Todavía resuenan en nuestros oídos los buenos deseos que hemos compartido con las personas próximas de cara a este nuevo año 2019. La mayoría de ellos sugerían un año de consecución de los objetivos y deseos particulares, así como vivir en una sociedad de paz y concordia, con la desaparición de la violencia, los enfrentamientos y las guerras. Sin embargo, la realidad es tozuda y, pasados estos días de celebración, nos vuelve a situar ante los problemas que siguen presentes y, en muchos casos, agravados respecto del año que hemos dejado.
Todavía conmocionados por el asesinato, por el hecho de ser mujer, de la profesora Laura Luelmo, hemos visto cómo iniciábamos el año con un nuevo asesinato y con dos nuevos episodios de violación de mujeres tras la celebración del año nuevo. A la vez, estamos viendo cómo, desde Andalucía y de cara a la formación del nuevo gobierno, se planteaban por parte de la ultraderecha exigencias inaceptables para cualquier demócrata en relación con la violencia de género, la inmigración y la defensa de los valores “tradicionales” de una patria que excluye y deja fuera a un número importante de personas. Exigencias que, de modo incomprensible, han encontrado eco en otras formaciones políticas, de cara a la formación del gobierno andaluz. Y, abriendo la mirada al exterior, comprobamos la frialdad y desprecio del ministro italiano negando abrir los puertos de su país a los barcos que han recogido personas en el mar, la política migratoria de “tolerancia cero” de Donald Trump o la toma de posesión del nuevo presidente de Brasil que, como primeras medidas, anuncia la limpieza entre el funcionariado de aquellas personas con ideas comunistas, la expropiación “legal” y en la práctica del territorio de tribus indígenas o la creación de un Ministerio de la Familia desde el que se impulsan medidas homófobas y en contra de los derechos de las mujeres.
Desde el punto de vista de la convivencia preocupa, y mucho, la puesta en cuestión de la violencia de género, disimulada y descafeinada a través de la “violencia doméstica”, pidiendo la derogación de la ley o la limitación en cuanto a recursos y medios para que la lucha contra ella sea eficaz. Preocupa igualmente la indiferencia ante las muertes de personas migrantes, más de setecientas en nuestros mares, más de tres mil en el conjunto del Mediterráneo durante el año 2018. Preocupan, asimismo, las actitudes racistas, el rechazo al que es diferente por su origen, su color de piel, sus opciones de vida o sus ideas religiosas. Y preocupan, también, los prejuicios y estereotipos sobre determinados colectivos, desde los ancestrales prejuicios hacia el pueblo gitano hasta los estereotipos ante los nuevos inmigrantes, juzgando y condenando a todo un colectivo sin ningún tipo de razones basadas en la realidad.
Pero preocupa, sobre todo, cómo desde instituciones que deberían velar por lo contrario se refuerzan y alientan todas estas situaciones. A nivel mundial y a nivel local. Aprovechando situaciones derivadas de la crisis económica, de la precariedad laboral y social, se estimula la deformación de la realidad, no dudando en acudir a datos falsos para argumentar los planteamientos propios, defendiendo de esta forma actitudes racistas y xenófobas, un machismo indisimulado, la aporofobia y el rechazo al diferente la exhibición de un militarismo sin complejos y la apelación a la violencia. Todo vale, en una nueva reedición del viejo principio de que “el fin justifica los medios”.
Frente a estas situaciones hay quien, lejos de oponerse frontalmente a las mismas, se acomoda a ellas, acepta parcialmente sus postulados, las enmascara bajo simplificaciones de ideas asumibles y, sobre todo, se aprovecha de los beneficios que pudieran reportarle. Se aceptan, de esta forma, planteamientos racistas, xenófobos, machistas, que terminan formando parte de ideas que empiezan a ser aceptadas socialmente. Faltas de apoyos racionales, ocultando los datos que muestren su falsedad, se dirigen directamente a las emociones, despertando sentimientos como el miedo y la ansiedad hacia lo que es presentado como una amenaza a nuestra situación, a nuestro estatus social, a nuestra posición social. La reacción conductual es clara: hay que rechazar, hay que combatir, hay que frenar todo esto, ya que están en juego nuestro bienestar individual y nuestra civilización.
Poco a poco se van creando y desarrollando, de esta forma, actitudes de odio, de rechazo a todo el que es diferente, de desprecio al que es pobre, etc. Actitudes opuestas al ideal de convivencia que defendemos y buscamos para nuestra sociedad, basadas en la aceptación de las diferencias y de la diversidad, en la inclusión, en la creencia de que todas las personas nacemos iguales en dignidad y que tenemos los mismos derechos básicos. De ahí que trabajar la convivencia en positivo, crear las condiciones para que ésta sea posible es una de las tareas imprescindibles para este año que acabamos de iniciar. No bastan ni son suficientes los buenos deseos. Es necesario ponerse manos a la obra, comprometernos en la construcción de la convivencia positiva y hacer de ella una de las tareas educativas prioritarias en nuestra labor docente.
Resulta difícil resumir y concretar cómo se puede llevar a cabo esta tarea, al menos en la extensión y características de este artículo. A título meramente enunciativo, y sin ningún ánimo de ser exhaustivo, se proponen una serie de actuaciones que pueden ser necesarias para el desarrollo de la convivencia positiva en nuestros centros y en la sociedad en general:
- Trabajar una actitud claramente opuesta a toda forma de violencia y, en particular, contra las que son expresión directa del odio hacia las personas diferentes. No caben actitudes tibias ante la violencia.
- Trabajar e identificar con los alumnos y alumnas todas las formas de violencia que están presentes en la sociedad. Más allá de las formas visibles y claramente detectables, como puede ser la violencia física, es preciso iniciar al alumnado en el descubrimiento de la violencia estructural presente en la sociedad, en sus leyes, en su estructura económica y social. Es esta violencia estructural la que sostiene y apoya actitudes de odio, la que subyace a muchos de los conflictos actuales.
- Igualmente, hay que enseñar a identificar la violencia cultural no visible y escondida en las situaciones expresión del odio. Desde la percepción, imagen y emociones que se tienen respecto de las mujeres hasta los estereotipos y prejuicios que se tienen sobre las mismas. Igualmente, sobre todos los colectivos diferentes, sobre los que volcamos nuestro desprecio y odio.
- La lucha contra la violencia de género debe estar presente en todos los planes de convivencia. Es en estas edades escolares donde se consolidan y se forman las actitudes machistas, los prejuicios y estereotipos que subyacen a la violencia de género, y es ahí donde debe plantearse su erradicación.
- Es necesario trabajar la convivencia positiva a través de las habilidades y valores que la hacen posible. Así, frente a la deformación de la realidad, trabajar los tipos de pensamiento y el sentido crítico ante la realidad. Frente al discurso puramente emocional, enseñar qué son las emociones, cómo identificarlas y cómo regularlas. Trabajar las habilidades sociales, desde la gestión pacífica de los conflictos a la capacidad de llegar a acuerdos, pasando por una buena comunicación y escucha. Igualmente, desarrollar la apropiación de los valores que hacen posible la convivencia, desde el respeto y la dignidad de todas las personas a la solidaridad con quien más lo necesita, junto con otros valores como el diálogo o el rechazo de la violencia.
- Por último, y recordando lo planteado en el último artículo, trabajar los derechos humanos en el centro, educar sobre, para y en los derechos humanos, creando un ambiente y organización en torno a los mismos.
Sin duda hay muchos puntos que han quedado fuera y que son importantes. Baste, de momento, tomar conciencia del tiempo que estamos viviendo, de las nuevas dificultades para la convivencia y de la necesidad de adoptar una actitud clara y contundente hacia la convivencia positiva. Y no olvidemos que “quién tiene claro el por qué, encuentra fácilmente el cómo”.
Pedro Mª Uruñuela Nájera. – Asociación CONVIVES