Partimos de una afirmación aceptada: las experiencias pedagógicas que aplican la metodología del aprendizaje servicio contribuyen a mejorar la convivencia del alumnado. Dicho de otra manera, el aprendizaje servicio disminuye los conflictos y el malestar en el interior de los grupos clase que participan en una o en varias acciones. Es un buen antídoto contra el bullying, el absentismo y la confrontación con el profesorado. No estamos diciendo que sirva para solucionar todas las situaciones conflictivas, naturalmente, pero ayuda, y a veces mucho.
En realidad quien tenga experiencia pedagógica sabe que participar en un proyecto colaborativo es un bálsamo para cualquier grupo clase difícil. Por ejemplo, que un grupo de chicos y chicas realicen un vídeo sobre su trayecto vital y sus sueños, y después lo proyecten en sesiones con adultos y en clases de diferentes institutos, es una experiencia que contribuye a limar enfrentamientos y a construir un grupo cohesionado. La lista de acciones similares con sus efectos beneficiosos sobre el clima de convivencia de los grupos protagonistas podría ser larga.
Probablemente esto es lo que detecta la última evaluación del impacto del Servicio Comunitario en Cataluña cuando afirma que el 78% de los centros piensan que ha sido una aportación valiosa para la mejora de la convivencia. O lo que se afirma en la narración de la experiencia de la implantación del aprendizaje servicio en el IES Eduard Fontserè cuando muestra que el nivel de expedientes por problemas de disciplina y convivencia pasó de unos cuarenta por año a dos o tres. También el absentismo, que había llegado al 16%, quedó estabilizado en un 2%. Además, tanto alumnos como profesores valoran la mejora en las relaciones interpersonales y en el clima del centro.
Podemos afirmar que estamos ante unos hechos –la mejora de la convivencia gracias al aprendizaje servicio– casi probados. Pero con esto no es suficiente. Ahora queremos preguntamos por qué se produce esta mejora en la convivencia, qué factores la provocan, cómo podríamos optimizar el clima de grupo de manera más efectiva. Una explicación ya clásica en psicología social sobre la causa de los conflictos entre grupos y el modo de reducirlos nos la dieron Muzafer Sherif y Caroline Sherif con su trabajo The Robber Cave Experiment (El experimento de la cueva de ladrones).
Entre los años 1949 y 1954, los experimentadores organizaron y estudiaron unos campamentos de verano. En el campamento más completo participaron 22 chicos que se dividieron en dos grupos de 11 miembros; entre ellos no se conocían y acamparon a una distancia que al principio les permitió ignorarse. La experiencia pasó por tres etapas.
En la primera se trataba de conseguir que los chicos formaran un grupo, y para ello se les proponían actividades cooperativas que, poco a poco, crearon una cierta estructura de grupo, con cohesión, liderazgo, funciones y sentido de pertenencia.
Durante la segunda etapa, los experimentadores querían provocar conflicto entre los dos grupos –un hecho que probablemente hoy impediría la realización del experimento por razones éticas–, y lo hicieron proponiendo actividades competitivas, tales como juegos deportivos en los que el equipo ganador recibía un premio y el perdedor no obtenía ninguna compensación. Se trataba de crear una situación con finalidades incompatibles: si un grupo logra el premio, el otro no conseguirá nada, no es posible que los dos ganen. De inmediato se produjeron dos consecuencias: en primer lugar, las relaciones con los miembros del equipo contrario se deterioraron y se produjeron insultos, peleas y otras agresiones y, en segundo lugar, aumentó la solidaridad y la cohesión en el interior de cada grupo.
En la tercera etapa los investigadores querían reducir el conflicto entre los dos grupos enfrentados. Para conseguirlo, no sirvió de nada explicar a los grupos las virtudes y los valores del oponente, y tampoco resultó útil tratar de influir en los líderes de cada grupo, ni juntarlos para compartir una merienda o una fiesta. Finalmente, se dieron cuenta de que la única acción efectiva era crear una situación en la que ambos se enfrentaran a un reto relevante para todos y que ninguno de los dos pudiera resolverlo solo. Necesitaban cooperar y trabajar conjuntamente para alcanzar una meta extraordinaria. Poner a los chicos ante hechos como resolver una fuga de agua, reunir dinero para alquilar una película o desembarrancar un camión que llevaba la comida de todos fueron acciones suficientes para rebajar la hostilidad, crear amistades intergrupales y, finalmente, desear volver a casa en el mismo autobús. La posibilidad de cooperar para alcanzar un reto significativo para los dos grupos y a la vez imposible de conseguir por uno solo es clave para mejorar cualquier situación de conflicto.
Este experimento nos da una explicación de por qué el aprendizaje servicio contribuye a paliar los conflictos y mejorar la convivencia. Las experiencias de aprendizaje servicio proponen a los grupos un reto relevante para el conjunto y, al mismo tiempo, imposible de alcanzar sin la colaboración de todos.
Además, en la medida que logramos crear en los chicos y chicas la convicción de que trabajar en favor de cualquiera de los Objetivos de Desarrollo Sostenible es un reto que nos implica a todos y todas, estamos sumando a la mejora de la convivencia el compromiso como ciudadanos del mundo. Es por ello que el aprendizaje servicio es un práctica para la resolución de conflictos y mejora de la convivencia y, al mismo tiempo, una práctica de ciudadanía que contribuye a crear un mundo más justo y sostenible.