Los expertos definen el currículo como «el conjunto de experiencias, implícitas y explícitas, que constituyen las vivencias de los alumnos en los centros». La escuela es un cruce en la que se encuentran culturas diversas y en la que el conocimiento es «mediador entre la cultura escolar y la experiencia de los alumnos» (Xavier Lluch).
Los aprendizajes se realizan a partir de referentes culturales y se proyectan en contextos culturales diversos. La diversidad cultural, presente en la escuela, puede facilitar el aprendizaje social de todo el alumnado si es vivida como un hecho natural. Sin embargo, es aceptar la complejidad que conlleva y estar dispuestos a hacer procesos colectivos de adaptación mutua y de cambio, a veces nada fáciles.
Ser «diferente» no tiene por qué significar añadir nuevas dificultades a las que ya tiene el alumnado de minorías étnicas en la escuela. La escuela no es una institución para «asimilar» a las minorías culturales sino para acoger a todo el mundo en condiciones de igualdad, para facilitar aprendizajes significativos, relevantes y personalizados, desde la práctica real en las aulas, sin voluntad de uniformizar a quienes son diferentes, estimulando la autonomía personal del alumnado y educando para vivir en sociedades plurales, diversas y multiculturales.
Sin embargo, la escuela ha tendido a menudo a homogeneizar culturalmente al alumnado, ha escondido o dejado de promocionar las diferencias culturales: las de las nacionalidades históricas en los estados compuestos o plurinacionales, las de las minorías étnicas, las de las lenguas habladas en territorios compartidos, en aras de un nacionalismo dominante y en detrimento de las leyes y las culturas dominadas. En estos contextos, la vida y la cultura de las minorías suele quedar silenciada y oculta. Algunos autores hablan de un currículum oculto, que no transmite información sobre las características étnicas y culturales en las aulas, ni las contempla, de hecho, en la formación del profesorado. Es como si estuvieran estigmatizadas: culturas negadas, voces silenciadas, historias y minorías ausentes, muy a menudo, de los libros de texto y los materiales didácticos (Jurjo Torres). Al final, se acaban perdiendo por la educación de saberes proveedores de interpretaciones sobre la vida y la comprensión del sentido y la significación de lo cotidiano (del «mundo de la vida real»).
La idea de la escuela inclusiva afirma el derecho a la diferencia, a ser educado sin diferencias, el reconocimiento del derecho a una educación igual para todos, también para las personas con discapacidad y las «diferentes». La pregunta es cómo debe ser un curriculum inclusivo, un currículum que no excluya a las minorías ni a los «otros» y que no trivialice la riqueza de la diversidad cultural presente en los centros. Sin duda sería, un currículo abierto y flexible, que fuera más allá de la incorporación «de unidades didácticas» en temas y trabajos de asignaturas; de «semanas culturales» y celebraciones de «Días Internacionales de …»; que llegase a transformar el currículo, diversificando contenidos y tratándolos de manera interdisciplinaria, yendo más allá de los marcos de las asignaturas tradicionales, por ejemplo, mediante proyectos.
La tarea fundamental es la creación de buenas relaciones interpersonales en el aula, entre el alumnado y con el profesorado; crear climas de respeto, de aceptación mutua y de confianza; potenciando la consecución de las competencias comunicativas y sociales. También diversificando la organización del tiempo y el espacio del aula; programando actividades evaluables con la participación de los diversos agentes que intervengan. En definitiva, hay que crear marcos idóneos de acción que hagan posibles «procesos nuevos de análisis y reconstrucción del conocimiento», en expresión de Xavier Lluch.
Se impone superar visiones academicistas, centradas en la instrucción, la disciplina y el esfuerzo sin motivación ni entusiasmo, de corte tan conservador. Tenemos que ir hacia visiones más críticas, más centradas en la práctica en el aula, a partir del alumnado, dirigidas sobre todo a la «formación del carácter», en la construcción de proyectos personales de vida, y a la educación de los niños y jóvenes desde la perspectiva de una ciudadanía activa y comprometida. Se trata de formar personas respetuosas, democráticas y solidarias, capaces de convivir y trabajar con todo tipo de conciudadanos.