En el S. XVI, Montaigne decía que prefería «una cabeza bien formada» que «una cabeza bien llena». No confiar todo a la transmisión y la memorización de datos. Si hace cinco siglos ya era relevante, en el contexto intenso de información y de conocimiento que nos ha tocado vivir es, incluso, un peligro no fomentar entre estudiantes lo necesario para tener una cabeza bien formada. Las competencias informacionales y digitales y de pensamiento crítico son indispensables porque permiten vehicular la necesidad de hacerse preguntas, de obtener respuestas a preguntas (por complejas que sean), acceder al conocimiento y saber qué hacer con él. Sin este primer acceso al conocimiento, sólo hay oscuridad.
Retomo la idea de la necesidad de transformar ciertas prácticas educativas que se basan en la transmisión por la transmisión, porque sólo provocan desmotivación y comportamientos de rechazo al conocimiento y las ganas de aprender entre estudiantes. ¿Qué alternativa o complemento puede haber en este enfoque de fiar todo a la transmisión y la memorización? Pues la de la actividad del estudiante, individualmente y en colaboración. No quiere decir que no se trabaje y no se estudien conceptos y se trabajen procedimientos, sino que no se hace de forma únicamente transmisiva; es una relación más aplicada y conectada que implica el uso de esquemas previos. No es una relación exclusiva ni vertical, sino más abierta y horizontal. Aquí el docente sigue teniendo un papel fundamental en el que, aparte de diseñar la actividad, hace de guía de los estudiantes para que vayan por el camino adecuado, aprovechen los recursos y se organicen de la mejor manera posible. Además, hay que verificar la comprensión de los contenidos, optimizar los procedimientos, dar buenos ejemplos, permitir prácticas y resolver preguntas y dudas. Por todo ello, hay que poner todos los andamios necesarias para que vayan más allá. El estudiante debe tener un papel activo, consciente de su poder para conocer el mundo y como sujeto que puede y que debe aprender autónomamente. Así fortalece su sentimiento de agencia, término proveniente de la psicología para definir el sentimiento de control y de voluntad de las personas.
En el mundo educativo hay varios conceptos que abordan el sentimiento de agencia y la dimensión volitiva para el aprendizaje. Asociado a la andragogía (o educación de personas adultas), Malcolm Knowles hablaba del aprendizaje auto-dirigido, que sería el proceso por el que la persona toma la iniciativa para aprender a partir del conocimiento de sus necesidades, estableciendo objetivos de aprendizaje y poniendo en marcha estrategias para alcanzarlos con o sin ayuda de una figura docente.
En el cambio de siglo y precisamente para dar respuesta a las necesidades de aprendizaje en un entorno socio-cultural basado en la Sociedad de la Información y del Conocimiento, Stewart Hase y Chris Kenyon acuñaron el término heutagogia, palabra formada a partir del verbo «heuriskein» (del griego «encontrar», «descubrir») y «agogós» (del griego «guía»). Esta se basa en el aprendizaje auto-determinado, un proceso activo y proactivo por parte del propio aprendiz. Es el sujeto que se forma a sí mismo.
Desde la psicología educativa, nos encontramos con un concepto relacionado: el aprendizaje autorregulado. Tiene que ver con el control metacognitivo (pensar sobre el pensamiento) y la motivación del estudiante para lograr objetivos de aprendizaje y poder afrontar con éxito una tarea. Implica entender qué hacer en una tarea concreta (por ejemplo, un proyecto), cuáles son las posibilidades y límites y los recursos para hacerlo. También ponerse objetivos de aprendizaje y una aproximación estratégica para ejecutarla y supervisarla.
Aprendizaje autorregulado, autodirigido y heutagogia son conceptos que hacen hincapié en la actividad del propio estudiante de cara a su aprendizaje y habilitan que pueda acceder al conocimiento que se le abre de forma abrumadora. Aquí es donde hay que desarrollar competencias informacionales y digitales y de aprender a aprender. Se trata de una postura que, aunque a menudo es despreciada por aquellos adláteres de la transmisión por la transmisión no va en contra del conocimiento ni del aprendizaje de conceptos y/o procedimientos. Y, menos, del aprendizaje competencial.
Hay una serie de riesgos y de variables que tener en cuenta y que derivan principalmente de la certeza de que los nativos digitales no existen. Los estudiantes no disponen de habilidades ni competencias innatas ni informacionales ni digitales. Por lo tanto, ante una actividad de aprendizaje, es bueno no dar al estudiante una apertura total donde se encuentre solo ante un mar de información. Es importante fomentar un control compartido con la figura docente para encaminarse progresivamente a una mayor autonomía a medida que se ganan estas habilidades y competencias. A más competencia informacional, estos recursos pueden ser sólo un principio y que el propio estudiante haya de buscar más y que colabore en la curación de contenidos relevantes para una temática concreta.
Estamos obligados a ayudar a desarrollar estas competencias para evitar que ocurran equívocos y se sepa buscar, seleccionar, evaluar, curar, transformar y procesar correctamente la información. Hay que hacerlo a lo largo de la educación obligatoria, pero también en la postobligatoria y en la educación superior.
Volviendo a la frase de Montaigne, pienso que si no se promueve el aprendizaje de estas competencias y actitudes de agencia, que fomenten las ganas de aprender, una parte significativa de la educación formal puede dejar de tener sentido, si es que no lo ha perdido. Es la nueva alfabetización, lo que hace que el aprendiz sea realmente un aprendiz, un sujeto emancipado y que pueda participar en sociedad de forma crítica, llena.