Hace unos días, el Ateneo de Madrid acogió una jornada en la que diferentes voces alrededor de la educación de personas adultas dieron testimonio del trabajo que en estos centros educativos dan respuesta al reto fantástico de ofrecer formación a lo largo de la vida. No solo para personas que, por ejemplo, llegan a España y necesitan aprender español, o aquellas que quieren retomar unos estudios que por h o por b abandonaron, sino también para aquellas que, simplemente, quieren aumentar sus conocimientos.
Iuliana, la alumna que intercambió álgebra por español
“Conocía el español pero no sabía ni papa”, dice Iuliana Stihari. Llegó a España desde Moldavia en 2005. Tardó años en regularizar su situación, pero en 2009 ya estaba en el CEPA de Entrevías sacándose la ESO. Aprender no era solo estudiar asignaturas, explica, sino que también era aprender un idioma con el que mejorar su situación.
“Hacíamos trueque”, recuerda esta antigua alumna, ejemplo del papel clave que tiene la formacion de adultos para miles de personas. Ella ayudaba con las matemáticas que recordaba bien de sus años de escolarización en Moldavia; sus compañeros, con el castellano. Todo esto en una comunidad sin prejuicios, donde cabían todas las razas, clases sociales u orientaciones sexuales. “Nos sentimos una piña”, explicaba.
Gracias a todo aquello pudo estudiar una FP de auxiliar de enfermería, entrar en la universidad (aunque no pudiera terminar), y hoy trabaja como profesional sanitaria. “Lo mejor fue que me abrió las puertas”, resume. Y no es poco.

La educación como derecho y como camino
Para Jaime Ruiz, de la sección de educación del Ateneo, la educación no se limita a una etapa de la vida, es una herramienta vital “para toda la vida”. Eduardo Cabornero, exdirector del CEPA de Entrevías jubilado, hizo un repaso por la educación de personas adultas, conocida internacionalmente como Adult Learning and Education. Una modalidad reconocida por la UNESCO desde los años 90 como parte esencial de la formación permanente.
En España, su historia se entrelaza con las luchas obreras y sociales, desde las escuelas nocturnas de la Revolución Industrial hasta las experiencias libertarias de Ferrer i Guardia, las Misiones Pedagógicas o las iniciativas vecinales de mujeres en barrios periféricos. Cabornero recordó que la red de centros CEPA nació en los 80, con la descentralización autonómica, para dar una respuesta formal a ese derecho. Hoy, sin embargo, sigue esperando su lugar real en el sistema.
“Lo vivo como una riqueza personal”, dijo este docente que ha visto pasar por sus aulas una pluralidad de perfiles imposible de encontrar en otro ámbito: “De nacimientos, edades, clases sociales”. Todo eso hace de la educación de adultos un espacio profundamente humano.
En el corazón de la exclusión: la mirada de las UFIL
Para Laura Malato, docente en la UFIL 1º de Mayo, de Leganés y con más de 40 años en educación, 25 de los cuales en programas de segunda oportunidad, el reto tiene nombres concretos: chicos y chicas con historias de fracaso escolar, desarraigo, desigualdad, maltrato, migración forzada. “Están enfadados con el mundo, no contigo”, explicó. Las UFIL (Unidades de Formación e Inserción Laboral) acogen a jóvenes de entre 16 y 21 años que han quedado fuera del sistema ordinario. Se trata de lo que se conoce en otras comunidades autónomas fuera de Madrid como centros de segunda oportunidad, de cuya red, de hecho, forman parte. Aunque se diferencian por ser los únicos centros públicos de todo el Estado.
La clave de su funcionamiento y éxito está en la flexibilidad y el enfoque holístico: ratios bajas, tutorías constantes, actividades complementarias y programas orientados a la inserción laboral y social. Según explicó, el 82 % de su alumnado certifica y el 50 % encuentra empleo. Pero más allá de los números, hay historias: chicos desorientados que, dos años después de cruzar sus puertas por primera vez, se responsabilizan de su vida y se sienten parte de algo. Eso también es éxito.
El aula como refugio y trampolín
Eva Romero, maestra y secretaria del CEPA Entrevías, habla del aula como un lugar de acogida. Allí llegan personas sin escolarización, migrantes que no saben leer ni escribir ni en su lengua materna, ciudadanos excluidos. Habla de personas que no saben, siquiera, coger un bolígrafo para escribir. “Acuden con vergüenza, con miedo”, comentaba. La acogida, el respeto y el acompañamiento son tan importantes como la enseñanza.
A pesar de las dificultades estructurales —falta de profesorado, recursos escasos—, los avances son reales. “Muchos llegan sin saber coger un lápiz y terminan escribiendo frases y textos”. Pero, como comentaba, el aprendizaje no se mide solo en títulos: es compartir, conocer, salir de la soledad.
“Aprender es descubrir nuevas realidades, conocer otras costumbres, tradiciones, conocernos, compartir, hacer amigos, salir de la soledad”, defendió Romero en contraposición al hecho de que “la administración solo quiera resultados”.
Territorio, desigualdad y olvido institucional
Diego Redondo lleva 17 años en la educación de personas adultas. Lo ha vivido en Malasaña (barrio del centro de Madrid) y en la Sierra Norte de la comunidad, y sabe que no es lo mismo un CEPA urbano que uno rural, donde la dispersión geográfica, la falta de transporte o las cargas familiares impiden el acceso. Reclama mayor visibilidad y recursos. “Si callamos, no se sabrá que estamos”, advierte.
La educación a distancia puede ser una vía, pero requiere autonomía y formación docente. Las microacreditaciones podrían flexibilizar la oferta, adaptarla a las necesidades del territorio. “No es lo mismo Torrelaguna que Leganés”, recuerda. Y sin embargo, se legisla como si lo fuera.
En medio de estas tensiones, la pasión educativa persiste. “Hay gente que quiere aprender porque le gusta”, dice Diego. Eso deberia ser suficiente para que los CEPA tuvieran autonomía para ofertar formación mas allá de las titulaciones oficiales (graduado en ESO, acceso a universidad, etc.). Y lo ejemplificó con un curso que han sacado adelante sobre historia del Arte y el que, inicialmente, no pueden ofertar. La administración accedió tras ver que había 70 peticiones de matriculación.