Hace semanas que se dio el pistoletazo de salida al curso escolar. Más tarde se han iniciado los Programas de Formación e Inserción (PFI), en los que participan jóvenes que, pese a haber finalizado la escolaridad obligatoria, no han obtenido el graduado escolar y buscan una salida que les permita incorporarse al mercado laboral a corto plazo. Más allá del deseo de encontrar trabajo, sus expectativas frente a la formación son inciertas y diversas. La mayoría comenta que tiene ganas de aprender «cosas que sirvan para algo», otros se muestran indiferentes, y otros desconfiados ante discursos que suenan demasiado bien para ser verdad.
Sin embargo, todos comparten la experiencia de haber sido malos estudiantes y cierta repulsa a lo que tiene que ver con el ámbito académico. Circunstancias que el profesorado conoce bien y que tendrá en cuenta en su intervención.
A diferencia de la escolaridad obligatoria, en los PFI existe un sesgo importante en cuanto a su composición. Mientras que en el PFI de Electricidad predominan, año tras año, los chicos, en el de Peluquería y Estética lo hacen las chicas. El curso que hemos ido a observar se imparte en ADSIS, una entidad socioeducativa (que, a menudo, acoge jóvenes que no han entrado en los PFI que ofrecen los institutos), y está formado por 15 chicas.
Las docentes, Clara y Gemma, dedican las primeras jornadas a facilitar el conocimiento entre las jóvenes del grupo: ejercicios que exigen, una y otra vez, repetir el nombre de las compañeras, o presentarse de forma amable: cada una dirá tres cualidades que la definen. Primera sorpresa: ¿Cosas positivas? Qué difícil. Es más fácil decir lo que hacemos mal. Y dinámicas para introducir el colectivo: pensad qué esperáis del grupo y qué podemos aportar cada una.
Pero también estos primeros días deben ponerse las bases para la convivencia y presentar el horario y las asignaturas. Normativa y materias, dos elementos que en la trayectoria escolar de las jóvenes han sido fuente de conflictos.
Clara y Gemma asumen la formación del grupo desde encargos diferentes. Mientras Clara se responsabiliza de la tutoría grupal, del proceso formativo de cada chica y asume las asignaturas transversales, Gemma –especialista en Peluquería y estética– hará el seguimiento de los aprendizajes técnicos y será la encargada de enseñar los contenidos vinculados directamente al oficio.
La presentación del curso se realiza en el espacio de peluquería. Catorce sillas orientadas hacia los espejos que ocupan las paredes, dos pilas para lavar cabezas, un secador de pie, otros de mano y material de peluquería (rulos, champús, tintes, y esmaltes). Sitúan a las chicas en el trabajo que harán y permiten introducir las asignaturas propias del oficio –estética, cortes de pelo, o colores, entre otros. También las asignaturas instrumentales –matemáticas, entorno social, lenguas y mundo laboral– que tantos dolores de cabeza les han dado en su etapa escolar.
Y después de hablar de asignaturas y horarios, las educadoras afrontan el tema de la normativa, insistiendo en la necesidad de establecer pautas que faciliten la convivencia. Piden a cada joven que escriba tres pautas, requerimientos, o normas que considere que les ayudarán a convivir y sentirse a gusto en el grupo.
Respetar el material; no mirar mal a la gente; escucharnos; aceptar los errores de los demás; que la familia y los muertos no se llamen por muy enfadada que estés con alguien; dejar bien el espacio que utilizamos… Las educadoras escuchan y sonríen. Animan a las más tímidas a participar. Valoran y agradecen cada aportación. Anticipan con delicadeza lo que va a pasar: hombre, algún conflicto ya saldrá durante el curso, ya. El tema es cómo lo gestionamos. ¿Ideas? Y el diálogo vuelve a empezar. «Yo pido que, si un día estoy girada, o lloro, o lo que sea, que nadie me diga nada. Cuando estoy así necesito mi espacio». Otra: A ver, yo si me respetan respeto, pero si alguien me mira mal…». Y las aportaciones siguen.
Primeros días en todos los PFI. Mucha información para dar, más orientada a generar cambios de actitudes frente a la formación que a transmitir contenidos. Esfuerzos de los docentes en mostrar a los jóvenes que «esto» es diferente, que aprenderán también con las manos, que adquirir un oficio requiere dedicación y ganas, que los grupos son reducidos, que los horarios son flexibles porque están al servicio de la actividad, que ellos tienen mucho que aportar… y muchos otros aspectos que ayudan a los chicos y las chicas a entrar en un curso que para la mayoría será muy significativo en su vida. Pero no lo saben.
No se pueden imaginar que, en unos meses, cuando celebren su graduación –porque sí, la mayoría se graduará– darán las gracias a los educadores y las educadoras por hacerles sentir a gusto, por haber estado a su lado en momentos de crisis y no dejarles caer, por haber creído en ellos, por transmitirles confianza y por su paciencia infinita. Agradecerán todo lo que han aprendido, conocer un oficio que les permita buscar trabajo y el apoyo que han recibido de sus compañeros. Hay quien agradecerá las ganas de seguir estudiando.
También las familias se mostrarán orgullosas de sus hijas e hijos, contentas de poderles acompañar en un acto de graduación y de escuchar cómo educadores y equipos directivos les felicitan por los logros conseguidos y agradecen a padres y madres su colaboración con el centro, una experiencia nueva para la mayoría.
Pero para que esto ocurra queda todo un curso por delante. Y mucho trabajo. De momento, los educadores, alejados de discursos catastróficos sobre educación, pero también de discursos ingenuos y vacíos de contenido, se esfuerzan por introducir contenidos y metodologías que conecten con los jóvenes, que les permitan reconciliarse con la cultura, que les ayuden a adquirir rutinas y hábitos de trabajo. En definitiva, que les proporcionen la oportunidad de crecer personalmente y aprender un oficio, dos aspectos complementarios que deben posibilitar procesos de inclusión en una sociedad que hasta ahora los ha dejado fuera.