Este verano parece que ha sido atípico. El calor extremo y la sequía persistente ha elevado a primer nivel temas como los recortes de agua de boca, el recorte de agua para el regadío, los pozos de riego ilegales, el llenado de piscinas privadas, reservas mínimas en los embalses, ineficiencia y falta de control en los sistemas de riego y suministro, etc. dejando patente que el agua es mucho más que un recurso natural. Como bien escaso e indispensable se ha convertido en una fuente de beneficios económicos. Según la UNESCO es el “oro azul” un recurso limitado e insustituible para la vida por lo que es un bien público y un derecho básico para todos los habitantes del planeta. Por ese carácter vital, sus valores que son múltiples van más allá de lo económico y es imprescindible priorizar su dimensión ética, aún más previendo las consecuencias del cambio climático.
El agua es un recurso esencial para la vida, el equilibrio y la supervivencia de los ecosistemas. Tiene un valor económico para la producción agrícola, la industrial, los servicios, el consumo básico de la población y la producción energética, pero también y mucho más importante, es un recurso esencial para la vida, el equilibrio y la supervivencia de los ecosistemas. Esto se ha hecho más patente este verano en el que se ha agudizado la interrelación entre la falta de agua, la crisis energética y la producción de alimentos, evidenciando la urgencia de afrontar cuestiones como la propiedad del agua, la redimensión de los diferentes usos de agua, su eficiencia y los límites de la tecnología para la solución de la escasez de agua dulce. El tema es muy complejo, pero todas las voces parecen coincidir en una cuestión central que es la importancia de una buena gobernanza y gestión pública del agua, como bien público que es.
Al tratarse de un recurso escaso y vital han aflorado contradicciones a las que hay que hacer frente como la privatización de la gestión, el aumento progresivo del regadío cuando la mayor parte de la producción se exporta, producción de alimentos que se desecha por intereses del mercado, la escasez de alimentos para millones de personas, el riego intensivo de leñosos que siempre habían sido de secano, el mayor consumo de agua de las rentas más altas, los elevados consumos de agua para actividades lúdicas, el incremento de la contaminación de acuíferos, etc.. Es cierto que la tecnología ayuda a paliar el déficit como en el caso de las desaladoras, la depuración del agua residual o los sistemas eficientes de riego, aunque también conlleven sus inconvenientes como el alto consumo energético o qué hacer con la salmuera. Pero a largo plazo no parece que sea la solución. Lo que parece evidente es que el ritmo de consumo y extracción de agua dulce es y será superior a las existencias si no se interviene. Y desde la desigualdad del acceso a nivel mundial es necesaria una mirada a la solidaridad global promoviendo la cooperación internacional para hacer frente a la escasez de agua de las regiones y poblaciones más vulnerables. El agua como bien público indispensable para la vida necesita una gobernanza y control desde una dimensión ética, con criterios de equidad, justicia básica, solidaridad, sostenibilidad, transparencia, participación, coordinación.
Desde esta mirada ética se deberían tener presente algunas consideraciones. Todas las personas tienen el derecho a acceder al agua potable para sus necesidades básicas y de forma equitativa. Las administraciones tienen la obligación de garantizar este derecho al tiempo que deberían asegurar la sostenibilidad del servicio sin hipotecar o condicionar la disponibilidad para las generaciones futuras manteniendo el equilibrio y evitando la contaminación y degradación de los ecosistemas. La responsabilidad de gestionar y preservar el agua como recurso básico no puede ser sólo de las administraciones, sino que ha de ser compartida con la ciudadanía y empresas implicadas por lo que su gestión ha de ser coordinada, participativa y transparente con alternativas que superen los conflictos de identidad territorial y los beneficios económicos como objetivo principal. Una intervención prioritaria por su carácter público, por ser imprescindible para la vida humana y necesaria para actividad económica, es redimensionar los usos (agrícola, urbano, industrial, lúdico..), velando por su eficiencia y su equidad.
Desde el presente y con una perspectiva de futuro es necesario actuar desde la educación y concienciación sobre los valores del agua como bien público. Evidenciar la distribución desigual y cambiante del agua en el planeta y los problemas que supone su contaminación. Incidir en la escasez permanente de agua en muchas regiones y ver como el cambio climático hace que sea imprevisible y variable (lluvias torrenciales versus sequías). Sensibilizar sobre la importancia de conservarla y utilizarla de forma responsable y sobre la necesidad de realizar cambios de hábitos en su uso. Relacionar y comprender la importancia del agua potable para la salud y para evitar la propagación de enfermedades, así como para la producción alimentaria, para la reducción de la pobreza y para conseguir un desarrollo sostenible y equitativo en los territorios. Analizar cómo desde la cooperación y solidaridad en la gestión del agua se puede ayudar a reducir los conflictos y tensiones generadas por la escasez.
Tratar curricularmente el tema del agua no supone ninguna dificultad. Es un tema con un gran potencial interdisciplinar que se puede desarrollar desde casi todas las disciplinas o áreas, de forma específica desde la materia o de forma transversal entre varias, como núcleo conceptual, como centro de interés, como proyecto comunitario, como eje socialmente relevante… El aprendizaje de contenidos conceptuales es importante para comprender y explicar la necesidad de un cambio de valores y hábitos. Però no menos importante es su enfoque ético incidiendo en los valores del agua para la vida como los ya apuntados, equidad y justicia social, solidaridad, cooperación, alteridad, responsabilidad, eficiencia, etc..
La metodología de trabajo puede ser muy amplia, con exposiciones o conferencias por parte del profesorado, a través de actividades interactivas y cooperativas, con actividades o proyectos de intervención en el contexto utilizándolo como recurso didáctico o con proyectos con intencionalidad de concienciación, ayuda o mejora del problema en el contexto.
Es evidente que didácticamente para construir valores, además de los conocimientos conceptuales, sería conveniente plantear situaciones de aprendizaje que a través de dinamismos pedagógicos refuercen estos mismos valores. Así será importante que el mismo alumnado identifique los problema o las necesidades en su entorno relacionadas con el agua, piensen de qué forma podrían ayudar o participar en la solución o mejora del problema, con quién podrían colaborar, como podrían concienciar e implicar a más personas, identifiquen los conocimientos que tienen sobre el tema y los que necesitan para poder comprender y actuar, reflexionen sobre lo que aprenden y sobre su aportación al problema, etc..
Es decir, didácticamente se pretende que haya observación, conocimiento científico sobre el agua, participación, reflexión, uso responsable, aportaciones a la resolución o mejora del problema, valoración y reconocimiento del aprendizaje y de los resultados. En este sentido la metodología de aprendizaje-servicio se adecua perfectamente a la construcción de valores alrededor del agua.
Como decíamos al principio, el agua es mucho más que un recurso. Como recurso vital y derecho básico tiene múltiples valores, más allá de los económicos, y su comprensión y respeto son imprescindibles para asegurar su disponibilidad en el presente y en el futuro de forma sostenible y justa. Una ciudadanía informada, formada y concienciada sobre estos valores será más competente para exigir políticas justas, equitativas y sostenibles en el uso del agua y tendrá más elementos de reflexión para cambiar hábitos que vayan en este sentido. Los cambios y alteraciones del clima están urgiendo una intervención.