Ciudad griega.
La parrhesia (la libertas romana) era una manera comprometida, generosa i determinada, de manifestar la verdad: el hablar franco y veraz; un decir con coraje y libertad, sin adulación, que asume riesgos… “La inquietud de sí “tiene relación directa con la actividad social. Calicles, según dice Platón en el Gorgias, poseía aquellas cualidades: era un ciudadano preparado, una parrhesia . Y el impaciente e inmaduro Alcibíades debía practicar aún la cura de sí mismo, tomarse a sí mismo como objeto de cuidado i solicitud, si quería ser capaz, algún día, de gobernar la ciudad [2].
Por su parte, E. Dussel recordaba con Levinas que “la apertura al Otro es una responsabilidad (respuesta) anterior a toda decisión, a todo juicio, a todo análisis. Es la esencia misma de todo pensamiento crítico. La palabra del otro es la interpelación que conmueve, fuente creadora ética de todo sistema histórico empírico”. Y citando las “virtudes” clásicas que facilitan la vida de la Comunidad, hablaba de fortaleza y valentía (parresía); de prudencia (frónesis); y de templanza o elección de lo mejor para la Comunidad (sofrosine). La formación de los ciudadanos en estas virtudes es la vía que permite caminar hacia el establecimiento de “un nuevo orden ético comunitario”, alternativo a la moral del sistema vigente [3].
La pregunta es insidiosa y se hace insoslayable: ¿qué habremos hecho mal? ¿Qué tendremos tan desenfocado como para dar pie a la barbarie de las guerras que vivimos? ¿Cuál es la raíz del problema?
Aquí el análisis de G. Steiner es clarificador al respecto, cuando denuncia “el Leviatán del predominio y la proliferación ilimitada de lo secundario y lo parasitario”; cuando, llevados por una falsa inmediatez, dejamos que «la novedad, sustituye a la originalidad». En definitiva, nuestro mayor problema nace con la modernidad: «Esta ruptura de la alianza entre la palabra y el mundo constituye una de las pocas revoluciones del espíritu verdaderamente genuinas en la historia de Occidente y define la propia modernidad», inaugurando «la era de la post-palabra», como un «epi-logo» y un «pre-facio», a la vez, de un nuevo tiempo.
La deconstrucción moderna llevó a la pérdida del sujeto, a la ausencia del significado, al predominio del mercado, donde en modo alguno se puede encontrar lo esencial para la vida: la irrupción del significado en la persona, de la alteridad que entra en nosotros y nos hace otro. El autor concluye que «el siglo XX es uno de los más crueles y destructores de esperanza de la historia humana»; la humanidad y el mismo Dios «estaban ausentes, en los campos de concentración, en el vacío de un planeta mancillado”. Y, sin embargo, la esperanza es “la palabra menos deconstruible”. La paz es una cuestión de Paideia; se fundamenta en una cultura vivida que “lleva a Arcadia a la espalda y Utopía al frente” [4]. En una palabra, se puede avanzar hacia la paz por la educación.
Los efectos devastadores de la guerra nos interpelan y conmueven, muy especialmente la violencia ejercida contra los niños y las personas más vulnerables. La proclamación del derecho de los niños a tener una vida feliz, sin violencia en su entorno cotidiano, y a recibir una educación respetuosa con sus derechos, donde quiera que estén, tiene plena vigencia. Una tarea prioritaria hoy es salvaguardar la infancia. El nuestro será un tiempo difícil, pero al fin es el único que tenemos para construir una Vida digna y una Sociedad justa.
Referencias
[1] Herbig, J. (1979). La evolución del conocimiento. Del pensamiento mítico al pensamiento racional. Herder, p.321.
[2] Foucault, M. (2001). La hermenéutica del sujeto. Akal. Foucault, M. (2009). El coraje de la verdad. Akal.
[3] Dussel1, E. (2016). 4 tesis de Ética. Hacia la esencia del pensamiento crítico. Ed.Trotta.
[4] Steiner, G. (1991). Presencias reales. Destino.