La desaparición del régimen de Assad ha dejado a sus aliados tradicionales, como Rusia, Irán y Hezbolá, en una situación de vulnerabilidad estratégica. Durante años, estos actores fueron clave para mantener al gobierno sirio en el poder. Ahora, enfrentan el reto de replantear sus estrategias para proteger sus intereses en el territorio sirio y en el resto de Oriente Medio.
Rusia, que ha invertido recursos militares y económicos significativos para sostener a Assad, busca ahora consolidar una posición de influencia sin verse arrastrada a una nueva escalada de conflicto. Moscú ha iniciado conversaciones discretas con Turquía y actores del Golfo Pérsico para negociar una transición política que garantice la permanencia de sus bases militares y su presencia en el Mediterráneo. Irán, por su parte, enfrenta un panorama complicado. La caída de Assad amenaza su corredor estratégico hacia el Líbano y su capacidad de suministro militar a Hezbolá. Teherán ha redoblado su apoyo a milicias afines en Irak y Siria para mantener una presencia militar activa en la región y contrarrestar la influencia de Estados Unidos e Israel.
Hezbolá, el brazo armado más poderoso de Irán en la región, enfrenta ahora una crisis existencial. Sin un régimen aliado en Damasco, su logística y capacidad operativa se ven comprometidas, lo que podría debilitar su posición en el Líbano y en el sur de Siria, donde ha mantenido una presencia militar significativa. Mientras tanto, Turquía ha reforzado sus operaciones en el norte de Siria, buscando consolidar una zona de seguridad que le permita contener a los kurdos y evitar un flujo masivo de refugiados hacia su territorio. Ankara también ha intensificado sus contactos diplomáticos con Rusia e Irán para evitar un enfrentamiento directo y salvaguardar sus intereses estratégicos.
Estados Unidos, aunque ha mantenido un perfil bajo tras la retirada de la mayoría de sus tropas, sigue ejerciendo presión diplomática para evitar que Rusia y Turquía monopolicen el proceso de reconstrucción y transición política. Washington también continúa apoyando a milicias kurdas en el noreste de Siria, lo que ha generado tensiones con Ankara.
En este complejo escenario, Arabia Saudita y los Estados del Golfo han mostrado un renovado interés en participar en la reconstrucción de Siria, buscando influir en el futuro político del país y limitar el alcance de Irán. La competencia por el control de los recursos energéticos y los corredores comerciales será un elemento clave en las negociaciones futuras. En conjunto, estos movimientos reflejan una lucha constante por el poder y la influencia en Oriente Medio, donde las alianzas son frágiles y los intereses a largo plazo se enfrentan a realidades cambiantes y conflictos persistentes.
La alarmante intervención militar israelí
Ante el vacío de poder, Israel intensificó sus operaciones militares en Siria para evitar que arsenales estratégicos cayeran en manos de grupos extremistas. En pocos días, las fuerzas israelíes llevaron a cabo más de 350 ataques aéreos, destruyendo sistemas antiaéreos, aeródromos militares y almacenes de armas. El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, justificó estas acciones como necesarias para garantizar la seguridad nacional.
Sin embargo, estas operaciones han sido objeto de duras críticas por parte de organizaciones internacionales y gobiernos extranjeros, que acusan a Israel de violar el derecho internacional y agravar la crisis humanitaria en la región. Los ataques indiscriminados sobre infraestructura clave han dejado a miles de civiles en condiciones desesperadas, mientras que los informes de víctimas civiles han suscitado preocupaciones sobre posibles crímenes de guerra.
Además, el contexto político de Israel no puede ignorarse. Benjamin Netanyahu enfrenta una orden de detención internacional emitida por el Tribunal Penal Internacional (TPI), vinculada a presuntos crímenes de guerra en los territorios palestinos ocupados. La continuidad de sus políticas agresivas en Siria es vista por muchos analistas como un intento de desviar la atención de sus problemas legales internos y consolidar su imagen de liderazgo fuerte ante sus bases políticas más conservadoras.
La intervención internacional y la retirada rusa
La intervención rusa en Siria, un pilar del sostenimiento del régimen de Assad, también se ve afectada. El presidente Vladimir Putin solicitó asistencia a Turquía para asegurar la retirada ordenada de tropas y equipos militares. Esto pone de manifiesto la complejidad del tablero geopolítico y la necesidad de replantear alianzas en un contexto cada vez más incierto.
En paralelo, varias naciones europeas han expresado su preocupación por la posible dispersión de combatientes extremistas hacia el continente, lo que ha llevado a reforzar los controles fronterizos y a convocar reuniones de emergencia en la OTAN. Estados Unidos, por su parte, ha intensificado sus labores de inteligencia y operaciones encubiertas para garantizar la estabilidad regional.
Perspectivas futuras
La caída del régimen ha intensificado la crisis humanitaria. Miles de personas han sido desplazadas y las comunidades que antes apoyaban a Assad, como las de Saida Zeinab en el sur de Damasco, temen represalias por parte de facciones rivales. El temor a un ajuste de cuentas y la falta de un gobierno estable han generado un clima de incertidumbre que se extiende por todo el país. Organizaciones internacionales de ayuda humanitaria han solicitado un acceso seguro y sin restricciones para entregar suministros básicos a las zonas afectadas. Sin embargo, la falta de seguridad y el control fragmentado del territorio han dificultado estas operaciones, agravando aún más la situación de los civiles.
Con la formación de un gobierno de transición liderado por Mohammed al-Bashir, Siria se enfrenta al enorme desafío de reconstruir su infraestructura y estabilizar su política interna. La comunidad internacional sigue de cerca estos desarrollos, consciente de que cualquier error podría reavivar el conflicto y generar aún más inestabilidad en una región históricamente volátil.