Parece ser que nos encanta opinar. Y está probado que somos eficaces creadores de contenidos (no he dicho si Buenos o malos). He dicho: solo eficaces. La firma de software DOMO indicaba en uno de sus últimos informes (‘Data Never Sleeps 7.0’), que existen 40 veces más bytes de datos que estrellas en el universo observable. Generamos al día más de 2,5 quintillones de bytes de datos. Cada persona aproximadamente: 1,7MB por segundo. Las redes sociales, evidentemente, son el motor de este tsunami desenfrenado de “voces” que, vuelvo a los últimos conflictos más mediáticos (Ucrania – Rusia o Israel-Palestina, entre otros), rezuman una excesiva carga de odio, desinformación, postverdad, relativismo cultural y otros males que, quizás, con menos “face” y más “book” podríamos curar. Esto es: reduciendo la velocidad de respuesta; contrastando los mensajes y aprendiendo a escuchar. También: desaprendiendo a “decir”. Porque es muy fácil y cada vez menos irresponsable, esto del “decir”. Fácil y barato.
Las redes nos los confirman. El informe de HubSpot cifra, para 2023, los usuarios de redes sociales en 4.760 millones (DataReportal). ¿Dedicamos mucho tiempo a este universo de likes? Cerca de 11,7 horas al mes en Instagram (Hootsuite). En LinkedIn: se cuentan más de 900 millones de usuarios en más de 200 países (LinkedIn). ¿Y en Twitter ahora llamado “X”? Más de 238 millones de usuarios (Hootsuite). En YouTube, en 2021, visualizamos 1.000 millones de horas de video (We Are Social). ¡Al día! A finales de 2022, a nivel mundial, TikTok contaba con 1.000 millones de usuarios al mes (DataReportal). Hay más cifras, pero estas ya nos sirven para dar forma a una hipótesis demasiado paradójica: Hoy día, con el mayor número de plataformas e instrumentos de acceso e intercambio de contenidos, es cuando “leemos”, “escuchamos”, “verificamos” y “conversamos” peor. Es vital que, desde las instituciones, los medios de comunicación, el sistema educativo y otros actores sociales incidamos en la importancia de reducir la “velocidad del decir” y aumentar la calidad del diálogo. ¿Cuáles son los requisitos? Básicamente, entender estos cuatro conceptos (que son cuatro desafíos):
- La empatía. Su definición dice que es “la participación afectiva de una persona en una realidad ajena a ella, generalmente en los sentimientos de otra persona”. Yo la entiendo y la explico mejor recurriendo a Alfred Adler: “mira con los ojos de otro, escucha con los oídos de otro y siente con el corazón de otro”. También con Marshall Rosemberg: “La empatía reside en la habilidad de estar presente sin opinión”. Pero claro… nos gusta demasiado hablar.
- La escucha activa. Aunque nos guste oírnos, es clave escuchar de forma activa. Y esto interpela a la atención, a la mirada, al silencio, al beneficio de la duda, a la alteridad y a ese ejercicio en desuso de empalabrar unas oraciones sencillas: “¿Y si tiene razón? ¿Y si estoy equivocado? O también: ¿y qué haría yo en su lugar?
- El contexto. La (correcta) formulación de juicios de hecho y de juicios de valor, ambos necesarios, demanda de contexto. Tenemos las fuentes a nuestro alcance. Todas o casi todas. Sabemos llegar a ellas. No lo hacemos muy a menudo. Hay que edificar el hábito de verificar. Pero esto exige tiempo. Y somos una aldea global que anhela todo aquí, ahora, ya. Hay que redefinir los ritmos. Poner de moda la lentitud; más sana y más gratificante.
- La responsabilidad. Hoy que cualquier persona puede ser autora de contenidos, desde edades muy tempranas, tendríamos que incidir en la responsabilidad que arrastra enviar, compartir o viralizar un mensaje, una foto, un meme… Desde los valores y la ética, nos corresponde recuperar la importancia y la responsabilidad de la autoría. Insisto: del contenido propio (que creamos) y del ajeno (que compartimos).
Atravesamos tiempos complejos marcados por una sobreabundancia de contenidos que, en vez de melodía informativa, genera un distorsionante ruido digital. Desde el Gabinete de Comunicación y Educación de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB) apostamos por el diálogo, la empatía y la escucha activa como “caminos” eficaces para fomentar el pensamiento crítico y contribuir a un diálogo constructivo, formativo e inspirador. De este modo, el proyecto “OMEDIALITERACY. Overview of the challenges and opportunities of media literacy policies in Europe”, financiado por la European Media and Information Found, busca identificar los conocimientos existentes sobre los efectos de la desinformación en Europa, comparar las políticas actuales sobre alfabetización mediática y desinformación en los países miembros, y la identificación de buenas prácticas para superar la desinformación. Por otro lado, el Observatorio Oi2 y el proyecto “Identificación, Verificación y Respuesta. El Estado democrático frente al reto de la desinformación interesada (Ref. SPLEC2100C008176XV0)”, desarrollado conjuntamente por RTVE y el Gabinete de Comunicación y Educación, buscan fomentar procesos de verificación que conviertan a la ciudadanía en usuarios más críticos, exigentes y selectivos. Además, el proyecto CRAL – Creative Audiovisual Lab for the promotion of critical thinking and media literacy (financiado por “Erasmus+ EACEA/34/2019: Social inclusion and common vàlues” https://www.cral-lab.eu), busca dotar a la comunidad educativa de las herramientas necesarias para combatir la insuficiente alfabetización mediática que existe, cultivar el pensamiento crítico de los estudiantes y ayudarlos a comprender la responsabilidad y el poder de su voz.
Y hay más. El proyecto “Frontera Crónica. Taller de periodismo transfronterizo y co-creación para el fomento de la mirada crítica y la construcción de otras narrativas sobre violencia, mujer y migraciones”, tiene el apoyo de la XXXIX convocatoria del Fondo de Solidaridad UAB, reflexiona sobre la narrativa de la violencia, las migraciones y la mujer en el territorio fronterizo entre México y EEUU, especialmente, en la ciudad de Tijuana. Por su parte, el proyecto “Los caminos del encuentro. Cartografía de rutas temáticas para la recuperación del patrimonio histórico de las confesiones religiosas de España – Un viaje del ayer al hoy”, financiado por la Fundación Pluralismo y Convivencia, trabaja en producir una cartografía que concibe el viaje como una herramienta y una plataforma divulgativa, sensibilizadora e informativa vital para promover el conocimiento y el acomodo de la diversidad religiosa en un marco de diálogo, fomento de la convivencia y lucha contra la intolerancia y el discurso de odio. Finalmente, el proyecto “COMIMPACT: Impacto social del tratamiento informativo para la igualdad de género desde las evidencias científicas Instituto de las Mujeres” explota las posibilidades del audio como hilo conductor y argumento para visibilizar la importancia de la mujer en la investigación y la divulgación de evidencias científicas.
En algunas escuelas de Finlandia llevan años trabajando la empatía. Y es clave, pero quizás también lo sería colocarla en otros “espacios” y junto a otros interlocutores que dejaron tiempo atrás la escuela: políticos, directivos, “tomadores de decisiones”, gurús… Creo que la asignatura pendiente, sin duda, es esa. Y tenemos buenos maestros. Jon Steinbeck: “Solo puedes entender a la gente si la sientes en ti mismo”. Pero ¿lo intentamos? Steven Covey: “Trata de comprender antes de ser comprendido”. ¿Lo hacemos? O, ya que hablamos de política y políticos, Abraham Lincoln: “No me gusta esa persona. Necesito conocerla mejor”. Hace unos años, publiqué un libro sobre mi estancia con el pueblo rarámuri en el norte de México. Antes de acceder a la sierra, le pregunté a un sacerdote jesuita que conocía bien a esos pueblos: ¿Qué consejo me darías? Lo que me dijo se lo cuento cada año a mis estudiantes del Grado de Periodismo de la UAB: “Ves con los ojos bien abiertos, con los oídos bien abiertos y con la boca bien cerrada”. Quizás, paradójicamente, este es el inicio del diálogo que nos falta: dejar de “decir” para comenzar a “escuchar”. O al menos, bastaría, tratar de intentarlo.