El sistema agroalimentario actual no sólo provoca la mala salud de las personas sino también constituye la mayor amenaza para la estabilidad del planeta (es responsable del 30% de las emisiones totales de gases de efecto invernadero, pérdida de biodiversidad, degradación de suelos, consumo excesivo de agua, etc.) además de ser un factor clave de desigualdad y vulneración de Derechos Humanos.
El informe de la Comisión EAT-Lancet, Our Food in the Anthropocene: Healthy Diets from Sustainable Food Systems, concluye: “Si no pasamos a la acción los niños y las niñas de hoy heredarán un planeta degradado, donde buena parte de la población tendrá una salud peor y mayor desnutrición”. Es en este pasar a la acción donde el aprendizaje servicio encuentra su espacio y puede contribuir significativamente a concienciarnos sobre la necesidad de pensar y actuar por el bien común.
Una foto del contexto
Se estima que para el año 2050 seremos casi 10.000 millones de personas en el planeta. Todas con la misma necesidad vital de comer porque, a diferencia de otros bienes de consumo, la comida es esencial para la supervivencia y la salud. Sin embargo, el acceso a una dieta saludable y nutritiva durante todo el año resulta imposible para casi 3.000 millones de personas en el mundo (FAO, 2020).
Por otra parte, los niveles de sobrepeso y obesidad se extienden de forma alarmante por todo el mundo y más de 40 millones de niños y niñas menores de cinco años están afectados. Estamos ante una dieta malsana que se hace global y las ciudades se han convertido en entornos alimenticios obosogénicos, donde el consumo de comida rápida y productos ultraprocesados (estimulados por una publicidad salvaje), hipercalóricos, altos en grasas y azúcares añadidos, la están cada vez más presentes en nuestro menú diario.
No podemos obviar que vivimos alejados y desconectados del medio natural y del lugar en el que se cultivan los alimentos. Por eso, la mayoría de nosotros no sabemos mucho sobre el origen y las características de los alimentos que ingerimos. Hemos construido un sistema muy complejo de producción industrial de alimentos. Llevamos naranjas de Argentina o judías de Kenia para que se puedan consumir los 365 días del año. Entre otras cosas, la distancia entre la producción de alimentos y su consumo disminuye la autosuficiencia de los territorios, fomenta relaciones injustas dentro de la cadena alimentaria y nos desconecta de los ritmos estacionales de nuestra agricultura local.
Por último, tanto el propio sistema como nuestros hábitos alimentarios son responsables de una situación que escapa a toda lógica y que, como mínimo, desde un punto de vista ético, debería hacernos pensar: una tercera parte de la producción mundial de alimentos se pierde o va a parar a la basura y cerca del 50% de este desperdicio tiene lugar en los hogares.
¿Qué puede hacer el ApS frente a esta situación?
Para empezar, tengamos presente que el tema de la alimentación requiere de un abordaje educativo global y holístico porque como hemos visto confluyen múltiples necesidades y problemas que se relacionan entre sí: vulneración de Derechos Humanos, hábitos malsanos, emergencia climática, monopolio económico, déficit de naturaleza, desperdicio alimentario, falta de cultura gastronómica, etc.
Cabe decir que muchas de estas problemáticas pueden no ser percibidas inicialmente por los niños y las niñas. Por ejemplo: cuando hablamos del cambio climático se suele identificar la contaminación que causa el transporte como uno de los factores principales y se desconoce por completo el fuerte impacto ambiental que tiene el modelo alimentario en todos los eslabones de la cadena. Del mismo modo, puede ser poco significativo para ellos comprender el valor de conocer la temporalidad de los alimentos o sus paisajes naturales de origen porque se ha normalizado el acceso a cualquier tipo de alimento durante todo el año. Y naturalmente, reflexionar y cuestionarse los propios hábitos no es fácil por lo que implica de reconocimiento y responsabilidad personal y colectiva. El tema de la alimentación nos coloca frente al espejo sin miramientos.
Sea como sea llevar a cabo proyectos de aprendizaje servicio en el ámbito del sistema agroalimentario es una oportunidad única para reflexionar sobre una actividad tan cotidiana e imprescindible como es comer. Pero, sobre todo, es una oportunidad para provocar incomodidades que nos interpelen a actuar sobre la realidad que nos rodea.
Acciones de servicio para una salud planetaria
Son muchas las actividades que pueden emprenderse para avanzar hacia un sistema y una alimentación más saludable, justa y sostenible. Veamos algunos ejemplos:
En el ámbito de la sensibilización y la toma de conciencia, las niñas y los niños pueden organizar actividades y campañas comunicativas para generar opinión crítica entre la ciudadanía y la comunidad educativa en torno a: consejos para comer mejor y cuidar la salud del planeta; desmontar los trucos que utiliza la publicidad alimentaria; recomendaciones para reducir el desperdicio alimentario; ayudar a comprender la información contenida en el etiquetado; mostrar el impacto del envasado de los alimentos en el medio ambiente; difundir los derechos y la soberanía alimentaria, etc.
Las campañas pueden divulgarse a través de soportes impresos tales como carteles y dípticos, o bien de soportes virtuales: publicaciones y vídeos, así como a través de soportes didácticos más creativos tipo juegos y talleres de experimentación.
En el ámbito de la colaboración y cooperación con entidades, los niños y las niñas pueden participar de las iniciativas que impulsa el tejido social (bancos de alimentos, proyectos de ciencia ciudadana – microplásticos, cosechar los campos–), la sociedad civil (huertos comunitarios) o el sector público (campañas en el ámbito de la alimentación, museos). De hecho, muchos de los servicios descritos en el apartado anterior pueden tener como finalidad apoyar el cometido de todas estas entidades. De hacerlo, seguro que conseguiremos incrementar el sentido y la utilidad de los proyectos que se pongan en marcha.
En el ámbito de nuevas acciones, las niñas y los niños pueden comprometerse a: recuperar los saberes y la memoria culinaria de las personas mayores; promover el acercamiento a la diversidad cultural a través muestras de comidas del mundo; dar a conocer a los pequeños productores/as locales a partir de montar un sistema de compra con cestas para las familias; geolocalizar los comercios del barrio que ofrecen productos a granel y menos plastificados, etc. Todas estas acciones aportan una dimensión práctica de los aprendizajes y tienen el potencial de generar nuevos vínculos con la comunidad.
Las necesidades sociales asociadas al tema de la alimentación son lo suficientemente amplias como para albergar propuestas muy diversas. Ahora sólo hace falta que acerquemos el debate al aula o al taller para que los niños y las niñas valoren la importancia de ser partícipes y protagonistas de la necesaria transformación del sistema.