Se cumple un año del ataque de Hamás que acabó con la vida de 1.180 israelíes, además del secuestro de 251 rehenes (más de cien todavía no han sido liberados). Desde el mismo momento del ataque, la reacción de Israel fue totalmente desmedida. En lugar de una respuesta quirúrgica y contra objetivos claros, el gobierno israelí optó por la animalización y la brutalización de toda la población palestina de la Franja de Gaza, entendiendo que cualquier víctima valía la pena si se conseguía lo que, en principio, era su objetivo principal: la destrucción total de Hamás. El resultado ha sido el asesinato de más de 40.000 palestinos en Gaza, incalculables desaparecidos bajo los escombros, más de 750 muertos en Cisjordania y más de dos mil en Líbano.
Más que propiamente la jornada del 7 de octubre de 2023, fue la reacción posterior de Israel la que nos recordó la naturaleza de un conflicto que lleva vivo tres cuartos de siglo y que posee evidentes connotaciones xenofóbicas y supremacistas. La desproporcionada reacción, que aún continúa, no solo no calmó la situación en la región (¿quién podía esperar tal cosa?), sino que avivó las llamas de un conflicto que se ha ido extendiendo no solo en la intensidad y en el tiempo, sino también geográfica y políticamente.
Así, al cumplirse un año de esta nueva ofensiva, Israel ya no solo ha arrasado casi cualquier edificación en Gaza, causando el desabastecimiento de prácticamente toda la zona y la muerte de miles de civiles, sino que el enfrentamiento con Irán y con Hezbollah le ha llevado a tensar la cuerda hasta el punto de que, a día de hoy, el Líbano (un Estado independiente y soberano, cabe recordar) comienza a estar gravemente afectado por el conflicto.
No hace falta irnos muy lejos en el tiempo para vislumbrar la expansión del conflicto. Hace apenas unas semanas, Israel sorprendió con la detonación de buscas y otros dispositivos electrónicos que causaron la muerte de cientos de personas en el Líbano. Estos dispositivos estaban en posesión, al menos en su inmensa mayoría, de miembros de Hezbollah, pero su detonación masiva y en entornos públicos ha causado también muertes y heridos entre la población civil, ¿alguien dijo daños colaterales? Sí, quienes defienden estos ataques consideran que, más allá de la máxima de que el fin justifica los medios, es prácticamente inevitable incurrir en la muerte de civiles si los objetivos se escudan en ellos. No obstante, incluso aún asumiendo que parapetarse entre civiles es un modus operandi típicamente terrorista, ¿no se supone que un Estado de derecho se distingue por su proporcionalidad? Porque si aún creemos que in dubio, pro reo, aún con más razón tenemos que creer que ante la duda, es preferible dejar marchar a un culpable que matar a un inocente, ¿o eso ya no es válido?
Por supuesto, los medios de comunicación generalistas no han tendido, por lo general, en ahondar mucho en la cuestión, más allá de incidir en lo espectacular de la operación. A la vista de este tipo de reacciones, recomiendo un ejercicio: si estas detonaciones hubieran sido organizadas por casi cualquier otro ejército, grupo o servicio secreto… ¿Cuánto tiempo habríamos tardado en pronunciar la palabra terrorismo? ¿Hasta dónde podemos extender el pretexto de los daños colaterales?
A la invasión terrestre del sur del Líbano comenzada por Israel unas pocas fechas después de su operación de detonación masiva de explosivos, Irán ha contestado con el envío de varios cientos de misiles que han impactado en suelo israelí. A su vez, Israel ha prometido devolver el golpe. La situación de guerra total parece acercarse cada vez más, a pesar de que todos parecen actuar como si fuera difícil de creer. Pero callar ante la masacre no es un buen negocio.
A todo esto, durante este año ya ha habido reclamos de la Corte Penal Internacional hacia el ejecutivo israelí, especialmente hacia su primer ministro y el ministro de defensa. Incluso en alguna ocasión, el gobierno de los EEUU ha amagado con limitar su apoyo a Israel si este cruza determinada línea (Aunque, ¿que padre acaba cumpliendo con firmeza sus amenazas hacia su hijo discolo?). Por supuesto, todo esto ha venido acompañado de frecuentes y recurrentes protestas en campus estudiantiles y en las calles de muchas grandes ciudades del mundo.
No obstante, Israel no se ha amilanado en ningún momento por todo esto. ¿Por qué? Por muchas razones. Hay razones geopolíticas y razones económicas. Pero también las hay ideológicas y comunicativas, que son las que podemos afirmar, porque se han mostrado muy clara y explícitamente. Básicamente: cualquier intento de limitar o censurar la actuación de de Israel es una muestra de complicidad terrorista e, incluso, una exhibición de antisemitismo. Por otra parte, es difícil echarse atrás si falta compasión, pero no la superioridad militar y política. En este sentido, no estaría de más referenciar las palabras que Maurizio Lazzarato cita y atribuye a un ex-general de brigada (retirado en 2006) del ejército israelí, Shimon Naveh. Este comentaba que: Nos enamoramos de lo que hacíamos con los palestinos, hasta el punto de acostumbrarnos. Ya sabes, cuando luchas en una guerra contra un rival que es inferior en todos los sentidos, puedes perder un soldado aquí y un soldado allá, pero siempre tienes el control total. Es bonito fingir que estás librando una guerra cuando en realidad no estás en peligro (¿Hacia una nueva guerra civil mundial?, Maurizio Lazzarato)
Así las cosas, y muy tristemente, al cumplirse el año de esta nueva etapa del conflicto israelopalestino, no hay un horizonte de salida y, habida cuenta de cómo están las cosas, casi parece que haya que agradecer que no haya estallado un conflicto global (¿Tercera Guerra Mundial?), aunque el coste en vidas humanas y en padecimiento generalizado esté siendo tan insoportable que mentiría si dijera que hay consuelo posible.
A tenor de cuales son las narrativas imperantes y la impunidad con la que el ejecutivo israelí sigue contestando de forma desproporcionada a cualquier afrenta (real o supuesta), apenas se puede confiar en que una sobrevenida casualidad, o un interés mayor que ahora se nos pase por alto, pueda detener esta masacre. Una confianza estúpida, seguramente. Pero cualquier estupidez se antoja preferible a esta barbarie.
De mientras tanto, al menos quizás nos debamos el recordatorio constante de lo que está pasando, no olvidar lo que está sucediendo. Y nos lo debemos a nosotros mismos porque, sí, tal y como expresa Žižek a propósito de otro asunto, quizás necesitemos sentir que lo que sucede depende de alguna manera de nosotros para pensar que estamos al mando y que no está totalmente fuera de nuestro control. Tal vez sea todo una farsa, pero la conciencia debe sobrevivir de alguna manera. Al fin y al cabo, y muy por desgracia, el tormento parece que no se va a marchar por largo tiempo de Oriente Medio.