No hace mucho nos encontramos a una docena de personas en la masía de unos amigos que hace muchos años decidieron abandonar la ciudad e ir a vivir al campo.
En un ambiente distendido empezamos a enlazar recuerdos de la infancia. Miquel, que es quien puede parecer -con justicia- el más «alternativo» y «hippy» de todos, nos sorprendió afirmando que uno de los profesores que recuerda con más cariño de su etapa adolescente era aquel que podríamos llamar -también con justicia- como tradicional y bastante severo.
– Era un auténtico cabronazo, nos regañaba, nos ponía un montón de deberes y nos hacía sufrir, pero aprendimos muchísimo con él, ¡era un crack!- explicaba Miquel, totalmente convencido y con un tono muy cariñoso.
Pienso a menudo en este comentario cuando leo algunos tuits que hablan del profesorado con mucha inflexibilidad, casi diría que de dogmatismo.
Yo también tengo buenos recuerdos de profesores y profesoras que hoy serían clasificados, en el mejor de los casos, como conservadores y pasados de moda, como el Profesor Lazhar. Y también tengo buenos recuerdos de otros que rompían moldes, al estilo de John Keating, el excéntrico profesor de El Club de los poetas muertos.
En cualquier caso, a día de hoy me resulta mucho más atractivo un equipo de educadores policromo, heterogéneo, donde pueda existir un amplio margen de divergencia. Creo que esto favorece el aprender a aprovechar la riqueza de la diversidad, no sólo en las materias y especialidades de los profesionales, sino también en los métodos, los estilos, las formas de hacer, incluso en las sensibilidades.
De hecho, en la época en que fui monitora de tiempo libre, campamentos y colonias, los equipos estaban formados por personas muy diferentes que sin embargo -o quizás gracias a esta diversidad- éramos capaces de llevar a cabo conjuntamente iniciativas relativamente atrevidas y complejas.
Si cuando nuestros niños y adolescentes crezcan sabemos que se encontrarán en entornos plurales, con personas, trabajadores, jefes, compañeros, vecinos… diferentes. ¿Por qué en la escuela sería mejor opción que todo el profesorado fuera Keating o todo el profesorado fuera Lazhar?
La respuesta lógica, y hasta cierto punto cargada de razones, es que es necesario asegurar una mínima coherencia con el proyecto educativo del centro cuando se trata de niños y adolescentes. Estoy de acuerdo, esto es importante.
Lo que hay que aclarar es qué nivel de pluralidad podemos permitirnos, que no nos haga excesivamente homogéneos ni tampoco excesivamente dispersos e inconexas.
Entiendo que los equipos de educadores son como orquestas en las que cada profesor o profesora toca un instrumento diferente. ¡Una orquesta con muchos instrumentos diferentes parece a priori más rica que una orquesta sólo de trompetas! Pero las orquestas deben poder interpretar conjuntamente una melodía mínima, sin que esto no ahorre momentos de dominio de la flauta o momentos solo de instrumentos de cuerda.
¿Podría la pluralidad mostrarse sobre todo en las metodologías y, en cambio, la uniformidad más bien en los contenidos? No lo tengo del todo claro. Creo que el mínimo que compartir radica en la intencionalidad en transmitir conocimientos, en estirar el capital cultural de todo el alumnado, evitando que nadie se quede atrás, en promover la curiosidad y el gusto por aprender, en la adhesión a la verdad, la belleza y la bondad, en fortalecer los hábitos, actitudes, valores y virtudes que harán de los chicos y chicas ciudadanos activos y comprometidos…
No es poco, pero la melodía debería tener la suficiente cintura como para acoger varias formas de trabajarla e interpretarla.
Confieso que del equipo de profesores de Hogwarts, yo me identificaría con Rolanda Hooch, la profesora de Quidditch, que no está para muchos romances, hasta el punto de amenazar: «Al primero que vea en el aire será expulsado de Hogwarts antes de que pueda decir Quidditch». Nunca llegó a hacerlo.
Si Miguel la hubiera tenido de profesora de Educación Física, ¡seguro que le quedaría también un bellísimo recuerdo!