Cada vez es más frecuente que los protagonistas de algunas experiencias educativas hablen de ellas usando expresiones como la del título: es real, es auténtica, es de verdad, nos habla de la actualidad, trata temas que nos preocupan, u otras similares. Esta manera de calificar las actividades docentes se apoya en una idea pedagógica relevante: la formación de los jóvenes requiere que participen en la solución de los problemas urgentes que tiene planteados la sociedad y el conjunto de la humanidad.
Recuerdo haber oído esta expresión en una visita guiada a una exposición que mostraba los trabajos artísticos realizados por grupos de alumnos que habían participado en la experiencia “Creadors en residència” promovida por el Consorci d’Educació de Barcelona y el ICUB. Un artista reconocido trabaja durante todo un año con un grupo de chicos y chicas con el encargo de crear una obra. Para conseguirlo se deben plantear a fondo qué quieren expresar –un verdadero trabajo de crítica social y de educación en valores–, pero también tienen que aprender del artista, ver cómo alcanzar un acuerdo con los compañeros y compañeras y, finalmente, adquirir las destrezas prácticas y la capacidad de cooperación para realizar juntos la obra. Un trabajo que luego puede ser expuesto y debatido en diferentes contextos. Pues bien, algunos de los que asistíamos a la visita coincidimos en que se trataba de una experiencia auténtica, del todo real.
La expresión «¡es real!» se repitió con frecuencia durante una sesión que el Centre Promotor d’Aprenentatge Servei y l’Oficina de Ciència Ciutadana de Barcelona organizaron conjuntamente para analizar las semejanzas entre el aprendizaje servicio y la ciencia ciudadana. Se presentó el proyecto RiuNet que pide a los chicos y chicas que estudien y cuiden un tramo de un río cercano al centro, el Beepath que les propone estudiar problemas de movilidad en su entorno y proponer mejoras, el MosquitoAlert para detectar la presencia de plagas y tomar precauciones y los Observadores del Mar orientado a tomar muestras de las playas para hacer un diagnóstico de la contaminación por plásticos. En todos los ejemplos se coincidía en señalar como una de las principales cualidades, junto al trabajo científico, que siempre se actuaba sobre un problema del entorno de los chicos y chicas; por tanto, se les acercaba a retos reales.
Un tercer grupo de experiencias está formado por la amplia gama de propuestas del aprendizaje servicio. En todas ellas se aborda una necesidad de su entorno y se lleva acabo estudiando el tema para realizar un servicio a la comunidad; una intervención destinada a dar respuesta a la necesidad detectada al principio. De nuevo encontramos el dinamismo pedagógico que nos ocupa: aprender haciendo algo real; implicarse de verdad en el entorno social en el que se vive.
En estos tres casos, encontramos un punto común: se trata de experiencias formativas reales. ¿Qué queremos decir? Son propuestas que implican a chicas y chicos en una actividad en la que los aprendizajes se consiguen al intervenir sobre algún reto que tiene plantado la sociedad. Estos no se convierten en ejercicios de papel y lápiz, no se escolarizan, ni tampoco se transforman en trabajos que simulan la realidad dentro del aula. Al contrario: se observa, se estudia y se interviene en la misma realidad con la voluntad de transformar algún aspecto mejorable. No se trata únicamente de aprender haciendo, sino de aprender haciendo en el mundo real; aprender en contacto con los problemas tal cual se presentan en la vida de cada día. Por lo tanto, estas propuestas educativas no son una preparación para la vida, sino una acción en la vida misma. Una acción con efectos inmediatos sobre los retos que se trabajan, pero que también prepara para hacer mejor las cosas en el futuro.
Con estas u otras palabras, la tradición educativa ya se planteó la importancia de este dinamismo formativo, aunque su implantación escolar todavía no se ha logrado. Dewey hablaba de la acción asociada con proyección social para defender la cooperación de los jóvenes con la voluntad de aportar algo a la sociedad. La pedagogía marxista entendía el trabajo como el dinamismo básico de construcción de la sociedad y de la individualidad. Por lo tanto, pensaba que la participación de los escolares en formas de trabajo socialmente necesario era imprescindible para alcanzar una óptima formación y contribuir al bien de la comunidad. Finalmente, Baden Powell animaba a los scouts a mantenerse atentos a las necesidades de los demás y listos para movilizarse y paliarlas de manera eficaz y a la vez formativa.
Tres precursores que desde tradiciones diferentes coinciden en defender la necesidad de ir más allá de la pedagogía activa; de la pedagogía entendida como defensa del aprender haciendo, del aprender manipulando, pensando, dialogando o experimentando. Se trata de que todo esto se siga haciendo, sin ninguna duda, pero que se haga tratando problemas reales e importantes, problemas percibidos por el alumnado, asuntos que permitan una aproximación vivencial. Y, además, que el estudio de los problemas se prolongue con una intervención directa para transformar, aunque sea a pequeña escala, la realidad que han estudiado. Una intervención que debe tener efectos tangibles y que naturalmente admitirá éxitos, pero también errores. Una intervención real y al mismo tiempo formativa pensada para mejorar el mundo. Eso es hoy la educación.