No descubrimos nada al afirmar que la educación es un derecho fundamental. Como tampoco debería ser una novedad aseverar que el aprendizaje a lo largo de la vida, en una sociedad y un mundo tan cambiantes, además de un derecho, es una necesidad vital para todos. Sin embargo, al circunscribir esos derechos fundamentales y esa necesidad vital a los muros de una prisión, corremos el peligro de olvidarlo. Además, por si fuera poco, la educación entre los barrotes de una cárcel arrastra, per se, la paradoja irresoluble de preparar para la vida en libertad desde la ausencia de la libertad…
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