Si alguien escucha estas dos palabras —renovación pedagógica— es muy posible que tienda a situarse en un pasado educativo presidido por la esperanza de una educación transformadora y que evoque los movimientos de renovación pedagógica, tan característicos del final del franquismo o de la transición, o las realizaciones educativas de la Segunda República o, aún más lejano en el tiempo, el influjo de la Institución Libre de Enseñanza.
En cambio, si oye hablar de innovación educativa, terminología tan de moda ahora, el panorama o la perspectiva que se tiende a imaginar será el de la escuela no ya del presente, sino del futuro. Efectivamente, la actual proliferación en la terminología pedagógica y en los medios de comunicación y redes sociales de la “innovación educativa” trae de su mano, bien asida, la evocación en el imaginario colectivo de una escuela del futuro, una nueva escuela visionaria, fresca, diferente y con soluciones casi milagrosas.
El problema, como dice Marina Garcés, es que esa escuela no la está pensando la comunidad educativa ni los representantes de la ciudadanía elegidos democráticamente, sino las grandes empresas tecnológicas y de comunicación, los bancos, las campañas de marketing y el algoritmo de las redes sociales. Gracias a su brillo, a buena parte de esa innovación educativa ni siquiera le hace falta advertir que acaba siendo excluyente porque se fundamenta en la individualización de los talentos, pero sobre todo en la individualización de recorridos vitales, en un marco de competición entre escuelas, lo que acaba por separar a los menores por clases sociales y aplasta la igualdad y la cooperación.
Efectivamente, la idea de crear esta red universitaria surge en un ambiente educativo caracterizado por una marea de iniciativas, adjetivadas como innovadoras, que ha convertido muchos cambios superficiales en la educación en un escaparate luminoso y con mucho ruido en el que se ofrece un espectáculo de propaganda tecnológica y, a veces, de segregación disfrazada con nomenclatura lo más inglesa posible (gamificación, mindfulness, coaching educativo, etc.).
La comunidad educativa asiste a esta eclosión de relatos sobre innovación educativa, que se difunden en foros mediáticos, comerciales e institucionales, pero que, en el fondo, dejan intacto el conservador modelo pedagógico escolástico y el dispositivo hegemónico neoliberal que lo concreta en las aulas, que esconde que toda educación es un acto político, como señalara Freire.
Hay una considerable confusión con el término innovación educativa, probablemente el más atractivo en el lenguaje educativo actual, el que más vende. Hoy llamamos innovación educativa tanto a cualquier incorporación tecnológica o a propuestas metodológicas que contribuyen a alimentar las tesis de la educación eficiente o de la trivialización educativa, como a propuestas y a realizaciones ejemplares de comunidades educativas que trabajan para poner la escuela al servicio de un proyecto social y cultural emancipador. Las primeras se adjetivan más fácilmente como innovadoras, tienen esa etiqueta bien visible.
De la mano de autonombrados gurús educativos o de docentes premiados por corporaciones empresariales y de la banca (que ahora van de gira de espectáculo en espectáculo, vendiendo libros de autoayuda pedagógica) llega la última moda educativa, como si la labor educadora no fuera una tarea colectiva de toda la comunidad educativa, una relación de descubrimiento pausada y en profundidad, un viaje reflexivo y a largo plazo, sino un conjunto de recetas “milagrosas” que brillan un instante efímero en las redes sociales, pero que ayudan a conformar una mentalidad social en la que la educación se va configurando no como un bien común, sino como un producto que se compra y sirve para marcar diferencias y exclusiones, a la vez que se torna en una versión muy limitada de lo que puede ser.
De este modo, esa innovación no plantea preguntas, solo respuestas enlatadas en libros de texto —impresos o electrónicos— o en aplicaciones de multinacionales privadas que brillan en pantallas. No impulsa críticas al sistema, solo adecuación esforzada al mismo. No propone pensamientos divergentes que cuestionen los fundamentos del capitalismo y la desigualdad, solo aprendizaje de lo ya establecido. No se enseña a empatizar con quien es diferente, sino a competir contra el otro para ganar. La educación se convierte en una inversión a la que se la exige rentabilidad en el futuro laboral y comercial. Son esos conocimientos instrumentales los que priman en este tipo de innovaciones comerciales: lenguaje para servir y repetir, no para preguntar y cuestionar; matemáticas para calcular cómo aumentar los beneficios, no para replantear como repartir los recursos de una forma más justa; historia para venerar a los vencedores, no para escandalizarse de las atrocidades, las guerras y la violencia que los ha acompañado y cómo se han formado las grandes fortunas y las naciones; ciencias naturales para aplicar la ciencia de forma más eficiente al extractivismo capitalista, no para aprender cómo decrecer en el consumo y destrucción de un planeta que se está saqueando más allá de sus límites naturales. Desaparecen los cuidados, el pensamiento crítico, la educación integral, tan proclamados en constituciones y declaraciones de derechos.
Frente a este modelo de marketing y venta de “innovación educativa”, la Red Universitaria de Renovación Pedagógica apuesta por una innovación con memoria histórica democrática y atenta al contexto y al entorno sociocomunitario de cada centro, vinculada con la realidad social y cultural de los barrios y los pueblos para dar respuestas y soluciones a los problemas que les acucian, con un compromiso de apoyo a la comunidad educativa y al equipo docente para transformar la educación en un movimiento de emancipación y lucha social por los derechos y la convivencia en igualdad en cada contexto.
Toma como finalidad la defensa de la escuela pública, la única que garantiza el derecho a la educación de todos los ciudadanos y ciudadanas independientemente de su origen, su capacidad y su situación social y económica, la que puede promover la cohesión social sin exclusiones —un modelo que aún no ha podido llevarse a cabo, como advierte Julio Rogero, uno de los referentes de los MRPs—, el rechazo de la segregación educativa y el afán por construir comunidad educativa y desarrollar una educación integral y la autonomía del alumnado, apostando por educar para la democracia, la justicia social, la equidad y el bien común.
Quienes integramos la Red somos conscientes de que no existen apenas espacios de reflexión y debate público donde se dote de significado crítico a conceptos depauperados por las modas pedagógicas y se discutan los modelos didácticos que se fomentan o se obstaculizan desde las políticas públicas de educación o desde los intereses de las fundaciones que esconden la mano y la financiación interesada de las empresas. También conocemos que en la formación del profesorado es difícil encontrar iniciativas dedicadas al análisis y evaluación crítica de la filosofía, el desarrollo y las consecuencias de las llamadas innovaciones educativas que se difunden como mantras en los medios.
Mientras, constatamos que existe, hoy mismo, una renovación pedagógica crítica y comprometida socialmente en algunas escuelas e institutos, así como en algunas experiencias universitarias, basada en el saber práctico de maestros y maestras, de profesorado, que, junto a sus comunidades educativas, buscan liberarse de la presión de esta idea de educación de “marca”, obsesionada por el valor de cambio, por la trivialización, las apariencias y las etiquetas, que nos vende el mercado y los gurús en charlas TEDx.
Vemos como ahí continúan los Movimientos de Renovación Pedagógica, el MCEP inspirado en Freinet, y otros colectivos que prosiguen esta lucha por la transformación profunda del sistema educativo público y de la práctica educativa relevante. Ese conjunto de escuelas y de comprometidos maestros y maestras, que viven su profesión y la realizan con un indudable compromiso ético, que defienden los derechos de la infancia sin exclusión, a pesar de las dificultades, deben ser, en palabras de Jaume Martínez Bonafé —otro de los referentes de los MRP—, la ventana a la que se asomen los responsables académicos y políticos para inspirar sus políticas y saberes de innovación educativa transformadora y crítica.
A eso quiere contribuir la Red Universitaria de Renovación Pedagógica: a recuperar el sabor de la buena educación, esa que esconde un aliento utópico que recorre nuestra historia. Y con ese brillo en la mirada, con el de la utopía necesaria, hemos tomado la decisión de proclamar la urgencia de una innovación con alma, con historia, con ética, con sentido y con compromiso y llevarla a la formación inicial del profesorado y a la colaboración con quienes están con los brazos arremangados en esa tarea.