En sus libros, capta el momento. Toma la instantánea. La analiza. La describe. Navega en los porqués. Y, otra vez, como siempre, sale a cazar detalles. Y desde ellos nos lleva al argumento perfecto. Así, edifica textos breves o largos, pero siempre corrosivos. Desordenan y ordenan; aclaran y confunden; convierten las respuestas en preguntas (que nunca nos hicimos). Todo al mismo tiempo. Y lo hace a partir de un ritmo y una melodía que son creación exclusiva del autor, marca de la casa, alquimia “periodístico-literaria”.
Paro de escribir. Y llamó a Jordi, un amigo músico. Le pregunto cómo se escribe la música. “Lo más complicado es la conjunción exacta de tres ingredientes: ritmo, melodía y armonía”, me cuenta. Vuelvo a la pantalla. Delante, un ejemplar de Ahorita subrayado, marcado, garabateado. Creo que no es certero (ni ecuánime) decir que Martín Caparrós es un escritor, un periodista, un cronista o un reportero. Es insuficiente. Sus textos no se leen, suenan. Tienen música. Y, por tanto: poesía. En una charla —celebrada en la Casa América de Barcelona— encendió su portátil y ante una hoja en blanco, le escuché decir algo así: “Aquí me siento en mi mundo, en mi territorio, en mi lugar”. Estaba sentado en uno de los extremos y no podía verlo bien. Pero hoy creo que no era un documento “nuevo” de un procesador de textos. Lo que había allí era una partitura en blanco.
Martín no es un escritor (ni ninguno de sus derivados). Entonces, ¿qué es? No lo sé. Seguramente nadie lo sabe porque Caparrós supera esas categorías teóricas que a él —como su título de Licenciado en Periodismo— le importan un carajo. Omar Rincón, periodista y crítico televisivo, defiende que existe el “género Caparrós”. Esto es: Caparrós es un género en sí mismo. Seguramente, Martín ni se lo plantea. Le preocupa poco. O nada. Simplemente, va por ahí. Se mueve. Mira. Pregunta. Escucha (“Me gusta mucho escuchar”, dice). Estudia. Analiza. Captura “principios”. Y luego sigue vagando por este mundo —que ya nos contó en La Historia, Los Living, La crónica, Postales, El Hambre, Contra el cambio, Una Luna, Larga distancia, Ñamérica y muchos otros… — para escoger y juntar con precisión las palabras, con la excusa (y el anhelo) de escribir.
“¿Qué es escribir?” —le preguntó un estudiante de Periodismo. “Elegir las palabras adecuadas. 600 veces en un artículo de 600 palabras”. Algo así defendió Martín al recoger el Premio Itaca 2019 que le concedió el Máster en Periodismo de viajes de la UAB. Sus textos son colecciones de decisiones. Cada palabra, una “determinación definitiva”. Dijo Borges que hay que tener cuidado al elegir a los enemigos porque uno termina pareciéndose a ellos. Tal vez también uno acaba pareciéndose a sus palabras —las que escribe y las que dice—. Más quizás a las primeras que se quedan, que no se van. Las otras, a veces, ni uno mismo las recuerda o las quiere acordar. Escritas perduran. Muchas veces, lo que se dice de uno es lo que se escribe de uno. O lo que uno escribe de uno mismo o de cualquier otro, persona o asunto.
El consejo borgiano es cierto: uno termina pareciéndose a sus enemigos. Y seguramente pasará lo mismo con las palabras. Con las dichas y con las escritas. Con las que escogemos. Al final, nos parecemos a ellas. O quizás, al revés. Caparrós nos lo recuerda en cada uno de sus textos. Hoy, ahora, ahorita.
Creo que hoy día sería muy necesario y muy fácil usar la eponimia. Este “juego” lingüístico tan presente en “tiempos antiguos”, aludía a un concepto, un objeto o incluso a una época a partir del nombre de una persona o de un lugar. Así, la palabra precisa para designar al buen (o quizás, al mejor periodismo) estaría (está) hoy y desde hace ya un tiempo muy clara. El epónimo de ese periodismo de calidad debería ser (es): caparrosiano.
Hoy, un diciembre de 2024, la versión electrónica del Diccionario de la Lengua Española de la RAE sigue sin incluir el epónimo: caparrosiano. Están, no obstante, el de buganvilla, baremo, bechamel, begonia, boicot, dalia, fucsia, guillotina, marxismo, mausoleo, mecenas, dirigible, saxofón, sándwich, orfeón, quinqué, silueta, sadismo y hasta premio Nobel o tendón de Aquiles, entre otros. Pero todavía, no. No estaba ese que hace referencia a un periodismo sagaz, poético, cautivador, directo, único, de calidad: caparrosiano.
Y sería bueno incluirlo ya, hoy mismo; antes que nada.
(Fragmento adaptado del libro Periodismo y viajes. Manual para ir, mirar y contar, de Santiago Tejedor, Ediciones UB, 2021).