El ser humano del presente es fruto del continuum de la historia. Alguien dijo que vamos a hombros de gigantes, refiriéndose a que nuestros numerosos antepasados han forjado el conocimiento, la cultura en la que vivimos, los avances científicos, los lenguajes, las costumbres, etcétera. Se atribuye esta frase»si he podido ver más lejos que los demás, sólo es porque me encuentro sobre los hombros de gigantes.» al físico, matemático y filósofo Sir Isaac Newton (Inglaterra, desde 1642 hasta 1727). Aún así, ya aparece en el S. XI, en palabras del filósofo bretón Bernard de Chartres. Y seguramente se podría mirar aún más atrás en la historia. La frase «a hombros de gigantes» fue el lema de «Google académico», dedicado a la búsqueda de textos indexados en bases de datos de literatura científica. Y es que las publicaciones que se hacen desde la academia van repletas de referencias a otros autores -los gigantes- que aportan las ideas necesarias sobre las que se construye nuevo conocimiento. Y citándolos, precisamente reconocemos el mérito de los autores. Hay un reconocimiento de autoría que hace que no tomemos ideas ajenas haciendo ver que son nuestras.
Siguiendo una idea del filósofo irlandés Richard Kearney1, el concepto de autor surge con la modernidad, una vez se puso el acento en el hombre como centro de toda medida -el Humanismo-, cuando se reconoció como creador -aparte de Dios- y como ser que se forma y se basa en el pensamiento y en la razón -Ilustración-. Cuando comenzó a escribir ideas propias, no las de los grandes libros de la palabra divina, es cuando el ser humano fue autor y, por tanto, tuvo la necesidad de reconocimiento como tal. Y por eso se citan y se referencian las ideas y las palabras de otros; para atribuir sus ideas. Y si no se hace se dice que se hace plagio.
Para ir a hombros de gigantes e ir haciendo el reconocimiento de las ideas y de las palabras que no son nuestras, debemos citar y referenciar cuando sea necesario. Recuerdo que a principios de los años 90, la profesora de literatura castellana nos recriminaba que «fusilábamos» los trabajos que le entregábamos sobre las novelas que teníamos que estudiar. Entonces nadie tenía Internet. Como podíamos dar respuesta a sus complejas demandas sobre el contexto de la obra, el autor, la estructura del texto, los personajes, etc.? Pues acudíamos a la enciclopedia (en papel) y hacíamos lo que podíamos. Ir a la biblioteca a buscar algún libro ya era toda una proeza porque había pocos y éramos muchos. «Esto es una fusilada» se refería a que hacíamos plagio. No citábamos correctamente o ni siquiera citábamos. Tampoco nos mostraban cómo hacerlo.
Con el surgimiento del formato digital, estas «fusiladas» se han vuelto más fáciles de hacer. Si antes teníamos que copiar letra a letra, actualmente se pueden copiar fragmentos (párrafos o páginas) o incluso trabajos enteros sólo con la combinación de teclas ctrl+c y ctrl+v. Para encontrar soluciones al fenómeno, en los últimos años han surgido programas de detección automática de plagio como Turnitin o Urkund, y están siendo integrados por las instituciones educativas con el fin de facilitar a los docentes la identificación de plagio. Estos programas indican qué fragmentos son literales y no han sido referenciados, así como qué porcentaje del trabajo es considerado plagio. Pero este es un método reactivo y como educadores pienso que deberíamos encontrar una solución más formativa.
Una de las posibles causas del plagio es la falta de alfabetización en escritura académica y de investigación. Parece lógico que para evitar estas conductas que atentan contra los derechos de autoría y la ética académica es importante enseñar estas competencias. No es que se haga plagio con mala intención, sino que a menudo es por desconocimiento. Además, los programas de detección automática no sirven para evitarlo, a menos que sean empleados de forma formativa por los propios docentes, mostrando ejemplos de qué es plagio y sobre cómo evitarlo mediante una referenciación correcta y el parafraseo.
Finalmente, hay una forma de conducta no ética relacionada con el plagio, que implica pagar a un tercero para que escriba por ti. A menudo se vehicula a través de servicios que se publicitan en la red -con total desvergüenza- con el argumento de que así se puede entregar un trabajo de fin de grado o de máster o tesis sin que haya riesgo de ser detectado por programas anti-plagio. Aunque no sea un robo directo, sí lo es indirectamente. En este caso, hace falta una formación sobre la ética académica.
Algunos quizás recordaréis el dúo de dance-pop Milli Vanilli a finales de los 80. En 1990 ganaron el premio Grammy a mejor artista revelación tras un par de años de éxito de ventas internacionales. Estalló el escándalo cuando se supo que ellos no eran los compositores de aquellas canciones y ni siquiera eran los cantantes reales. Sólo eran unos cuerpos que bailaban haciendo play-back y se llevaban la fama y unos réditos millonarios. Ante el engaño mayúsculo, este fue el único caso donde se retiró un premio Grammy a alguien. Para hacer una analogía, estos servicios de pago por la escritura de trabajos, no dejan de ser creadores de Milli Vanilli anónimos.
El plagio ocurre dentro y fuera el mundo educativo. Hay casos donde sí ha sido intencional para obtener calificaciones o títulos. Dos ministros del gobierno alemán (una de ellas la de Educación) tuvieron que dimitir por plagio en su tesis doctoral. La propia primatóloga, etóloga y antropóloga Jane Goodall reconoció haber cometido plagio en uno de sus últimos libros. También hay un plagio cotidiano en el contenido digital, como el que corre por las redes y medios sociales. En incontables veces vemos cómo se copian ideas o contenido de tuits sin citar la fuente original, entradas de blogs plagiadas, copias de imágenes con derechos de autor, perfiles de LinkedIn «fusilados», entre otros. Y a menudo, no disponemos de herramientas que nos protejan del plagio que ocurre contra nosotros directamente. No hay nada que hacer para denunciarlo, más allá de hacerlo público en las redes.
La educación puede tener mucha incidencia a la hora de fomentar las competencias informacionales y digitales y la ética académica. Como docentes, debemos fomentar el consumo, la creación y la socialización crítica de información. También debemos proporcionar estrategias de búsqueda de información y para su reutilización que atribuya cuando sea necesario la autoría, reconociendo derechos de autor, promoviendo el uso de licencias Creative Commons y que faciliten un conocimiento abierto real, accesible para todos. Desde la educación formal tenemos el deber de promover estas competencias en la sociedad digital si queremos seguir avanzando a hombros de gigantes.