En el año 1995 Robert Castel publicaba su libro La metamorfosis de la cuestión social. En la última parte del libro comentaba cómo la centralidad del trabajo había estado brutalmente cuestionada, precisamente cuando había sido sustituida la pertenencia familiar y la adscripción a una comunidad concreta como elementos forjadores de las identidades colectivas.
La crisis de la civilización del trabajo
Tenía razón: el trabajo es más que el trabajo asalariado, como el no trabajo es, también, más que el paro. Nuevos fenómenos ocupaban la reflexión de Castel: los «trabajadores sin trabajo», los trabajadores «pobres» (el «neopauperismo»), la aparición de una «periferia precaria», «la desestabilización de los estables». Situaciones duras que obligaban a parte de la sociedad a «vivir a día»… Hoy todo está mucho más agravado. El proceso seguido hasta el momento actual no ha hecho más que confirmar que el trabajo ha dejado de ser, para una buena parte de la población, aquel elemento de identificación que era en épocas pasadas: ha dejado de ser «el gran integrador». Desde 1984 algunos especialistas venían advirtiendo del fenómeno: ¿y si el trabajo no fuera una categoría sociológica clave?, se preguntaba Claus Offe (La Sociedad del Trabajo. Alianza 1992). Hoy hablamos ya de la configuración de nuevas subjetividades en plena crisis del trabajo.
En el mismo año 1995, publicaba Jeremy Rifkin un célebre ensayo sobre El final del trabajo. Las tecnologías habían llegado para transformar el mundo productivo. Se estaba instaurando una sociedad nueva, «no basada en el trabajo», que «obligaba a repensar el fundamento mismo del contrato social»: era el momento del «Tercer Sector», del «voluntariado», del «servicio comunitario». Se anunciaban ocupaciones liberadas de la presión de la economía de mercado. De la mano del Tercer Sector vendrían nuevos puestos de trabajos en el sector de los servicios a las personas.
El cambio se veía venir. No era que el trabajo asalariado se transformara, era que desaparecía y se degradaba. Acabarían teniendo razón dos personas tan diferentes entre sí como Ralf Dahrendorf y André Gorz, cuando hablaban, en 1982, de «la abolición del trabajo».
Definitivamente, el trabajo ya no ocupa un papel central como creador de identidades individuales y colectivas. Esta función está muy diseminada y es compartida hoy con muchas otras agencias de socialización. Una de ellas, el ocio, que adquiere en este marco una especial relevancia.
Repensar el ocio
En el contexto de una sociedad que no necesita del trabajo como antes y que ha alterado profundamente su significado y su papel en la sociedad, hay que repensar el tiempo del ocio y la categoría misma de ocio. El espacio propio del ocio se ha diseñado en cada civilización de una manera determinada.
Nunca han faltado utopías de sociedades sin trabajo o con reducción de las horas del trabajo. Desde Hesíodo (Los trabajos y los días) hasta Virgilio ( Égloga IV) y Moro ( Utopía). En la tradición filosófica grecolatina el trabajo no era cosa para los ciudadanos sino de metecos y esclavos. El trabajo era «no-ocio» ( «nec-otium»); lo deseable y digno era el ocio. Cicerón hablaría de que «lo que está en primer lugar, el más deseado por todos los hombres felices, honestos y saludables de mente, es el ocio con dignidad» (Pro Sestio, XLV, 98). Los griegos, por su parte , entendían el ocio ( «scholé») como «estudio», como aprendizaje del individuo y elemento clave para la libertad del ciudadano y el desarrollo de su personalidad en la vida pública. La centralidad del concepto de ocio era tal que el lenguaje expresaba negativamente el amor al trabajo como «no ocio».
En nuestros días y en nuestro entorno cultural del ocio y la educación en el tiempo libre, no son mera «diversión» o la organización de «distracciones» por los niños o los jóvenes, como muchos piensan. No defendemos el entretenimiento consumista, sino el consumo responsable y sostenible; ni entendemos el ocio como mera actividad subsidiaria de la escuela, sino como espacio de afirmación de la justicia, del respeto y del diálogo, categorías que fundamentan la convivencia cívica. Es más, en el siglo XXI no es posible «el ocio con dignidad» sin la lucha y la reivindicación de un «trabajo digno».
El ocio es, hoy, un elemento clave en la configuración de la ciudadanía, un importante espacio para la construcción de aprendizajes significativos para la vida, un lugar libre de trabajo donde adquirir competencias básicas, sociales y comunicativas y adquirir compromisos cívicos.
El tiempo libre educativo, como agente de integración social
El sector del ocio vive inmerso en un proceso de análisis de los nuevos retos sociales y educativos, cada vez de mayor complejidad. Somos muchos los que vemos la necesidad del esfuerzo mancomunado de todos los agentes educativos del país, porque las dificultades reales que hay que encarar lo requieren.
La primera de las situaciones que superar, tal vez, sea nuestra tradicional dispersión, que acaba provocando serias carencias de coordinación de esfuerzos y la optimización de recursos. Sin duda, también, hay más autoexigencia y autocrítica.
Reconociendo que la escuela es una institución educativa axial, somos críticos con una visión de la educación pensada y centrada exclusivamente en ella. El camino que lleva a hacer de la escuela una realidad abierta al conjunto de los agentes educativos será largo y empinado. El ocio educativo, por ejemplo, tiene que ganarse la confianza de la escuela y sólo hay una manera de hacerlo: la senda estrecha del rigor y el trabajo bien hecho, de la mejora en la formación de los y las monitoras y el enriquecimiento competencial que les permita hacer una aportación positiva a la calidad de la educación.
Ahora toca dar el paso a la «colaboración» y la interacción entre todos los educadores que intervienen en el proceso de formación de los ciudadanos. No es otro el futuro que tendremos que construir, si queremos hacer de los niños y jóvenes ciudadanos abiertos, críticos, responsables ante la sociedad y comprometidos con su país.
Cada uno debe tener claro cuál es su papel en la educación, su responsabilidad y su aportación específica. Al tiempo libre le corresponde ser un proveedor de educación cívica; un factor de integración en la vida social; un foco del saber ser, saber estar y saber convivir; un embrión de aprendizajes sociales; y un catalizador de causas justas y solidarias.
Salvador Carrasco Calvo, miembreo del Patronato de Fundesplai