Un barco de madera de dos metros y medio por algo más de un metro, cuatro meses de construcción y catorce jóvenes implicados en el proyecto. Su destino es el patio de la Escuela Gornal, y los jóvenes que lo han construido son alumnos de la UEC Esclat-Bellvitge1. Estos son los datos básicos del último proyecto de Aprendizaje Servicio (ApS) que ha realizado uno de los Grupos Empresa de la UEC.
Pero, como es de esperar, detrás de estos datos hay mucha vida. Y muchas vidas. Empecemos por las últimas. Los catorce protagonistas (todos chicos) comparten algunos datos biográficos. El más común: haber abandonado el instituto antes de cumplir los 16 años. Conductas disruptivas, dificultades para seguir el ritmo de las clases, ausencias continuadas y sentirse fuera de lugar son factores que los han expulsado de la escuela, la institución diseñada para formar a todos. Cuando estos chicos hablan de su experiencia en el instituto, no pueden esconder un tono de amargura y rabia. La expresión “me fui rebotado” está en boca de todos.
Otra información biográfica que comparten es la experiencia reciente de empezar a ver el futuro con esperanza y de intuir que tienen algo que aportar a la sociedad.

Para que los jóvenes hayan podido cambiar el sentimiento de fracaso y la apatía con la que dejaron el instituto, ha sido fundamental un equipo educativo que ha hecho intervenciones acertadas. Y muchas. Aquí nos centraremos en una de las más potentes: pedirles ayuda para que se impliquen en tareas de mejora en las entidades del barrio. Sin menospreciar sus necesidades, los educadores destacan las potencialidades de los jóvenes y los colocan en situación de dar. Un hecho que sorprende y desconcierta a los chicos al descubrirse como personas capaces, con conocimientos, destrezas y valores que pueden poner al servicio de los demás. Deshacerse del rol de “mal estudiante” y colaborar con profesionales de entidades del entorno los sacude y les hace ver que pueden hacer muchas más cosas de las que pensaban.
Introducir la demanda de ayuda en la intervención con jóvenes que se consideran carentes de conocimientos y negados por los aprendizajes ha sido la medida más innovadora en la UEC. Todo empezó hace quince años, cuando, dentro de un proyecto de investigación universitaria, el equipo se comprometió a hacer una experiencia piloto de aprendizaje servicio que consistía en construir un taller de juego —una peluquería— para las clases de educación infantil de la escuela Joan XXIII. El impacto que esta experiencia tuvo en los jóvenes fue mayor de lo esperado. Por eso, al proyecto de “la peluquería” le han seguido muchos otros, como la construcción de un reloj solar en la fachada de un instituto de la ciudad, la creación de una vajilla decorativa para el restaurante del casal cívico del barrio, una tabla periódica hecha en cerámica para colgar en la pared de un instituto, la adecuación de una peluquería para una residencia de ancianos y otros proyectos de construcción de mobiliario y juegos para las escuelas de la ciudad.
El análisis de los aprendizajes, el impacto en la motivación y el autoconcepto, el compromiso del grupo, así como el efecto que el contacto con las entidades del barrio tiene en los jóvenes a la hora de proyectar su futuro, fueron factores determinantes para incorporar el aprendizaje servicio como metodología propia de la UEC. Esta decisión tuvo consecuencias tanto en el currículo académico como en la estructura de la UEC. La más importante: la creación de los grupos Empresa, formados por los jóvenes mayores, aquellos que tienen 16 años y están matriculados en 4ºde ESO.
Desde sus inicios, el eje central de los grupos Empresa ha sido el servicio que realizan a entidades del entorno. Aunque en los primeros años eran los educadores quienes presentaban la UEC a las entidades, el proceso se ha invertido y ahora son las propias entidades, conocedoras del buen hacer de los jóvenes, quienes solicitan su colaboración. Los chicos y chicas disponen de cuatro horas en su horario semanal para responder a los retos que se les plantean.
A lo largo de estos quince años, la mayoría de los servicios se han realizado en escuelas, un aspecto que no se puede menospreciar si recordamos que son jóvenes con trayectorias académicas marcadas por el fracaso. Volver a la escuela para contribuir y mejorarla permite iniciar procesos de reconciliación y, en algunos casos, tiene efectos curativos. Su acción siempre es bien recibida por los equipos directivos y las maestras con quienes se relacionan durante los meses que dura el proyecto. Y, sobre todo, termina con un acto de agradecimiento en el que se reconoce su trabajo bien hecho y su generosidad.
Hacer un buen proyecto siempre es un éxito. Muchas veces puntual. Pero mantener la apuesta a lo largo del tiempo, como lo ha hecho el equipo educativo de la UEC Esclat, tiene un mérito indiscutible. Y lo tiene porque implica tejer redes con las entidades del barrio, hacer realidad una pedagogía inclusiva que vincula a los jóvenes en entornos normalizados y hacerlo reconociendo su valía, elementos que permiten a los chicos confiar en el futuro y comenzar a pensar en proyectos de vida alejados de la marginación.
Y volvemos al barco y a la vida. La última semana de mayo es intensa. Los educadores lo saben. Saben que los chicos (y ellos) lo han vuelto a hacer. Un año más, han contribuido con su esfuerzo y habilidades a mejorar un espacio. Una escuela. Es momento de cerrar el proyecto, de dejar todo listo para ser instalado. Durante cuatro meses, la escuela Gornal ha estado muy presente en los dos grupos de Empresa. Mientras uno construía un barco pirata, el otro hacía una cabaña, una cocinita y dos armarios para guardar las bicicletas. Ahora, a medida que el proyecto se va cerrando, los educadores aprovechan cualquier ocasión para ayudar a los chicos a tomar conciencia de los aprendizajes realizados. Muchos recuerdan la cantidad de horas dedicadas a cortar maderas, tomar medidas, resolver imprevistos, negociar, ponerse de acuerdo y colaborar. No siempre ha sido fácil.
Y llega el día de la instalación. Sin contratiempos. Todo sale como estaba previsto. Al terminar, los jóvenes observan el patio y se dan cuenta de que es otro, que en unas horas lo han transformado.
Al día siguiente vuelven a la escuela. En el patio son recibidos con un largo aplauso por parte de los niños de educación infantil, sus maestras y la coordinadora del ciclo. Cada joven recibe, de manos de un niño, un diploma y una pulsera como agradecimiento por su trabajo. Pero más allá del protocolo, los pequeños están ansiosos por jugar. Tan pronto como las maestras se lo permiten, corren a ocupar el barco, la cabaña, a jugar con la cocinita y a comprobar que las bicicletas entran y salen fácilmente de los armarios.

Los chicos se sorprenden al ver que los niños dominan a la perfección el funcionamiento del barco. Mientras unos llevan el timón, otros controlan los alrededores mirando por el caleidoscopio, algunos vigilan desde proa, y un grupo numeroso se sienta en popa, escondiendo un tesoro de piedras y ramitas que recogen del patio.
Los adolescentes, más tímidos al principio, responden a la invitación de los pequeños a sumarse al juego. Pronto se encuentran rodeados de niños que les hacen comer en la nueva cocinita y les piden ayuda para cualquier cosa.
De regreso al Esclat, comentarios de satisfacción y orgullo por todo lo que han logrado como grupo, y emoción por el agradecimiento recibido. Pero conscientes de que es un agradecimiento sincero y merecido. Porque sí, el patio de la escuela Gornal es mucho más bonito que hace una semana.
Una manera extraordinaria de cerrar el curso. Y de despedirse de la UEC.
1 Recordemos que las UEC son un recurso contemplado dentro del sistema educativo catalán que está dirigido a chicos y chicas entre 14 y 16 años que no pueden seguir el ritmo académico y la dinámica de trabajo propia de los centros escolares ordinarios. Su currículo adaptado incluye una parte importante de actividades manipulativas que se llevan a cabo mediante talleres.