Con frecuencia muchas instituciones o entidades alegan que sus acciones tienen como fin facilitar la vida de los ciudadanos. Esperan que los ciudadanos sean conscientes de la importancia de esta misión y que por tanto ejerzan la ciudadanía haciendo uso de sus derechos, cumpliendo con sus deberes o reivindicando sus derechos siguiendo los cauces establecidos. Ser ciudadano y ejercer la ciudadanía nunca ha sido fácil y se ha vivido con cierto recelo, pero las nuevas obligaciones, métodos y cambios tecnológicos acelerados e impuestos en las últimas décadas lo hace cada vez más complejo, extenso y difícil. No vamos a negar que la tecnología puede facilitar muchas gestiones a los ciudadanos y ciudadanas, pero no con tanta facilidad como se quiere hacer creer. Se dice que es cuestión de tiempo que la ciudadanía lo asuma y se adapte a los nuevos métodos, sobre los que por cierto poco ha podido decidir
De forma genérica y en el marco de la CEE se considera que un ciudadano o ciudadana es una persona miembro activo de una comunidad política, en sus diferentes escalas territoriales, que ha de cumplir una serie de leyes y las obligaciones que se derivan y es titular de derechos políticos, como es el de la participación y el derecho al voto. El concepto de ciudadano y ciudadanía es dinámico y no solo se refiere a la relación o pertenencia a un estado-nación o institución supranacional, sino principalmente a la comunidad, lugar o unidad territorial de convivencia donde se interactúa socialmente y se desenvuelven las personas en sus derechos y obligaciones. Es dinámico en gran medida por la complejidad y velocidad de los cambios que se producen en los contextos de vida cotidiana donde se ejerce la ciudadanía.
Cambios que, aunque antiguos, van incidiendo de forma significativa en los territorios de residencia y aunque no lo parezca en la vida cotidiana. Como ejemplo podemos apuntar los efectos del cambio climático, la crisis energética, la fragilidad e impacto en el medio ambiente, los cambios en las interrelaciones entre lo local y lo más global, las tensiones y conflictos bélicos, el consumismo y el impacto en los recursos, la presencia en la vida comunitaria de los flujos migratorios, la convivencia en la diversidad cultural, la tecnología aplicada a la vida cotidiana sin competencias por gran parte de la población, los cambios en la educación que lo ha de solucionar todo. Dinámicas que envuelven y arrastran a la ciudadanía y nos cambia la manera en que nos relacionamos y en gran medida la forma y satisfacción con que ejercemos de ciudadanos.
Para que un ciudadano se sienta miembro de una comunidad y ejerza libremente su ciudadanía se debe sentir valorado y tratado justamente en el ejercicio de los derechos y obligaciones civiles y políticos, en los sociales y económicos y en el ámbito identitario personal y cultural. Como decía Adela Cortina en la identidad y en la justicia. Pero la gestión de los cambios sociales, económicos y tecnológicos y su impacto en el ejercicio de la ciudadana no lo facilitan. La relación y las gestiones básicas con las administraciones se imponen por cauces telemáticos (impuestos, sanciones, reclamaciones, etc..) aunque gran parte de la población no tenga los conocimientos ni recursos necesarios. Se potencia el consumo electrónico. La obtención de dinero metálico se obstaculiza. Llevar a cabo una reclamación de cualquier tipo puede ser una aventura telemática o de llamadas sin respuesta. El consumo de cercanía ha de competir con los precios de las grandes superficies y a costa de la explotación de los productores. Los conflictos bélicos, la crisis energética, y la degradación medioambiental se nos presenta como algo no deseable però también como consecuencia de las relaciones de poder o como daños colaterales e inevitables del crecimiento económico. La riqueza de la diversidad cultural nos la presentan como un peligro para los derechos y la identidad de la población autóctona, por cierto, cada vez más difícil de delimitar. Y cada vez más tenemos mayores cantidades indigeribles de información sesgada. Nos relacionamos a través de las redes sociales y se reduce el contacto y la comunicación directa. La ciudadanía, en su ejercicio, tiene que lidiar con todo ello en la vida cotidiana.
Nos dicen que es el mundo que viene y que hay que adaptarse porque es para el bien de la ciudadanía, però seguro que los cambios se podrían hacer de otra forma, a otro ritmo, con otras sensibilidades y algunos quizá no hacían falta. Solo con poner el foco del proceso en el bienestar de las personas y no en los beneficios económicos como es el caso sería suficiente.
Desde la educación, a la que siempre se le encarga solucionar y reducir las brechas que produce el sistema, se sigue promoviendo una serie de principios o valores para una ciudadanía critica con estos procesos. No vamos a exponer todo el abanico de principios, sólo algún apunte relacionado con la necesidad de superar o transformar la concepción dominante de ciudadanía impuesta por el sistema económico. Alguno desde una concepción de un desarrollo más humano y justo socialmente. Que van a contracorriente, que sin ser nuevos continúan por detrás de la dinámica económica y por ello continúan siendo necesarios.
Cuando se piensa en la ciudadanía se debería pensar en la dimensión global de la persona, con derechos y deberes desde una concepción democrática, igualitaria, diversa e intercultural, respetuosa con el medioambiente y socialmente justa, no solo desde el crecimiento económico. El conocimiento y los avances tecnológicos deberían priorizar su dimensión ética en su aplicación y en los actos que se deriven, considerando que el bien general y publico es una responsabilidad compartida y está por encima del particular. Todo en un marco de valores que fomenten la solidaridad, la cooperación, la participación, el respeto y el dialogo como base en de las relaciones y la convivencia, en un planeta con los recursos limitados.
Es necesario construir una ciudadanía con principios y valores que prioricen y ayuden a poner en el centro de la vida la mejora de la vida de las personas al tiempo que una sociedad más justa y respetuosa. Propuestas, orientaciones y deseos del siglo pasado, con un barniz utópico, pero que se deberían aplicar en todos los cambios sociales, económicos, tecnológicos, políticos y culturales que se van produciendo en este siglo XXI, para un cambio irrenunciable del modelo de sociedad y mientras tanto para facilitar el ejercicio de la ciudadanía.