La llegada de personas migrantes a nuestro país y a Europa ha sido noticia destacada a lo largo de todo el verano. Desde la llegada al puerto de Valencia del barco Aquarius y la acogida a todos los migrantes durante un tiempo determinado hasta el cierre de los puertos de determinados países, como Italia y Malta. Todo ello sin olvidar a los migrantes que han perecido ahogados en el Mediterráneo, más de 700, y las largas esperas que han padecido hasta verse acogidos por algún país, aunque fuera de manera provisional. Todo ello recordando también lo ocurrido en Ceuta y Melilla, con los sucesivos saltos de la valla y las devoluciones en caliente.
Sin embargo, lo más preocupante de todo lo sucedido ha sido la reacción de determinadas personas e instituciones que, lejos de buscar una alternativa digna y respetuosa con los derechos de estas personas, han contribuido a fomentar actitudes de cierre y rechazo de estas personas y de reclamación de medidas drásticas que impidan su acogida en nuestro país o en otro país europeo.
¿Qué pensar de todo lo sucedido en estos meses veraniegos desde el punto de vista de la educación de valores y el desarrollo de la convivencia positiva? ¿Desde qué valores y actitudes debemos tratar este tema con nuestros alumnos y alumnas, en este nuevo curso que va a empezar? ¿Debe considerarse un tema importante e inevitable en la educación de nuestro alumnado? Para responder adecuadamente a estas preguntas, es necesario partir de un análisis previo de lo sucedido, identificando los aspectos más significativos de estos hechos.
Se trata de un fenómeno complejo, en el que se entremezclan situaciones muy diferentes, desde las personas que llegan huyendo de la guerra en su país y que vienen demandando asilo, hasta los inmigrantes llamados “económicos”, que vienen buscando trabajo y una mejora en sus condiciones de vida, pasando por otras situaciones como las de los menores que viajan solos o las de las mujeres embarazadas. Sin embargo, todo se mezcla, nada se distingue, y una sola actitud se pone de manifiesto ante estos casos tan variados: el rechazo, el NO, la devolución a sus país, etc.
Todos los datos apuntan a que el número de personas migrantes está disminuyendo y que, de hecho, estamos ante una caída del número de llegadas a nuestro país, enmascarado, tal vez, por la concentración en determinadas fechas y lugares de la llegada de personas, debido al buen tiempo y al buen estado de la mar. Pero la información que prevalece y la que se transmite a la población es la contraria: hay una “invasión”, cantidad de personas están esperando para pasar, hay un “efecto llamada”, y otras cosas por el estilo.
A la vez, junto con esta desinformación intencional, llama también la atención el manejo y manipulación de las emociones bajo la apariencia de un razonamiento que pretende hacer pensar. Se proporcionan argumentos que no están basados en ideas o razones, sino que están dirigidos a la emoción, a despertar determinados sentimientos bajo la apariencia de un razonamiento impecable. Basta con ver en la prensa y la televisión los comentarios acerca de la amenaza yihadista, el ‘grave daño’ que causan a la economía los manteros o el uso abusivo que, supuestamente por parte de las personas migrantes, hacen de los servicios educativos, sanitarios, sociales o de vivienda. Todo ello para llegar a una conclusión muy escuchada en estos meses y dicha de muchas formas distintas: “Los españoles, primero”.
Tocar las emociones, apelar a los sentimientos resulta tan peligroso como eficaz. El miedo a quien es diferente, y a quienes presentamos como un peligro para nuestra vida diaria, para nuestro grado de bienestar o para nuestras ideas básicas de lo que debe ser la sociedad, es un sentimiento que penetra muy a fondo en las personas, y que les lleva a cerrarse a otro tipo de argumentos. La consecuencia natural es el rechazo de cualquier tipo de acogida de estas personas y de su integración, el pedir medidas drásticas contra ellas porque son una amenaza para nuestra sociedad y nuestro bienestar.
He podido comprobar estos meses, no sin cierto estupor, cómo personas abiertas de mente en muchos otros temas se venían abajo a la hora de hablar de las personas migrantes, resultando imposible razonar con ellas. Y, más que probablemente, la insensata campaña puesta en marcha por determinados políticos en busca de un voto perdido ha contribuido a la cerrazón ante estas situaciones. Es necesario recordar a estos políticos las consecuencias de su discurso y actitud, el fomento de actitudes que, en menor o mayor grado, llevan al odio y rechazo. Y exigirles lo que se debe exigir como primera tarea a cualquier político: la construcción de la convivencia entre la ciudadanía, la búsqueda del acuerdo y el fomento del respeto hacia las personas que son diferentes de nosotros y de nuestra sociedad.
Y es que este es otro elemento importante que llama la atención en el tema de las personas migrantes, el olvido de que son personas y que, como tales, tienen unos derechos que en ningún momento se pueden dejar de respetar. Se nos olvida que son personas cuando nos limitamos a ver o dar fríamente la cifra de quienes han perecido en el mar, cuando no tenemos en cuenta su historia personal y los padecimientos sufridos desde que salieron de su pueblo, cuando no queremos saber nada de las mafias que los controlan y manipulan, empujándoles muchas veces a una muerte segura. Y mucho más, cuando nos olvidamos que el derecho al asilo es uno de los derechos humanos que todos debemos respetar, buscando y encontrando las disculpas que sean necesarias para negárselo.
Lo primero que hay que poner de manifiesto es la falta de objetividad y el manejo de la información con fines de amedrentar y crear un clima de preocupación y de miedo ante lo que se nos viene encima. Para ello, se manipulan los datos, se selecciona lo que les interesa… y ya está. Pero, cuando trabajamos las competencias para la convivencia positiva, una de las cosas que desarrollamos es el aprender a pensar y, para ello, el primer paso es aprender a recoger la información de manera exhaustiva y real, sin manipulaciones ni juicios de valor, nos guste o no. Es la base desde la que se podrán desarrollar otros tipos de pensamiento (alternativo, consecuencial, de empatía, etc.), y es una de las capacidades de las que suelen carecer nuestros alumnos y alumnas, que no han sido formados en el desarrollo de este tipo de pensamiento diagnóstico, de ver qué es lo que sucede.
Por eso resulta imprescindible analizar con nuestro alumnado lo que está pasando, ver qué es verdad y qué no, ver las evidencias en las que se apoyan muchas de estas afirmaciones, distinguiendo los datos de lo que es una opinión o una valoración de la persona que nos lo cuenta. Sólo desde este punto de partida es posible la convivencia, dejando de lado la falsedad y la manipulación.
Adela Cortina ha señalado, con gran acierto, la distinción que hacemos normalmente de las personas migrantes en función de su situación económica. No nos preocupa ni rechazamos a quienes traen dinero y recursos, rechazamos a quienes no nos aportan nada y piden nuestra ayuda. Es la “aporofobia”, el odio-miedo-rechazo del pobre, que básicamente niega su dignidad y su condición de persona humana.
Esta última cuestión nos pone delante la necesaria educación en valores en nuestra tarea educativa, como la solidaridad, la aceptación del diferente, el respeto. Y nos plantea un reto importante a los educadores y educadoras, de cara a nuestro trabajo profesional. Un reto que contempla enseñar a nuestros alumnos y alumnas a pensar, a identificar y gestionar determinadas emociones muy negativas para la convivencia, y desarrollar los valores éticos de solidaridad, respeto y aceptación de todas las personas. Retos que debemos plantearnos e incorporar a nuestra práctica docente habitual.
El tema de las personas migrantes debe estar necesariamente presente en nuestra labor educativa en este curso que comienza. Son muchas las formas posibles de abordarlo, pero lo importante es que no se quede en el olvido, que ellas, las personas, no queden en el olvido.
Pedro Mª Uruñuela Nájera. Asociación CONVIVES