El diagnóstico sobre el agotamiento del proyecto de Occidente, el cansancio de las sociedades entregadas al beneficio, las generaciones de jóvenes quemados, o la fatiga y la depresión causadas por las condiciones de trabajo y de vida, se han convertido en una constante en los análisis críticos de la actualidad. Y parece que no les falta razón. Aunque en modo alguno puedo trazar una síntesis de los autores que han expresado de una forma u otra esta idea, repasaré al menos algunos de los puntos de vista que nos ofrecen.
El distanciamiento, quizás desesperado, de la modernidad, del modelo de crecimiento y consumo en el que ha terminado, y de la pérdida del sentido vital y del calor de la cultura, es la posición que Argullol y Trias nos ofrecieron en el libro El cansancio de Occidente (Destino, 1992). Desde otra perspectiva, Byung-Chul Han ha popularizado, en su obra La Sociedad del cansancio (Herder, 2017), la tesis de que el triunfo del economicismo provoca la formación de personalidades orientadas al rendimiento sin límite y en aceleración constante. Comportarse siempre como un emprendedor, acaba por agotar física, moral y espiritualmente. Además, tanto él como otros autores, entre los que podemos destacar a Eudald Espluga, con su libro No seas tú mismo (Paidós, 2021), han mostrado que la sociedad del éxito es también una sociedad de la híper responsabilidad individual, de la meritocracia, que afirma que todos pueden llegar tan lejos como deseen. Si no lo logran se debe a su la falta de voluntad, de esfuerzo o de constancia.
Un mal moral que te culpa de quedarte por el camino y, por supuesto, que exculpa de toda responsabilidad a las condiciones sociales. Una situación fatigante y, al final, desesperante. Si el economicismo quema a quienes están orientados al éxito –que no todos conseguirán–, es fácil imaginar qué les ocurre a los que fracasan: los precarios (G. Standing: El precariado. Una nueva clase social. Pasado y presente, 2013). Un grupo social caracterizado por la inseguridad, la inestabilidad, la flexibilidad, los bajos salarios y otras condiciones de trabajo y de vida infernales, que inevitablemente encaminan a la ansiedad, la desesperación y la rabia. Y más si los precarios han sido objeto de desprecio y burla, como ha mostrado Owen Jones en Chavs. La demonización de la clase obrera (Capitán Swing, 2012). No faltan ejemplos del agotamiento en el que estamos instalados.
Si los diagnósticos son ricos y detallados, las alternativas quedan menos claras. Y todavía más si dejamos a un lado los fármacos y la literatura de autoayuda como soluciones deseables. El núcleo de la alternativa se centra en aprovechar la fatiga y usarla de manera positiva para desarmar el yo, para abandonar el productivismo, para buscar el anonimato, para suspender la actividad desbocada, para borrarse y detenerse. Quizás este despojamiento facilite el encuentro con los demás y la formación de comunidades, y desde esta nueva situación ser capaces de cambiar las formas de vida opresivas. Quizás sí.
Coincido con la necesidad de desescalar, con su posible efecto provocador, incluso con la esperanza de rehacer relaciones y crear comunidad, pero creo que falta añadir aún otras posibilidades a la acción humana. Frenar es necesario, pero no parece suficiente. Solo frenar puede limitarse a una acción individual, aislada y testimonial. Un frenazo generalizado quizás empezaría a cambiar las cosas, pero hay que buscar una forma de construir una alternativa para vivir. ¿Cómo hacerlo? Hay motivos para defender el papel que debería tomar la cooperación, una modalidad de acción con efectos terapéuticos y transformadores. Ni cooperar ni desescalar garantizan nada, son simplemente hipótesis que tendrán que activarse por el esfuerzo de la voluntad de muchos y que tendrán que demostrar con hechos su validez.
Hacer las cosas en compañía tiene un efecto terapéutico conocido, además de incrementar la fuerza transformadora que aporta la participación de muchos
¿Por qué decimos que la cooperación es terapéutica y transformadora? Por distintos motivos. Porque es un dinamismo social que transforma una situación problemática en un reto. Activa un momento de indignación moral, de darse cuenta de que las cosas no pueden seguir igual y que es necesario pasar de la crítica al compromiso. En cierto modo se parece a cuando el médico te explica el diagnóstico. No te ha curado todavía, pero a menudo tranquiliza y marca un camino. Este primer grado de toma de conciencia es limitado, pero imprescindible para la acción. Necesitamos saber cuál es el reto; saberlo, da sentido y dirección, que no es poco.
La cooperación también supone buscar socios que deseen unirse al proyecto transformador. Hacer las cosas en compañía tiene un efecto terapéutico conocido, además de incrementar la fuerza transformadora que aporta la participación de muchos. Juntarse para sacar adelante un proyecto es cuidar los unos de los otros y tejer relaciones de convivencia, amistad y apoyo mutuo. También entregarse a una deliberación igualitaria que permita entender mejor la situación problemática y pensar un plan de trabajo. Y, por último, llevar a cabo el plan de forma colaborativa, sumando esfuerzos para alcanzar un objetivo compartido. Cuidarse, hablar y colaborar crea lazos entre los participantes, tiene un efecto sanador y son herramientas para crear un futuro mejor.
Por último, la cooperación es también una acción altruista, lo es en el sentido de que los resultados alcanzados para paliar la problemática inicial son un bien del que goza toda la comunidad, sin privatizaciones ni exclusiones. Entregar de forma gratuita el esfuerzo conjunto a la comunidad repercute positivamente también en los donantes. Por todo ello, ante el cansancio, la fatiga y el desánimo, la cooperación nos puede ayudar a salir de oscuridad y a dar pasos, aunque sean cortos, en una dirección de justicia, libertad y convivencia.
Cansancio y cooperación son dos caras opuestas que también encontramos en el mundo de la educación. Hoy se me permitirá no hablar del cansancio, que a menudo vemos en los ojos de nuestros alumnos, y hablar, aunque sea poco, de la acción común en el mundo de la educación. Cada vez con más fuerza se extienden una gama de metodologías que permite a los jóvenes colaborar para enfrentarse a un reto cívico con el que aprenden contenidos curriculares y al mismo tiempo desempeñan una tarea útil en la comunidad. Propuestas como el Servicio Comunitario, la Ciencia Ciudadana, las Mentorías Sociales, el Aprendizaje Servicio, las Acciones Intergeneracionales, la Defensa del Patrimonio Cultural, el Refuerzo Digital y las Acciones Medioambientales, por citar algunas de las más representativas. Participar en acciones de cooperación y compromiso consideramos que es una forma excelente de dar sentido al trabajo que se hace en las instituciones educativas y al mismo tiempo es también una magnífica preparación de una ciudadanía viva, enérgica e implicada en el bien de la comunidad.