Un nuevo curso escolar trae siempre de la mano nuevos retos; y aunque en el imaginario colectivo se antojen académicos y logísticos: mayor esfuerzo en el estudio, tiempo extra para aprender lecciones, asignaturas quizá más complicadas, traslados del aula a extraescolares… lo cierto es que los desafíos para gran parte de las familias van más allá. El gasto que supone para los hogares más vulnerables la vuelta al cole trae muchos quebraderos de cabeza. Mucha impotencia.
Sabemos que el regreso a las aulas no es igual para todos y todas; que mientras unos aterrizan tras un verano de experiencias, viajes y ocio; otros lo hacen cargando una pesada mochila que acumula el no haber podido disfrutar de vacaciones, más la carga emocional adicional que supone para las familias afrontar los gastos asociados a educación, como es el material escolar y, muy especialmente, el comedor.
El curso ha comenzado sin que toda la infancia vulnerable tenga garantizado el uso y disfrute del comedor escolar. Las ayudas para este espacio tan solo llegan al 13,14 % de la infancia vulnerable, cuando la pobreza y el riesgo de exclusión social alcanza al 34,5 % de la infancia y adolescencia. Más de un millón de niños y niñas no cuentan con beca este año y deberán encontrar una opción alimentaria fuera del aula. No es tarea fácil.
La alternativa no es sencilla porque muchas de las familias que no consiguen beca cuentan con pocas opciones en casa. Un millón doscientas mil familias tienen dificultades o muchas dificultades para llegar a fin de mes. Sabemos que sus neveras no siempre contienen los nutrientes adecuados que necesita cualquier niño y niña para crecer fuerte y sano. De hecho, más de medio millón de niños, niñas y adolescentes no pueden permitirse comer carne, pollo o pescado -o su equivalente proteico- cada dos días. Son cifras estremecedoras, más aún conociendo que las administraciones no aseguran poder paliar esta carencia con el uso del comedor escolar.
Si el niño o niña ha dejado atrás primaria y ha empezado a estudiar ESO, todo se complica. Aunque tratasen de hacer grandes esfuerzos económicos para asegurar una plaza en el comedor del colegio, no podrían. Apenas el 16,7 % de los centros educativos de ESO cuentan con comedor escolar, lo que se traduce en una bajísima asistencia, que no llega ni al 3 %.
En Educo nos preocupa especialmente esta carencia porque la adolescencia es un periodo crítico marcado por importantes cambios no solo a nivel físico, sino también emocional y psicológico. Se debe cuidar especialmente la alimentación pues los requerimientos calóricos son superiores a cualquier otra edad; la energía para hacer frente a los cambios aumenta y es importante continuar fijando buenos hábitos alimentarios.
La ausencia de opciones de comedor escolar que sufre la adolescencia puede incidir directamente en su salud. Es fácil, y sucede en muchas ocasiones porque lo hemos comprobado con muchas familias, que los chicos lleguen a casa y estén totalmente solos. Normalmente los progenitores trabajan y es frecuente que les dejen tuppers preparados, o que se dé la opción de que ellos se preparen algo rápido. La ausencia de una persona adulta de confianza en el hogar durante este tiempo puede afectar e incidir directamente en que el menú no sea lo más nutritivo y saludable que debiera. También, no podemos obviarlo, en que se haga mayor uso -o abuso- de las pantallas.
El comedor escolar garantiza una alimentación saludable adaptada a sus necesidades, pero además les proporciona otros beneficios ya que el espacio de mediodía es un lugar para la educación, la protección y la formación de valores, la socialización y el ocio, claves en el derecho a la educación. Además, sabemos que son muchos los y las adolescentes que echan de menos ese tiempo de ocio con sus pares para desarrollar habilidades comunicacionales y seguir tejiendo relaciones.
Muchas veces se achaca la falta de este espacio a la jornada intensiva de los institutos, entendiendo que, una vez acabado el periodo lectivo, lo lógico es que el centro cierre hasta el día siguiente. Nosotros defendemos que el comedor escolar debe estar dentro del proyecto educativo de cualquier centro porque forma parte del derecho a la educación, de todos: niños y niñas, pero también adolescentes. Esto debería ser así independientemente del tipo de jornada.
Por tanto, si queremos asegurar el derecho a la educación no podemos olvidarnos de los comedores. La capacidad de rendimiento depende en gran parte del acceso a una correcta alimentación. La inversión en educación debe incluir los elementos necesarios que garanticen la equidad que permita la compensación de las desigualdades de origen -mismas opciones independientemente de lo llena que se encuentre la nevera en sus hogares-. Que la adolescencia pueda tener la opción de beneficiarse del comedor escolar debe ser prioritario.