La educación democrática no ha dejado de repensarse. Podríamos entender su historia como un esfuerzo permanente por actualizarse y hacer frente con mejores herramientas a los diferentes obstáculos con que se ha encontrado, o que le han puesto. Los aciertos de la escuela democrática a menudo han sido respuestas apropiadas a las imposiciones más retrogradas de la tradición ya los intereses de ciertos grupos sociales. Presiones de todo tipo que ahogaban y ahogan la voluntad de construir una escuela abierta a la participación de la sociedad y de los implicados, respetuosa con el derecho a una educación igualitaria, sin discriminaciones ni segregación, y atenta a desarrollar las capacidades para vivir una vida plena y participar como ciudadano en la búsqueda del bien común. La educación democrática ha estado ocupada en reinventarse para preservar este horizonte.
La historia de la educación democrática –y de los movimientos, asociaciones y grupos que la han impulsado– es una historia, todavía en curso, que la ha enfrentado a múltiples barreras e impedimentos, pero también es la historia del esfuerzo por encontrar soluciones que han quedado entre las mejores aportaciones a la pedagogía. Es como si la educación democrática estuviera formada por capas sucesivas, que se han acumulado y la han enriquecido. Las nuevas aportaciones no borran las anteriores, se añaden, dibujando una propuesta cada vez más rica.
Pero la educación democrática ha ido añadiendo capas porque su envejecimiento lo hacía necesario. Envejece por el desgaste natural de las propuestas y envejece cada vez que se modifican las condiciones sociales y políticas que la rodean. Esto es lo que ocurre desde hace algún tiempo, todo ha cambiado tanto que es imprescindible añadir nuevas capas de sentido a la educación democrática. A continuación, recordaremos algunos de sus pasos más relevantes, veremos después cuáles son hoy las circunstancias que la han hecho envejecer y acabaremos esbozando por dónde podría ir una nueva capa de sentido para responder a los retos y ataques a los que hoy está sometida. De todas maneras, tan solo hablaremos de una parte de la educación democrática, una de entre todas las vertientes que la configuran.
La Ilustración abrió el camino a la educación democrática con la defensa de la autonomía de la razón frente al dogmatismo y el adoctrinamiento
Breve panorama de la educación democrática
La educación democrática se dibujó sobre el fondo de lo que hemos llamado pedagogía tradicional, una propuesta destinada a adiestrar a súbditos disciplinados, a los que no se permite pensar por sí mismos y que sólo reciben una pobre instrucción memorística. Ante este panorama, la Ilustración abrió el camino a la educación democrática con la defensa de la autonomía de la razón frente al dogmatismo y el adoctrinamiento. No es aceptable que alguien piense por ti, todo el mundo está capacitado para usar la razón y producir nuevo conocimiento y orientarse moralmente.
Aquí nace una educación laica, que ha tenido diferentes concreciones, pero que ha defendido la neutralidad del sistema educativo, la libertad de conciencia y la igualdad de trato a todo el alumnado, sean cuales sean sus convicciones.
Sin embargo, no es hasta la llegada del movimiento de la Escuela Nueva y la Pedagogía activa cuando se empieza de verdad a enseñar al alumnado a pensar por sí mismo. Para ello se descartan las clases magistrales, se coloca al alumnado en el centro del proceso –con su experiencia y sus intereses– y se afirma que no se aprende escuchando pasivamente, sino implicarse en actividades de todo tipo: se aprende haciendo y reflexionando. Y este proceder se aplica a la ética que da valor a la conciencia moral y al autogobierno escolar, a la estética que sitúa la belleza en el ámbito de la experiencia personal y la libre expresión, y a la verdad que, sin menospreciar el conocimiento disciplinar, acerca al alumnado a un método para producir nuevo conocimiento, y que en la escuela se concreta en los proyectos y otras actividades de investigación.
Hasta aquí una primera ola en la configuración de la educación democrática, a partir de ese momento encontramos nuevas aportaciones que se basan en la sospecha de que existe algún elemento, a veces poco visible, que impide alcanzar plenamente la propuesta de autonomía ética, estética y científica. La primera de estas aportaciones fue realizada por la pedagogía socialista, que afirmaba que nadie piensa por sí mismo, sino que siempre se piensa desde unos intereses económicos particulares, una posición de clase, que en el fondo está pensando por ti. En lugar de una razón transparente y autónoma encontramos la sombra de las desigualdades económicas. Por lo tanto, la tarea de la educación es luchar contra las desigualdades. Lo hicieron defendiendo una red escolar pública, gratuita y única, impulsando la combinación del trabajo manual y el intelectual, y promoviendo la participación en la vida de la colectividad.
La segunda sospecha fue protagonizada por las pedagogías antiautoritarias, que afirmaban que no era posible pensar por sí mismo y llevar una vida feliz manteniendo los niveles de represión personal y autoritarismo familiar y escolar que imperaban en las sociedades avanzadas. El exceso de represión deshace las posibilidades de vivir una vida autónoma y auténtica. La solución sólo podía venir de convertir la libertad en finalidad y método de la educación. Para conseguirlo era necesario limitar la autoridad de los adultos e incrementar la participación de los chicos y chicas en la vida escolar. Así se creará un clima de convivencia que hará posible la genuina expresión de todos.
Más adelante, la pedagogía crítica insiste en que detrás del modo de pensar de cada persona, así como también de la organización del sistema escolar y del currículum, encontramos siempre el poder, la economía y las ideologías impregnándolo todo y dándole forma. Una influencia que se debe contrarrestar con procesos de toma de conciencia que ayuden a acercarse críticamente a la realidad y que abran espacios de acción transformadora.
Por último, las pedagogías del reconocimiento engloban una variada gama de propuestas que luchan contra la invisibilidad, el desprecio y la violencia que debida al no reconocimiento de alguna de las múltiples diferencias que manifiestan los seres humanos. Proponen que el respeto y la igualdad en el trato se trabajen en educación con redes escolares que no discriminen, incorporando en el currículo contenidos que ayuden a conocer y empatizar con todo el mundo, creando un clima escolar que evite la aparición de conductas basadas en prejuicios y defendiendo el valor de la igualdad de todos los seres humanos.
Sin ser un panorama completo, muestra de manera suficiente el esfuerzo de la educación democrática por ofrecer una formación que apodere al alumnado y permita aprender a pensar y actuar con autonomía, que abra los ojos a las fuerzas –a menudo ocultas– que limitan su desarrollo, y que enseñe a valorar las diferencias como una ventaja colectiva y no como un motivo de desprecio. En definitiva, que ante lo que limita, impulse una educación que promueva un completo desarrollo como persona y ciudadano.
Donde tuvimos un gobierno de la sociedad –y de la educación– basado en el ejercicio del poder disciplinario tenemos una forma de gobierno basada en el ejercicio de la libertad individual, la meritocracia y el éxito económico
Homo economicus, crisis sistémica y amenazas a la democracia
Las cosas han cambiado de forma notable y hoy nos encontramos en una situación que nos obliga a repensar la educación democrática y añadir nuevas ideas a las que ya tenemos. Debemos hacerlo porque donde tuvimos un gobierno de la sociedad –y de la educación– basado en el ejercicio del poder disciplinario –autoridad, represión, adoctrinamiento y bajo nivel de formación– ahora tenemos una forma de gobierno basada en el ejercicio de la libertad individual, la meritocracia y el éxito económico otorgado por el mercado. Una lógica del todo distinta que pide a la educación democrática una reacción para mantener sus horizontes de valor. Pero vayamos a pasos y miremos, aunque sea por encima, lo que ha pasado.
Las ideas que han inspirado este cambio empezaron a aplicarse a mediados de los años setenta con el nombre de neoliberalismo y con la figura de Margaret Thatcher como una de las primeras y más representativas impulsoras. Su frase, tantas veces citada: «La economía es el método, pero el objetivo es cambiar el alma”, desgraciadamente anticipó una parte importante de lo que ha venido después. Se ha impuesto una forma de entender la naturaleza humana, la economía y la sociedad que ha transformado las formas de vida, los valores y los propios seres humanos. Ha sido una fuerza educativa –o mejor destructiva– sin precedentes. Se han impuesto como principios rectores de la vida humana convicciones como las siguientes: la sociedad en realidad no existe, únicamente tenemos a individuos aislados que toman decisiones para satisfacer sus intereses particulares; individuos motivados en exclusiva por la voluntad de maximizar sus beneficios y ganancias; para conseguirlo se esforzarán y, por encima de todo, competirán en cualquier situación, sea económica, social o educativa; y lo harán apoyados en la máxima libertad para emprender y decidir en beneficio propio ante cualquier situación; el resultado de su actividad será juzgado exclusivamente por el éxito obtenido en el mercado; y finalmente las desigualdades que este régimen acaba generando se interpretarán como deseables en la medida en que son una justa recompensa al esfuerzo y un acicate para aquellos que aún no han alcanzado el éxito. Estos principios de funcionamiento y criterios de evaluación producen una verdadera educación informal para toda la sociedad: se ha creado el homo economicus.
Una ideología que también ha llegado a la escuela; una institución que muchos han querido transformar en una empresa. Sin ninguna voluntad de exhaustividad, podemos citar los intentos de privatizar la enseñanza, de crear redes escolares diferenciadoras, de promover una gestión de los centros basada en la reducción de costes, de medir la calidad con rankings, de considerar al alumnado como clientes ocupados en adquirir capital humano, de promover un régimen educativo meritocrático, de disminuir el papel de las humanidades y menospreciar la educación en valores y para la ciudadanía. Un conjunto de medidas que priorizan la formación de trabajadores rentables más que seres humanos y ciudadanos de sociedades democráticas.
Tantos años buscando exclusivamente el beneficio económico, implantando un estilo de vida egoísta y materialista, multiplicando el consumo, eliminando el debate público y olvidando los más mínimos requerimientos éticos, han terminado por pasar factura. Hoy hablamos de crisis sistémica para destacar que no se trata de un aspecto que no funciona bien, sino que hay problemas graves en todas partes. Por ejemplo, la crisis ecológica y el cambio climático obligan a modificar de arriba abajo nuestra forma de vivir, la desigualdad –que provoca todo tipo de malestares– no deja de crecer y deshacer la sociedad, la precarización y a menudo la humillación de la juventud les deja a ellos y al conjunto de la sociedad sin futuro y, finalmente, la manipulación del resentimiento provocado por estos hechos ha acrecentado una ola antidemocrática de consecuencias difíciles de predecir y, en cualquier caso, muy negativas.
Ante esta situación, ¿qué debe hacer hoy la educación democrática? Sabemos desde hace tiempo que la educación no puede solucionar problemas que deben estar en manos de la ciudadanía y de la política, pero sabemos también que la educación tiene una parte de responsabilidad en esta tarea colectiva y una responsabilidad que le es propia: pensar qué tipo de ser humano debe contribuir a formar.
Homo cooperants y «nuevas» experiencias educativas
Se ha dicho que las crisis provocan también la aparición de las fuerzas y las propuestas que se enfrentan a ellas. Si rastreamos distintos ámbitos de conocimiento, así como experiencias cívicas que aplican una lógica antagónica a la acción calculadora y competitiva del neoliberalismo, encontraremos un panorama realmente muy rico de acciones hechas en común. Veamos algunos ejemplos: en biología, la creación de nuevos tejidos, órganos y organismos por acción simbiótica; en psicología evolutiva, la intencionalidad compartida y la cooperación como base de los procesos de hominización; en el pensamiento feminista, el cuidado en las relaciones interpersonales y en las instituciones como base de la convivencia; en antropología, la demostración que los seres humanos también se mueven por la voluntad de dar; en economía, las minuciosas descripciones sobre cómo beneficiarse colectivamente de los bienes comunes sin estropearlos; en política, la implicación de la ciudadanía de base en los problemas que afectan a la colectividad; en filosofía, el compromiso y la proximidad como formas de rehacer el mundo que nos es común. Y así todavía con otras aportaciones que no citamos o simplemente desconocemos. Lo que compartimos, lo que hacemos juntos, la cooperación y la democracia deliberativa forman un panorama que nos permite afirmar que ante la lógica individualista, competitiva e interesada podemos oponer la voluntad de actuar conjuntamente para enfrentarnos a las dificultades, y para hacerlo en beneficio de la comunidad. Hay espacio para el homo cooperants.
Ante la lógica individualista, competitiva e interesada podemos oponer la voluntad de actuar conjuntamente para enfrentarnos a las dificultades, y para hacerlo en beneficio de la comunidad
Esta misma tendencia también la encontramos en el mundo de la educación. Desde hace tiempo aumentan las experiencias de acción común para hacer frente a retos y dificultades. Experiencias como las mentorías entre iguales, que permiten ayudar en lo que unos dominan mejor que otros; la ciencia ciudadana, que en muchos casos promueve que el alumnado participe en diferentes momentos de una investigación, difunda los resultados e impulse proyectos para mejorar lo investigado; las actividades solidarias y de cooperación, que defendiendo los Derechos Humanos y los Objetivos de Desarrollo Sostenible, realizan intervenciones de ayuda a personas en situación vulnerable o víctimas de injusticia; la promoción del patrimonio cultural, que implica al alumnado en el conocimiento, la preservación y la difusión de obras y bienes culturales; las propuestas intergeneracionales de todo tipo, que vinculamos a personas de diferente edad y promueven que los jóvenes ayuden a los mayores y a la vez reciban el agradecimiento de los receptores; los consejos infantiles, verdaderas escuelas de democracia deliberativa y de ciudadanía activa; o las actividades medioambientales, que implican a los jóvenes en la defensa del patrimonio natural. Una serie de propuestas que comparten con el aprendizaje servicio una misma lógica: enfrentarse a problemas reales que afectan a la sociedad, aplicar cooperativamente un proyecto de intervención pensado para paliar el problema inicial y producir un bien en beneficio de la comunidad. Un conjunto de experiencias impregnadas de valores con el compromiso, la cooperación, la solidaridad, el cuidado y el altruismo, por citar algunos muy representativos.
¿Cómo añadir una capa de sentido a la educación democrática?
Las experiencias anteriores y otras similares, que surgen por todas partes, apuntan en dirección a lo que puede ser una nueva capa de sentido pedagógico a añadir a la educación democrática. Una capa que permita, por una parte, contrarrestar el individualismo competitivo y consumista y, por otra, contribuir a transformar las formas de vida imperantes, de modo que ayuden a superar la crisis de civilización en la que estamos inmersos. A continuación, presentaremos resumidamente algunas ideas que pueden aportar cambios educativos relevantes.
Del individualismo competitivo del homo economicus a la acción común del homo cooperants. La educación democrática debe hacer suyo el principio antropológico que prioriza la cooperación y la acción común como dinamismo esencial del proceso de evolución humana y como dinamismo insustituible en el proceso de desarrollo de cada nuevo individuo. La cooperación nos permitió convertirnos en humanos y permite a cada nueva generación asegurar los procesos de formación, socialización y mantenimiento del nivel cultural alcanzado por la sociedad. Por tanto, la cooperación y la acción común deben ser a la vez finalidad y metodología educativa, si no lo hacemos así estaremos olvidando el principal motor de la vida y de los seres humanos.
De la educación como don de los adultos a los jóvenes a la educación como doble don, también de los jóvenes en la comunidad. La educación democrática debe hacer suyo el principio cultural de la omnipresencia del don y convertirlo en un principio básico de la educación. El don se opone a la convicción de que los seres humanos sólo se mueven por interés y muestra que también les mueve la voluntad de dar, un mecanismo que favorece la convivencia. En el ámbito de la educación, siempre se ha aceptado que se trata de un proceso de donación de la generación de los adultos hacia la generación de los jóvenes. Esto es así y seguirá igual. Pero la educación no concluye hasta que los jóvenes inician un proceso de donación y realizan una aportación sustantiva en favor de la comunidad. En educación, el compromiso activo y el servicio a la comunidad es la forma que toma el don en la generación de los jóvenes.
La educación democrática debe entender que una de sus finalidades es promover la crítica de todo lo que no se puede mantener igual, pero además y principalmente debe impulsar el compromiso activo del alumnado
De prepararse para la vida a contribuir a cambiar las formas de vida. La educación democrática debe aceptar que hoy educar para la vida es ayudar a los chicos y chicas a que contribuyan, ya desde la escuela, a transformar la realidad, a actuar para mejorar el mundo. La educación democrática debe entender que una de sus finalidades es enseñar a mirar la realidad, a convertir la actualidad en currículum, a promover la crítica de todo lo que no se puede mantener igual, pero además y principalmente debe impulsar el compromiso activo del alumnado para transformar lo que no funciona. Detectar necesidades y convertirlas en retos sobre los que actuar es la forma en que los jóvenes pueden ejercer la ciudadanía activa durante el tiempo de su formación. Formar personas críticas es necesario, pero no suficiente: es necesario promover desde la escuela la implicación activa en los problemas de la comunidad.
De la actividad escolar a la actividad real en la comunidad. La educación democrática debe ir más allá del activismo pedagógico e impulsar la actividad sobre los problemas reales de la comunidad. Por tanto, se trata de aprender haciendo, pero inmersos en el mundo, allí donde se manifiestan los temas problemáticos y sobre los cuales se debe intervenir. Esto significa detectar problemas y convertirlos en retos intelectuales y prácticos, de forma que sea posible estudiarlos y preparar planes de intervención, y después evaluar su aplicación y en su caso mejorarlos. Un proceso real y completo de aprendizaje significativo que vincula conocimiento, aplicación práctica y valores, como hacen el aprendizaje servicio y otras prácticas educativas similares. Una forma de impulsar proyectos de investigación y dotarlos de alma o voluntad de implantar valores.
De la reflexión en la toma de conciencia global. La educación democrática debe aprovechar todo el saber sobre la reflexión como herramienta que acompaña a la acción, pero también debe ser capaz de amplificar su alcance y darle una dimensión que trascienda la experiencia inmediata que han hecho los aprendices y los proyecte hacia una dimensión global, incorporando aspectos culturales, sociales y políticos. Se trata de que los chicos y chicas, a partir de su experiencia personal, tomen conciencia de la necesidad de avanzar en dirección a la justicia global. Un tipo de reflexión que conviene que sea posterior a la experiencia personal de ayuda a la comunidad y que parta de todo lo que han visto, hecho y vivido. Un camino para imaginar lo que todavía no es, pero deseamos que sea real.
Del pesimismo a la pedagogía de la esperanza. La educación democrática no debe dejarse llevar por el desánimo que impera en momentos de crisis y de falta de salidas claras, sino que debe cultivar una pedagogía de la esperanza que, quizás sin un horizonte claro, reúna todas las fuerzas motivadoras disponibles, vengan de las tradiciones de pensamiento, las creencias o las convicciones que vengan. En cualquier caso, cabe destacar la aportación motivadora de la misma acción común: la fuerza que da la actividad práctica, la fuerza que aporta la voluntad de ayudar, la fuerza que genera la cooperación y la fuerza que transmite la celebración de los resultados positivos o del esfuerzo colectivo.
De los centros docentes a los ecosistemas educativos locales. La educación democrática no sólo debe mantener lazos con el entorno para completar y mejorar la formación del alumnado, sino que debe establecer una suerte de relación de simbiosis que permita la aparición de un nuevo dispositivo docente formado por la colaboración de las entidades sociales y los centros educativos, así el alumnado podrá realizar intervenciones socioeducativas en la realidad de forma solvente y útil a la comunidad. Se trata pues, no sólo de movilizar a las entidades sociales y los centros, sino de darles una plataforma local que permita su colaboración, así como el sostenimiento de los procesos de intervención en la realidad. Vamos hacia un nuevo tipo de institución formativa y a un nuevo concepto de sistema educativo.
Las ideas son herramientas para transformar la realidad, las ideas pedagógicas también, y las herramientas pueden modificarse para ser más eficientes. Por tanto, éste es un trabajo inacabado y sometido a mejoras seguras, pero de momento quiere ser un paso para oponerse a la mercantilización de la educación y a la implantación de una meritocracia educativa orientada por el interés y la competición. Si lo conseguimos podremos decir que se ha aportado una nueva capa de valor a la educación democrática.
Si quieres leer un poco más sobre estas cuestiones: Puig, J. (2021). Pedagogía de la acción común. Graó. https://www.grao.com/es/producto/pedagogia-de-la-accion-comun-cf055