En el ámbito educativo la tribu se considera un elemento que enriquece la crianza y el proceso de crecimiento de los niños. Cuando se evoca el proverbio africano «para educar a un niño se necesita la tribu entera» se hace para destacar el valor de aquellas contribuciones que llegan de personas y colectivos que a priori no tienen asignado el rol de educar (como sí tienen maestros y progenitores) pero que son esenciales para garantizar un buen desarrollo de los más jóvenes en la comunidad. Contribuciones que aparecen en formas diversas como experiencias, tareas de cuidado, relaciones cercanas, acompañamiento, o transmisión informal de conocimientos, entre otros.
La tribu, algo que en sociedades antiguas se creaba de manera natural y espontánea, resulta algo excepcional a partir de la revolución industrial, momento en el que los vínculos sociales se debilitan y las redes de ayuda mutua y de cooperación que anteriormente formaban parte de la vida cotidiana de las personas comienzan a ser una excepción. También la cultura neoliberal que ha colonizado las sociedades modernas ha ido poniendo trabas en las relaciones personales, priorizando el interés individual sobre el colectivo, favoreciendo la competición desatada por encima de la colaboración, disminuyendo progresivamente las prácticas de cuidado entre los miembros de una comunidad, obstaculizando el intercambio gratuito y reduciendo la participación en lo común.
A pesar de estas dificultades, psicólogos y terapeutas de todas partes ponen el énfasis una y otra vez en la importancia que la comunidad, la tribu, tiene en el bienestar de las personas y manifiestan que la existencia de una constelación de vínculos es un factor de protección, especialmente de la infancia, e insisten en que vivir en sociedad no garantiza necesariamente tener cubiertas las necesidades a las que sí da respuesta «la tribu». Afirman que, si bien la soledad puede ser un desencadenante de situaciones de depresión, angustia o ansiedad, el sentimiento de pertenecer a un colectivo es un antídoto de algunas enfermedades mentales.
Los vínculos fuertes y el sentimiento de pertenencia aportan experiencias de seguridad y protección necesarias para vivir una vida feliz, algo que ha quedado evidenciado en los meses de confinamiento vividos recientemente a raíz de la pandemia que hemos sufrido a nivel planetario. Así, si la comunidad y las relaciones sociales son imprescindibles para la salud y el bienestar de las personas, podemos considerar que formar parte de una tribu no es sólo un deseo o recomendación, sino que es, sobre todo, un derecho.
Pero como otros muchos derechos, la tribu tampoco surge de la nada, ni es ningún punto de partida de la convivencia. ¡Ya nos gustaría! La tribu se construye con la participación de todos sus miembros y de todas las instituciones. Se hace sólida en la medida en que se multiplican las redes de relación y se hacen más densas las interacciones entre las personas y los colectivos que la conforman. La tribu es a la vez «proceso y resultado de». La tribu se hace. La tribu la hacemos.
A pesar de no haber encontrado un verbo que recoja la acción de hacer tribu, no se puede entender la tribu sin actitudes proactivas y conductas comprometidas de las personas que deben formar parte de ella.
Y con la voluntad de ejemplificar acciones y prácticas que caminan en esta dirección presentamos dos experiencias que ayudan a hacer tribu. La primera, Grupo de Ayuda Mutua (GAM) con jóvenes en riesgo de exclusión, es una iniciativa que surge en el ámbito educativo. La segunda, Desayuno semanal con amigas, es una práctica que de forma espontánea se inicia después de los meses de confinamiento estricto por el COVID-19.
El Grupo de Ayuda Mutua (GAM) con jóvenes en riesgo de exclusión reúne a ocho jóvenes que se comprometen a juntarse una tarde a la semana para compartir sus vidas. Unidos por una profunda sensación de soledad y unas ganas inmensas de salir adelante a pesar de la situación vulnerable que sufren tanto a nivel personal como familiar, semana tras semana los chicos crean y fortalecen vínculos entre ellos.
Las ayudas que dan y reciben en el grupo adoptan formas diversas: desde pedir información para renovar el DNI o para matricularse en un ciclo formativo hasta contar con los demás para superar una situación de ansiedad, para poner nombre a miedos que no se han verbalizado, para compartir el dolor y las lágrimas por un trauma infantil, para imaginar futuros deseados, para reconocer conductas pasadas que generan vergüenza y que cuesta admitir, y otras. La realidad es que cada vez que un miembro del grupo llega roto al encuentro, el resto de los compañeros le acoge, le escucha, no le juzga y, en la medida que puede, le ayuda.
En diferentes momentos los jóvenes expresan lo importante que es el GAM en sus vidas y valoran poder mostrarse tal y como son, sin tener que fingir sentimientos y estados de ánimo que no tienen.
Desayuno semanal con amigas. Un grupo de mujeres que comparten su interés por la actividad física y la naturaleza se encuentra un día a la semana para desayunar y disfrutar unas de otras durante los meses de restricciones. Cuando el confinamiento termina, el grupo de amigas se da cuenta del impacto positivo que ha tenido en sus vidas “el desayuno del viernes” y decide mantenerlo.
Durante poco más de una hora se comparten títulos de libros, guiones de películas, opiniones sobre la actualidad, celebraciones, confidencias, proyectos, programaciones de nuevas actividades, y risas, muchas risas. Los desayunos generan encuentros más reducidos: ya sea para ir a correr, o a andar, para disfrutar de juegos de mesa… Y cada mes se organiza una salida a la montaña a la que se añaden parejas y amigos.
Desayuno juntas, una práctica sencilla cargada de valores. El sitio de encuentro: la terraza interior de un bar del barrio. Va quien quiere cuando quiere o cuando puede. Normalmente se juntan entre diez y doce mujeres. Es un grupo con mínimos de exigencia. Formalmente nadie se ha comprometido a nada. A medida que pasa el tiempo, los vínculos que se van tejiendo poco a poco se traducen en conductas de cuidado y cariño, de estar pendientes unas de otras.
El ambiente sanador y la función de sostén del grupo en momentos personales delicados ha sido destacado por muchas de ellas.
Para cerrar nuestra reflexión queremos subrayar que las personas que forman parte de ambos grupos se sienten a la vez protectoras y protegidas por los miembros de “su tribu”. Saben que se encuentran en espacios seguros marcados por el respeto, la confianza y un cierto nivel de confidencialidad; espacios en los que nadie va a salir lastimado. Unos y otras han experimentado que los fuertes vínculos con los compañeros de GAM y con las amigas ponen freno a la vulnerabilidad de cada uno de ellos, de cada una de ellas.