A menudo, cuando nos acercamos a un tema que nos preocupa, no nos atrevemos a afrontarlo directamente y lo bordeamos, tratando de encontrar el punto más fácil para abordarlo. Esto es lo que ocurre ahora con frecuencia con el tema del acceso, el uso y el abuso de pantallas (o dispositivos digitales) durante la infancia. Es por eso que la mayoría de familias y docentes que muestran cierta inquietud o interés por el tema de las pantallas durante la infancia suelen formular dos preguntas a los especialistas:
– ¿Cuánto tiempo es el adecuado?
– ¿A partir de qué edad podemos dejar…?
No se puede responder directamente a estas preguntas, porque en el tema de uso de dispositivos digitales por parte de los niños, casi nada se puede reducir a una cifra: 10 minutos, 1 hora, 12 años… Preguntar por el tiempo adecuado de juego de un niño de nueve años en la videoconsola, por la edad en la que se puede abrir una cuenta de Instagram o por tener un móvil propio (¡con conexión a internet!) es querer saltarse u obviar el proceso y el entorno, que es lo más valioso educativamente hablando.
Hacerse las preguntas correctas es lo más importante. Lo cuento con una analogía.
Imaginémonos que, en nuestros tiempos, los niños, niñas y adolescentes fueran continuamente invitados a ir a la piscina (deportes en equipo, natación individual, juegos de agua, actividades educativas, carreras, actividades libres, organizadas…) y la mayoría de ellos estuvieran más y más horas de su vida dentro de piscinas, y cada vez desde más pequeños. La pregunta más absurda sería: «¿Pero las piscinas son buenas o malas?». Tampoco serviría de mucho, con la gran diversidad de actividades posibles, preguntarse por cuánto rato o a partir de qué edad es adecuado estar en la piscina.
Las respuestas más orientadoras son las que afinan, las que aportan información de los elementos que se pueden encontrar dentro de la piscina, las actividades que se pueden realizar, y la adecuación al desarrollo de cada niño. Los posibles efectos secundarios que pueden tener los componentes del agua de piscina en los órganos del cuerpo. Sobre la conveniencia de conocer y acompañar ciertas actividades de los hijos o de los alumnos por parte de la familia o de los docentes, o de convertirla en una de las actividades prioritarias para el disfrute o aprendizaje en familia o del sentido que tiene hacerlo obligatorio a nivel escolar.
También estaría bien buscar qué investigaciones científicas hay en torno al aprendizaje de la natación y de los deportes de agua, si es mejor hacerlas en familia, solo, por descubrimiento, o mediante una guía, en grupo o individualmente…
Las pantallas y los dispositivos digitales no son buenos ni malos para niños y adolescentes. Pero no ayuda en nada a las familias quedarnos en las respuestas retóricas de “todo depende del uso que se hace” o “las pantallas han venido para quedarse” o “los niños de hoy son nativos digitales”.
Es más útil preguntarnos qué utilización debemos hacer los adultos en presencia del niño, para convertirnos en un modelo correcto
De nada sirve preguntarnos cuándo es adecuado introducir los dispositivos digitales en la vida de un niño, porque, si sus padres y entorno cercano no son gente muy especial, seguro que los utilizan desde el primer momento en que un bebé llega a casa. Por tanto, ya están en su vida, y los utilizamos en su presencia, que muy pronto (a los 3 meses) se da cuenta del gran poder de atracción que tienen las pantallas. En cualquier caso, es más útil preguntarnos qué utilización debemos hacer los adultos en presencia del niño, para convertirnos en un modelo correcto, desde el mismo día que llega a casa, porque necesitaremos un tiempo para ajustarnos a las renuncias que probablemente deberemos hacer.
Situados ya en familia, con criaturas en casa, mayores y más pequeños, que conviven con varios dispositivos que pueden ser objetos para el ocio, para la comunicación, para el trabajo y para la gestión doméstica… debemos tomar conciencia de cuántas horas les dedicamos los adultos. Y preguntarnos sobre las prioridades familiares, la convivencia, la confianza, el diálogo… en relación con el uso de los dispositivos. Para poder dar respuestas ajustadas a cada realidad.
Sin embargo, actualmente ya sabemos que:
- Las redes sociales y los videojuegos pueden ser fácilmente adictivos.
- El uso de pantallas antes de los 3 años está firmemente desaconsejado.
- Un niño quieto delante de una pantalla no es un niño tranquilo, es un niño solo.
- Las pantallas en manos de los adultos nos distraen de mirar a nuestras criaturas.
- La creatividad no se estimula jugando con pantallas.
- No hay adolescentes adictos a Word ni a Excel ni a las apps escolares.
- …
Pero como cada vez sabemos más, quizás podemos cambiar las preguntas que nos hacemos, no por estar más preocupados por las pantallas, sino por ser valientes y que las respuestas nos permitan seguir educando, integrando los dispositivos digitales en la vida saludable y en las relaciones humanizadoras.
Se trata de no hablar tanto de las pantallas, de los dispositivos digitales ni de las redes sociales, y más de las relaciones entre las personas, del vínculo sano que permite crecer, de las conversaciones, los diálogos y los contactos humanos que nos permiten estar juntos y del apoyo y la presencia que nos ayudan a vivir bien a pesar de ser tan vulnerables!