El cuidado de sí mismo
El cuidado de sí mismo busca promover un mundo en el que lo externo es accidental y lo interior es lo sustancial y determinante por la propia existencia, en expresión de Jung. Tiene que ver con la esperanza, con la utopía o la fuerza interior transformadora que invita a salir de nosotros mismos, a sumarnos activamente al devenir de la historia y a comprometernos, anticipando el futuro en el presente. Es una función esencial del ser humano.
Estamos hablando de capacidad de crear un ideal para mejorar la sociedad, las personas y el planeta. Un ideal que ofrece metas a cumplir. Incluso cuando todo parece inamovible aparece el deseo, la esperanza en un mundo mejor. Vivimos con cientos de deseos; es más, somos deseo. Un deseo que es fuente de sentido. En suma, como decía Agustí de Hipona, «según ardemos, así caminamos». La esperanza nos invita a salir de nosotros mismos y al compromiso, para anticipar el futuro en el presente.
Así es como pasamos del yo a nosotros. Incluso hoy, sumidos, de nuevo, en la crisis y el declive de la Democracia, sigue teniendo sentido volver a leer el Alcibíades y repetir con Hegel que el nuestro es «un tiempo de parto y de transición a una nueva época». Un tiempo difícil, pero a fin de cuentas nuestro tiempo, el único que tenemos para vivir y construir una vida digna y una sociedad justa. El nuestro es un tiempo en el que debemos, recordar mil veces si fuera necesario, que la tarea prioritaria es la salvaguarda del sujeto, especialmente de los pobres, de los marginados y de los más necesitados (1).
Educar en la esperanza
Entre los valores que acostumbramos a proclamar en un sitio destacado está el de la Utopía. Decimos que queremos un mundo mejor, que aspiramos a mejorar o transformar una realidad marcada por la injusticia, la desigualdad social y el dolor de las personas que permanecen en los márgenes de la sociedad. La dureza y severidad de lo que sucede nos recuerdan la importancia recurrente del pensamiento utópico. La utopía nutre e inspira los proyectos sociales emblemáticos que llevamos entre manos. Por tanto, haremos bien en recapacitar sobre la relación entre la utopía y la realidad, por más que sea un tema recurrente y clásico en la historia del pensamiento social.
La nuestra es una utopía realista, capaz de inventar, abrir nuevos caminos e ir contra corriente, cuando hay que hacerlo. Por este realismo y por sus raíces en el tiempo y el espacio en el que se formula, nuestra utopía es dinámica, fomenta la búsqueda de caminos que hagan viable lo inédito; es digna de crédito por mantenerse en el marco de lo posible, sin renunciar al contexto ético ya la moral correspondiente.
Hablamos de la utopía de una ciudadanía libre, autónoma y plural, no desencantada, que sigue oponiéndose al divorcio entre el bien común y el ethos, al nihilismo y la abstinencia valorativa; es la utopía del ciudadano responsable y comprometido, consciente de que la justicia es más que obediencia y sumisión a la ley, como sabemos desde tiempos de Sófocles.
Educar para la vida
Educamos para la vida y guiamos la acción desconfiando de abstracciones racionalistas, siempre atentos a las circunstancias y situaciones concretas en las que vivimos. También sometiendo la realidad que nos rodea al análisis crítico más riguroso que somos capaces, a la visión más serena posible de los múltiples intereses, legítimos y espurios, en juego. La nuestra pretende ser una acción compartida, lúcida y abierta a la creciente complejidad de la sociedad en la que nos movemos; reflexionada en grupo, crítica y autocríticamente; abierta a nuevos aprendizajes y desaprendizajes, cuando es necesario; dirigida a la intervención colectiva con y al servicio de la Comunidad (2).
Nada más lejos de nuestro talante que la afirmación de la primacía de la acción por la acción. No nos gustan los «mefisitófeles» de turno, ni hemos jugado nunca el peligroso juego del Aprendiz de brujo, del viejo cuento alemán, adaptado por Johann Wolfgang Goethe, que relata cómo un viejo mago dejó a manos de un distraído y perezoso discípulo su laboratorio y el cuidado de su castillo. Le dio unas órdenes precisas y unas normas a seguir. Pero el aprendiz quiso hacer de mago, desobedeció, no respetó las normas y actuó, llevado por la pereza, con gran imprudencia. Al final, pidió auxilio al mago, que pronunció las palabras mágicas adecuadas: “Airameva, Airameva” y la escoba volvió al rincón. Entonces el mago dijo al aprendiz: “Antes de aprender magia y brujería debes aprender a cumplir con las responsabilidades que se te encomiendan… debes pensar en las consecuencias de lo que haces”. Ciertamente, es necesario educar en la Responsabilidad y el Compromiso.
Estamos hablando de estilos de vida, de concepción solidaria del mundo de la vida; desde un consenso intersubjetivo básico, configurado en la cooperación, en la acción compartida y voluntaria, en la intercomunicación diaria. Son talantes o formas de existencia nacidos en territorios concretos y obra de grupos sociales que comparten una misma visión de la vida o tienen un común horizonte de comprensión. Formas de vida encarnadas, simbólicamente, en torno a los derechos fundamentales, humanos y sociales, fruto de procesos que han creado un trasfondo humano inspirado en valores y opciones profundas.
El mundo de la vida es, con demasiada frecuencia, colonizado por el mundo del sistema, por los mercados, por el poder económico, por el deseo de riqueza o por la política, entendida como una tecne divorciada de la ética: la eticidad sacrificada en aras de la Razón de Estado, para la cual no hay límites morales, que identifica la justicia con la obediencia ciega a la Ley (aquello de justicia ex jure):un increíble matadero en el que se configura sistema de conformidades ciegas y elementales (3).
Nos preguntamos por las estructuras del mundo de la vida real, en las que se desarrolla la vida cotidiana y denunciamos cualquier intento de colonizarlo y someterlo al mundo del sistema dominante, con mecanismos, valores y principios que no compartimos; luchamos, sin renunciar a lo que somos, para mejorar, en el tamaño de lo posible y con los pies en el suelo, la vida de las personas más cercanas y el entorno en el que viven, con una voluntad transformadora, favorable al cambio social, ayudando a la liberación del vecino concreto, del conciudadano más cercano, de carne y hueso.
Éstos son nuestros ideales, la expresión de nuestra voluntad y la fuente que inspira la acción de los educadores en el tiempo libre. Éste es el trasfondo de la Propuesta Pedagógica Estima, que guiará la acción educativa de los Esplais y los Proyectos educativos de Fundesplai, para los años 2023-2025.
A modo de conclusión
Quisiera cerrar esta reflexión con la cita de un relato corto que viene a sintetizar y expresar con claridad y brevedad todo lo que acabamos de decir.
León Tolstoi, cuenta cómo un pueblo indígena de América del Sur llegó a comprender que su felicidad estaba en la armonía entre la autoconciencia y la felicidad individual y la obra común y la estima hacia las personas y, añadimos nosotros hoy, el Planeta.
“Entonces Dios se dijo a sí mismo: ¡Si ni por medio de la enfermedad se puede conducir a los hombres a que comprendan en qué consiste su felicidad, que se las arreglen con sus propios sufrimientos! Y Dios abandonó a los hombres.
En cuanto se quedaron solos, los hombres vivieron largo tiempo sin comprender lo que les faltaba para ser felices, y tan sólo, muy a última hora, algunos de ellos empezaron a comprender que el trabajo no debe ser un espantajo para unos y algo forzado para otros sino que debe ser obra común y agradable para todos. Empezaron a comprender que, visto que la muerte amenaza a cada instante a todos, el único acto razonable de todo hombre consiste en pasar en armonía y con cariño, los años, los meses, las horas o los minutos reservados a cada uno. Empezaron a comprender que las enfermedades, no sólo no deben ser una causa de división entre los hombres, sino, por el contrario, un motivo de unión y amor entre ellos” (4).
Referencias
(1) Ernest Bloch (2004). El principio esperanza. Ed. Trotta, Barcelona, 3er vuelo.
Michel Foucault (2001). La hermenéutica del sujeto. Ed.Akal, Madrid.
(2) James, W. (2000). Pragmatismo. Alianza Ed. Madrid.
Dewey, John (1975). Democracia y educación. Ediciones Morata.
(3) J. Habermas (1988). Teoría de la acción comunicativa. Taurus, Madrid.
(4) L. Tolstoi El trabajo, la muerte y la enfermedad.