Estamos todavía impresionados por la enésima matanza de escolares en un centro educativo norteamericano, esta vez sucedida en un instituto de Florida, con diecisiete muertos. Si recordamos los últimos episodios de ataques armados en instituciones educativas, desde Columbine hasta Florida, se acercan a doscientos los alumnos y alumnas muertos en estas circunstancias. A pesar de su repetición, en lo que llevamos de año van ya 18 ataques con armas de fuego en centros educativos, siguen siendo hechos que nos impresionan de una manera muy especial, sin llegar a encontrarles nunca una explicación.
Sin embargo, en esta ocasión nos ha llamado todavía más la atención la reacción a lo sucedido y, de manera especial, la propuesta que el máximo responsable político del país, el presidente Trump, ha hecho para acabar con estos sucesos. Se sugiere armar a aquellos profesores con experiencia militar o entrenamiento especial para “disparar inmediatamente si un loco salvaje entrara a un colegio con malas intenciones”. De esta forma “los profesores altamente entrenados también supondrían una disuasión para los cobardes que hacen esto. Habría muchos más activos a un coste mucho menor que guardas [de seguridad]. Una zona escolar sin armas es un imán para gente mala. ¡Los ataques terminarían!”.
Se trata de una propuesta que ha encontrado críticas por parte de la ciudadanía estadounidense, pero que ha sido también bien vista por parte de muchas otras personas. Sin embargo, con independencia de su mayor o menor popularidad, desde el punto de vista moral y educativo nos surge una pregunta, ¿realmente es esta una solución a la violencia en los centros educativos? ¿cuáles serían las consecuencias que se derivarían de la adopción de este tipo de medidas? ¿resulta generalizable esta medida a otros países como respuesta a los posibles problemas de violencia?
Aterra pensar que la solución a la violencia deba consistir en reforzarla y responder con medidas de igual carácter violento. Aunque en nuestro país no tengamos, afortunadamente, estos problemas tan graves, la pregunta sigue siendo igualmente válida: ¿es adecuada la violencia como forma de respuesta a las situaciones de violencia?
Dudo mucho que esta solución sea eficaz desde un punto de vista técnico, pero me parece más importante no olvidar que, antes que nada, se trata de una opción moral, de elegir entre determinados valores que van a situar a la escuela en una determinada línea de actuación. Se trata de educar a los alumnos y alumnas en la paz, con rechazo a todo tipo de violencia o, por el contrario, de seguir manteniendo los enfoques y opciones que consideran legítima la violencia como respuesta a los conflictos y situaciones de enfrentamiento entre las personas.
Desde la opción de la paz y la no violencia, se trata de educar al alumnado en el descubrimiento de las situaciones cotidianas de violencia presentes en nuestra sociedad, que en diversas colaboraciones nos ha recordado recientemente Julio Rogero. Y, también, de plantear a los alumnos y alumnas la opción de rechazo y deslegitimación de toda forma de violencia, considerando que esta respuesta sólo puede llevar a soluciones de desarrollo de la espiral de la propia violencia.
¿Cómo puede concretarse esta opción de rechazo de la violencia por parte de nuestros alumnos y alumnas, qué actitudes hay que trabajar y desarrollar en ellos y ellas? En primer lugar, que aprendan a detectar los dos modelos posibles de relación existentes, la relación basada en el dominio-sumisión, y en el caso que motiva este artículo con la destrucción del otro, y la basada en el respeto, la dignidad de toda persona y la paz positiva. Identificar en nuestra vida cotidiana cómo nos relacionamos con los demás, desde el dominio y la superioridad o desde el respeto y la igualdad, resulta fundamental para tomar conciencia de la presencia cotidiana de la violencia en las relaciones humanas, paso previo para su erradicación.
Conscientes de la presencia del modelo de dominio-sumisión, debemos educar en el rechazo de toda forma de violencia, deslegitimándola como forma de tratar las situaciones de enfrentamiento, de problemas y de conflictos. La violencia engendra más violencia, resulta ineficaz para solucionar los problemas y, aunque aparentemente pueda parecer lo contrario, sólo sirve para complicar más las relaciones. Además, desde un punto de vista moral, es inaceptable el recurso a la violencia, ya que esta resulta ser un medio injustificable para conseguir los fines que se buscan, por muy buenos que estos puedan parecer.
El rechazo de este modelo de relación, y el rechazo de la violencia como medio de solucionar las diferencias, pasa por rechazar y superar todas las discriminaciones existentes en nuestra sociedad: por razón de género, de etnia, de origen social, de creencias, de religión, de orientación sexual… Rechazar todo tipo de discriminación supone construir una sociedad más justa, que atienda y respete a todas las personas, que acepte la diversidad como algo positivo. Y todo ello se va a concretar en mejores relaciones, muy alejadas de la violencia.
Esto nos lleva también a promover la corresponsabilidad en el cuidado propio y de las demás personas en la toma de decisiones, en la gestión y transformación de los conflictos y en el desarrollo de todos los aspectos de la vida cotidiana. Frente a la violencia, el cuidado y la preocupación por la otra persona. Como nos dice Leonardo Boff: “Las humanas y los humanos ponen y han de poner cuidado en todo: cuidado por la vida, por el cuerpo, por el espíritu, por la naturaleza, por la salud, por la persona amada, por el que sufre y por la casa. Sin el cuidado la vida perece”.
El rechazo de la violencia nos lleva, en último lugar, a favorecer los procesos de desarrollo y mejora personal y colectiva para una vida saludable y pacífica, a una vida que se centra en las personas, en sus necesidades y, sobre todo, en la respuesta a estas desde la justicia social, desde la paz positiva.
La tarea educativa fundamental debe ser, por tanto, formar para la convivencia, fomentando relaciones positivas, creando acciones y espacios educativos para su fortalecimiento, aprovechando las múltiples oportunidades de surgen en el día a día de los centros educativos.
La respuesta a la violencia no puede consistir en más violencia y en convertir al profesorado en policías o guardias armados en los centros educativos. Esta propuesta es una locura. Más bien la respuesta implica educar a nuestros alumnos y alumnas para la paz y la convivencia no violenta, desarrollando y promoviendo en el alumnado las competencias de pensamiento, emocionales, sociales y, sobre todo, éticas, necesarias para la convivencia positiva. Volveremos sobre esto en otra ocasión.
Pedro Mª Uruñuela Nájera. Asociación CONVIVES