Desde hace algún tiempo —creo que desde que empecé a sumergirme en el mundo de la fotografía— me resulta difícil expresar ciertas emociones si no es acompañada por una imagen. Igual es que lo visual ha entrado en mi vida para quedarse, y seguro que Héctor y su autismo tienen mucho que ver. Desde que él era pequeño entendí que el mundo en imágenes nos facilitaba la vida, y no solo a él, sino a todos los que lo rodeábamos. Me aferré a mi cámara de tal modo que ya no puedo pensar la vida sin ella. Son de esos cambios en forma de plus que la diversidad ha aportado a mi vida, a la nuestra.
Precisamente de una foto quería hablar hoy. De una imagen, de un instante, de un detalle inmortalizado para siempre, que habla de personas, que traspasa la mirada por toda su humanidad.

Ayer fue un día muy especial. Por fin, después de algunos meses, pude desvirtualizar a Carolina Buriticá y a su hija Victoria. Por fin, después de algún que otro intento anterior. Fui al encuentro acompañada de Marcos, Héctor y Lucas, estos dos últimos mis hijos menores. Estaba algo intrigada por cómo resultaría el encuentro, porque era la primera vez que nos veíamos, y los chicos están ya en una etapa adolescente —o casi—, así que con ellos nunca se sabe.
No hicieron falta muchas presentaciones: la conexión fue buena desde el minuto cero. Victoria es una niña muy extrovertida y enseguida se hizo un hueco entre ellos dos. De manera muy natural, tomaron asiento para nuestras primeras fotos en un entorno muy singular y pintoresco. Carolina le dijo a Victoria que se quitase las gafas, porque se ve que, a ella, muy coqueta, le gusta verse sin ellas en las fotos. Y antes de que pudiera subir el brazo, ya Héctor, con mucho atino, mimo y cuidado, se las había quitado para facilitarle la tarea.
PA TA TA, PA TA TA… y en tres disparos tenía mi pequeño tesoro.

A priori, este gesto natural de Héctor podría pasar desapercibido en cualquier otro chico, pero no en él. O no para mí, que lo conozco. Aunque muchas veces creo que solo conozco una parte, y me encanta redescubrirlo de este modo. Héctor, por su complexión física, su tamaño, y su manera de interactuar, muchas veces resulta un poco bruto, especialmente con niños más pequeños. Por eso me genera mucha tensión cuando se empeña en ir a los parques infantiles que tanto le gustan. Nunca ha sucedido nada que justifique ese miedo, pero mi instinto me dice que, tal vez, no fuese lo suficientemente cuidadoso llegado el caso.
Por eso hay situaciones que hacen estos regalos: desmontan mis miedos, derriban falsos mitos y prejuicios que llevamos en el ADN, y muestran, una vez más, que cuando uno intenta por todos los medios brindar las mismas oportunidades, es por algo. Y aquí, un reflejo.
Hay circunstancias donde no deja de sorprenderme y reeducarme en mis propias creencias
Cuando era pequeño, tenía la suerte de que algunas compañeras de clase me mostrasen un Héctor que yo no conocía. Porque en el contexto escolar, con sus iguales, yo no sé cómo actúa. Y él nunca me lo ha podido contar. El desarrollo en esos entornos le ha dado herramientas que yo nunca le habría podido ofrecer, ni a él ni a sus compañeros. Y ahora veo que hay circunstancias donde no deja de sorprenderme y reeducarme en mis propias creencias. Por eso puedo decir que doy las gracias por pensar que el camino elegido —ese que aboga por sus derechos— ha sido hasta ahora acertado, con mayor o menor sufrimiento.
La tarde transcurrió entre paraguas, columpios, toboganes, paseos entre jardines, fotos, alimentar a los patos y una pausa final para merendar. Una tarde para ponernos al día, entre las dos, de nuestras luchas diarias y batallas que quedan por librar. Fue al llegar a casa, mientras repasaba esas fotos, que empecé a pensar en todo esto… y en algo que me desveló toda la noche: ¿Qué sucede realmente para que Victoria, esa niña de 8 años tan dulce, alegre, extrovertida, no pueda estudiar con sus iguales en el aula? ¿Qué le ocurre a la escuela para que crea que debe segregarla? ¿Hay acaso algo en ella que lo impida?
Me lo pregunto… y a la vez me doy la respuesta: No. No lo hay.
No es ella el problema. Ella es perfecta como es. El problema está en el sistema, en el equipo directivo, en el equipo de orientación, en la inspección educativa, en la propia Administración que legisla para excluir. El problema es de otros. De quienes no creen en sus derechos ni en su valor como ser humano. Las barreras son otras. No están en ella. Pero es a ella a quien le niegan el poder educarse como una niña más de 8 años, con sus iguales. Y esa losa pasa una factura muy grande a nivel personal, familiar y como sociedad.
Su madre está agotada de pelear, de reclamar, de pedir justicia, mientras el tiempo pasa y no vuelve para Victoria. Y todo su entorno, al final, se ve afectado. Porque nadie puede pasarse la vida luchando y, además, disfrutar de una merecida maternidad. Esa que tantas veces añoramos. Abogada, maestra, asistente personal, enfermera, trabajadora social, amiga, animadora de eventos que van viniéndose a menos… Son muchas exigencias para un solo cuerpo.
Y Victoria debería disfrutar de su madre como lo hizo durante los tres primeros años de su etapa educativa, cuando era una más en su grupo de iguales, y todos esos compañeros la achuchaban por ser una niña maravillosa.
De todo eso habla esta sesión de fotos.
Del descubrir y del añorar.
Del celebrar y del reclamar.
De la “suerte” de dónde uno nace y cómo luchar para que el destino sea otro.
De querer y de crear una escuela que respete y valore.
Porque todos tenemos nuestro lugar en el mundo, y a menudo, los que mandan olvidan lo fundamental: que los derechos no son opinables ni cuestionables. Los derechos están para cumplirse.