El mundo del ocio educativo lleva años trabajando en las plataformas digitales, al servicio de las personas y de la sociedad. Lo hace promoviendo la inclusión digital y luchando contra las brechas digitales; facilitando el acceso a las tecnologías y su utilización; capacitando en habilidades digitales a muchos niños, adolescentes y jóvenes; promoviendo, también digitalmente, el cuidado solidario del planeta, alineado con los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Lo hace con objetivos y prioridades claras; desde una genuina inquietud ética; y con una actitud crítica, abierta y activa, a partir de la cual es posible mejorar las cosas, ahora y aquí, para aprovechar el potencial de la digitalitzación y hacer todo lo posible para que la vulnerabilidad social producida per la pandemia no llegue a ser estructural i crónica.
Educación y digitalización
Escribo tras la lectura de La era del capitalismo de la vigilancia (Paidos, Barcelona, 2020), de Shoshana Zuboff. Un libro denso, pero imprescindible para entender las mutaciones más recientes del modelo capitalista, de la mano de la gobernanza computacional, que somete a los usuarios a una vigilancia, a gran escala y a todos los niveles. En definitiva, el conductismo radical basado en B. F. Skinner, como predecesor, y en Alex Pentland, como inspirador.
Para nosotros es de especial interés el agudo análisis de Zuboff sobre la vida de los adolescentes y jóvenes (capítulo 16), atrapados en las redes sociales, muchas veces lejos del mundo de la vida, con fenómenos que muestran el precio o peaje emocional de las redes (adicción, no desconexión, aborrecimiento, confusión, aflicción y aislamiento). Lo que está en juego es la autonomía personal y la comunicación humana directa y cara a cara, cara a cara, propia de la vida social real. La obra viene a confirmar que la salvaguarda del sujeto, individual y colectivo, es una de las tareas irrenunciables del momento. Otros autores han visto en les TIC unos instrumentos que favorecen la creatividad y la realización personal de los jóvenes y un instrumento útil para el desarrollo de la investigación en campos, por ejemplo, como la salud.
Con todo, estamos ante un tema complejo en el que inciden los entornos sociales, los habitats, las diferencies sociales y las maneras como son utilitzadas. La pregunta fundamental , en el campo educativo, sigue siendo cómo se ha incorporado lo digital a la vida cotidiana de los jóvenes y cómo estos perciben su relación con las tecnologías.
El Sector del Ocio Educativo mantiene su compromiso para con el desarrollo de la personalidad de los niños y jóvenes; con los valores que siempre han definido nuestra labor educativa, a través de la formación y de nuestra participación activa en los territorios y comunidades donde estamos presentes. Desde estos mismos valores, trabajamos para lograr una sociedad democrática inclusiva también en lo digital. Trabajamos con un modelo formativo que combina presencialidad y virtualidad, al servicio de la autonomía de las personas y de la Comunidad.
El reto ético de la Inteligencia Artificial
Desde hace unos años, la Unión Europea se plantea regular la protección de los datos personales, con el fin de garantizar la privacidad y la ciberseguridad. La Inteligencia Artificial (IA) puede beneficiar a la sociedad y a la economía y plantea, al mismo tiempo, nuevos retos para el futuro del trabajo y no pocas cuestiones legales y éticas, como recordó la Comisión Europea en una Comunicación, el 24 de julio de 2020. Hoy nos interesamos por los retos éticos.
En dicha Comunicación se hacen afirmaciones muy significativas para quienes hacemos de los valores referencias vitales fundamentales: los valores en los que se basan nuestras sociedades deben integrarse plenamente en la evolución de la Inteligencia Artificial; las directrices son necesarias, como marco regulador que respete los principios y valores éticos que inspiran a la Unión Europea; también defiende un enfoque ético de la IA al afirmar la prevalencia del respeto por la dignidad humana, los derechos humanos y el Estado de Derecho; democracia y pluralismo; a la justicia y la libertad; la igualdad y la no discriminación; y la sostenibilidad.
El Código Ético de las Tecnologías Digitales obliga a ponerlas al servicio de las personas y de su bienestar, para garantizar la seguridad y la privacidad; a la transparencia de los algoritmos; al cumplimiento de las normas legales; a evitar, de acuerdo con los principios éticos, cualquier tipo de discriminación y minimizar los impactos ambientales. Recientemente, hasta se llegó a proponer un juramento hipocrático para los tecnólogos.
Más allá de la moda y los oportunismos, la mayor novedad se puede encontrar en los intentos de crear un marco legal que regule el control de los datos personales de los trabajadores en el sistema informático de las empresas. Nos gustaría pensar que, por fin, el tráfico comercial desregulado de datos personales («capitalismo de vigilancia») practicado por las multinacionales del Sector (Google, Amazon, Facebook, Appel ) desde los primeros años de este siglo, comienza a ser cuestionada, también ante los Tribunales Superiores de Alemania, Irlanda, EE.UU. y la propia UE.
Nos preguntamos si esta problemática afecta y cómo a la actividad cotidiana de nuestro Sector; cómo integramos los valores que defendemos en el desarrollo de proyectos y programas de carácter tecnológico y digital; cuál es el enfoque ético del trabajo que realizamos en este campo; y, por último, si a la luz de estas reflexiones, sería recomendable actualizar o revisar nuestros Códigos de Ética.
Una utopía creíble
Entre los valores que solemos proclamar en un lugar destacado está el de la Utopía. Decimos que queremos un mundo mejor, que aspiramos a transformar o mejorar una realidad que vemos marcada por la injusticia, la desigualdad social y el dolor de las personas que quedan en los márgenes de la sociedad. La grandilocuencia que a veces utilizamos ha acabado llevándonos a ser discretos con el lenguaje que utilizamos. Pero la dureza y la severidad de lo que sucede nos llevan a recordar la importancia recurrente del pensamiento utópico. La utopía es un valor que, de hecho, nutre e inspira los proyectos sociales emblemáticos que llevamos entre manos. Por lo tanto, haremos bien en volver a recapacitar sobre la relación entre utopía y realidad.
El análisis crítico de los avances y desarrollos de la Inteligencia Artificial, más allá de las modas y oportunismos, nos ha llevado a la relectura de los tres volúmenes de la obra de Manuel F.E. El pensamiento Utópico en el Mundo Occidental (Tauro, 1981); a la de J. Habermas Teoría y praxis. Estudios de filosofía social (Tecnos, 1987); y la de tres novelas que todavía tienen interés y actualidad: 1984 de G. Orwell; Un mundo feliz, de Aldous Huxley, y Waldem Dos, de B.F. Skinner.
El primero de los libros nos da una visión histórica exhaustiva; el segundo nos permite un análisis teórico muy fino sobre la separación entre política y ética. Por su parte, Huxley se hacía «preguntas sin sentido» para Skinner, que era un behavioirista sin cotemplaciones, centrado en el comportamiento colectivo desde su «ingeniería de la conducta»: Skinner estaba interesado en planificar prácticas culturales y llevar a cabo experiencias piloto: «No estaría mal comenzar con algo como Waldem Dos«, escribió en 1976. Si, para Huxley, cada grupo humano era una sociedad de universos-islas, para Skinner era una colmena objeto de planificación. Después de comprobar cómo el conductismo más radical prescinde de la ética e inspira el captalismo de la vigilancia, no nos cabe duda alguna en el momento de traer a colación estas referencias bibliográficas.
Somos conscientes de la magnitud global y la relevancia de los retos de la Inteligencia Artificial para la construcción de una sociedad más justa y democrática. Debemos constatar el retraso, de más de una década, con que empezamos a interesarnos por estas cuestiones, si lo comparamos con la llegada de las multinacionales. Pero ello no impide que nos sintamos obligados a preguntarnos por el mundo que dejamos a las generaciones que nos siguen, por lo que podemos hacer para salvaguardar los derechos preferentes de los niños, los jóvenes y los ancianos, ignorados y olvidados con demasiada frecuencia. Se trata de hacerlo de una determinada manera: desde la acción y el servicio compartido a la comunidad, desde el compromiso con las personas y los grupos más necesitados, desde el cuidado y la atención personalizada.
La nuestra es una utopía realista, capaz de inventar, de abrir nuevos caminos e ir contracorriente, cuando hay que hacerlo. Por este realismo y por sus raíces en el tiempo y espacio en el que se formula, nuestra utopía es dinámica, fomenta la búsqueda de caminos que hagan viable lo inédito; es digna de crédito por mantenerse en el marco de lo posible, sin renunciar al contexto ético y moral correspondiente. Es la utopía de una ciudadanía libre, autónoma y plural, no desencantada, que sigue oponiéndose al divorcio entre el bien común y el ethos, al nihilismo y a la abstinencia valorativa; la utopía de un ciudadano responsable y comprometido, consciente de que la justicia es más que obediencia y sumisión a las leyes.
Se puede ver, día tras día, que hay razones para la esperanza: el sector lleva entre manos proyectos innovadores, pensados globalmente (desde los ODS), arraigados en la vida cotidiana, con los pies en el suelo; ambiciosos y realistas al mismo tiempo; basándonos en lo que mejor hemos hecho en las últimas décadas y con un coraje renovado de cara al futuro, con la vista puesta en un mañana que insta y empuja.
Venimos diciendo, desde hace unos años, que pertenecemos a aquel espíritu que no sabe ni quiere vivir sin sueños, sin ideales; sabiendo que son u-topos, que no existen aún en lugar alguno, y que, por su carga ética y moral, son irreductibles a ideologías y al pensamiento único.