A muchas madres y padres les cuesta pensar y hablar de los reyes a los hijos cuando estos ya sospechan, sin quedar ellos como unos mentirosos, y evitar que, lo que era un proceso “mágico” quede como un engaño. Esto es así porque no es fácil pasar de una ilusión compartida familiar y socialmente a unos actos de generosidad y aprecio en el grupo familiar que están a caballo de la sorpresa y la ilusión.
Cada familia hace lo que puede. En un extremo tenemos quienes, para no engañar nunca a la criatura, prefieren desde el inicio no celebrar ninguna fiesta ni tradición que contenga elementos mágicos, legendarios o de imaginación. No celebran “Reyes” ni “Tió” ni “Papá Noel”. En el otro, están quienes mantienen la ilusión en la banda adulta hasta que los hijos se pueden ir incorporando de forma que el goce de preparar los regalos para los que queremos vaya siendo asumido por los hijos, al crecer.
Parece, pues, que hay quién siembra confianza e ilusión en la relación con los hijos, y hay quienes ven más los peligros y las amenazas en el proceso de desarrollo y educación de los menores y optan por soluciones más drásticas.
En el tema de la gestión de pantallas o de dispositivos digitales, los extremos son los espacios donde quienes viven del miedo de los otros se han hecho fuertes y, paradójicamente, en pro de la libertad de los hijos, apuestan por leyes y regulaciones que prohíban que los menores accedan a los dispositivos, para preservarlos de todos los males (que los hay) a internet, las redes sociales, los juegos en línea… Este miedo es totalmente legítimo y se puede entender; más aún si tenemos en cuenta qué los mismos medios nos hacen cada día recordatorio de todo aquello que ya está pasando… y de este modo nos ofrecen una imagen de los adolescentes “colgados” de las pantallas, que se asemeja mucho a las de los drogadictos de generaciones pasadas.
Aun así, las familias y la sociedad se emperran en continuar formulando preguntas erróneas que solo conducen a buscar culpables, al pedir un número de minutos u horas al día, por debajo de los cuales parecería que los peligros se desvanecen.
Si de los expertos solo se espera un límite de tiempo diario o semanal, la lectura familiar es comodísima “porque en la escuela, entre pizarras digitales, tabletas, cromebooks, ordenadores, libros digitales, etc. seguro que ya lo superan. Por lo tanto, la culpa es de los centros educativos.” Y más si tenemos en cuenta algunas noticias de otros países se pueden leer como “aquí siempre vamos tarde, que hay lugares donde ya están volviendo atrás de la digitalización educativa.”
En el otro extremo podría haber quienes todavía creen que los “niños de hoy son nativos digitales” y que no nos podemos resistir al progreso digital ni a los aprendizajes que supuestamente están haciendo los niños, adolescentes y jóvenes a base de horas de pantalla (sin discriminar ningún uso ni finalidad).
Lo cierto es que la investigación nos dice que los usos y costumbres digitales de los adultos de la familia son lo que más marca la pauta de lo que hacen y harán los hijos.
Esto es: Si en casa es “normal” que del hecho de estarse echado al sofá haciendo scroll con el móvil se lo llame “relajarse”; y que usar el visionado de las series o stremings de las mil plataformas que hay el alcance de cualquier, sea la forma de evadirse de los “problemas cotidianos” y de los que “no son cosa nuestra” … los hijos aprenden de los hábitos de los adultos, y por lo tanto, lo correcto es evadirse y huir en los mundos digitales para estar el mejor posible.
Sin embargo , si en casa es normal no tener el móvil en la mesa ni poner ninguna distracción audiovisual durante las comidas porque la conversación es fluida y participada; y si el ocio saludable tiene una parte digital en la cual padres e hijos pueden compartir unos videojuegos seleccionados o unas series o canales de youtube que los distraen de acuerdo con sus valores…, los hijos aprenden a regular el uso de los dispositivos y a seleccionar con qué contenidos se lo pueden pasar bien, sin ser tratados de burros o tener que dejar fuera todos los principios morales de la familia.
Generalmente, los Reyes de Oriente no traen todo lo que los niños y niñas pondrían a la carta. Los padres saben cómo hacer para que las cartas contengan una lista “ajustada” de cosas, y procuran que sus hijos no estén bajo el poder de la publicidad infantil, los canales de unboxin de otras criaturas, ni de los catálogos comerciales de juguetes, y a la vez van preguntando y enviando mensajes previos a los niños, basados en la observación de sus gustos y costumbres de juego. Es decir, los adultos ejercen sus funciones de observar para conocer, de limitar para proteger, de no exponer para evitar daños… Acciones que hay que ejercer todo el año tan en el ámbito físico como el virtual.
Los Reyes de Oriente acostumbran a acertar, e incluso saben regular los regalos para que no haya acumulación en un momento determinado y se puedan disfrutar con tino. Porque quienes saben de ilusiones de los niños no son ilusos y siempre tienen a punto los tres regalos básicos: (Oro, incienso y mirra). Confianza, límites y autonomía-responsabilidad. Dicho de otra manera: Compartir tiempo (también digital) con los hijos, control de contenidos y acceso progresivo a los dispositivos y aplicaciones.
La gran suerte es que los reyes son los padres. Que pueden ejercer su amor a los hijos cultivando la generosidad, cabalgando sobre las ilusiones y controlando sin prohibiciones extremas. Exactamente del mismo modo que pueden educar los hijos para ser competentes digitales.
Y, si hace falta, los Reyes de Oriente pueden traer formación, acompañamiento y reflexión compartida a los padres y madres que lo pongan a su carta.