La solidaridad como pertenencia se refiere al sentimiento de compañerismo y a la voluntad de ayuda mutua que deriva del formar parte de una misma realidad, bien se trate de la nación, la clase social, la religión, una empresa, un partido político, un club de futbol o de cualquier otra. La solidaridad así entendida produce una fuerte sensación de vinculación y enraizamiento, se refuerza al compartir tradiciones y rituales, y proporciona a sus miembros una fuerte socialización. Sin embargo, también es proclive a producir ceguera ante los puntos de vista de los demás y a desencadenar enfrentamientos. Lo que Sennett, en su libro Juntos, califica de “nosotros-contra-ellos”. La solidaridad como pertenencia tiene un momento positivo, aunque no es lo que busca el aprendizaje servicio.
La solidaridad como adhesión designa la manifestación pública de apoyo a una causa que promueven otras personas o grupos, un acto motivado por la coincidencia de opinión o por considerar que dicha causa lo merece. La naturaleza de la causa puede ser muy variada, pero la solidaridad en todos los casos se refiere al acto de sumarse, de no abandonar a sus promotores, ni contribuir a silenciar el empeño. Manifestar acuerdo y defender una causa justa es sin duda una actitud valiosa, aunque también puede caer en un verbalismo vacío que no ayude a producir ningún cambio en la realidad. En la actualidad, la proliferación de manifiestos y declaraciones que acumulan firmas y poco más, la repetición incansable de las mismas opiniones críticas o la publicación de tuits desde el sofá, contribuyen en mayor medida a insensibilizar que a invitar al compromiso. Aunque manifestar el apoyo a una idea es positivo, y a veces encontramos acciones parecidas en el aprendizaje servicio, tampoco es su primer objetivo.
La solidaridad como socorro designa la ayuda puntual a personas o grupos con el objetivo de mitigar sus dificultades, una acción que suele estar motivada por un vivo sentimiento de empatía hacia ellas. Sean cuales sean las circunstancias, el acto de auxiliar a quien lo necesita es un deber humanitario, a menudo urgente, que no admite discusión. A pesar de todo, a veces el socorro ocasional no soluciona el problema y, en ciertos casos, puede enquistarlo, humillar al receptor y tranquilizar sin motivo al dador. A pesar de todo, nada que objetar al ejercicio del socorro, aunque tampoco se trata de la primera idea de solidaridad que impulsa el aprendizaje servicio, pese a que a veces la actividad de servicio tiene un necesario componente de socorro.
Los diferentes modos de entender la solidaridad tienen su sentido y también sus límites. Sin embargo, ninguno de ellos hace justicia a la idea de solidaridad del aprendizaje servicio: la solidaridad como acción común. En este caso la solidaridad se refiere a la participación, con alta implicación y compromiso, en un proceso social cuya finalidad es mejorar o cambiar algún aspecto de las condiciones de vida de la comunidad. El proceso social que caracteriza esta solidaridad, que hemos denominado acción común, articula las siguientes operaciones:
- Convertir un problema en un reto colectivo, lo que supone tomar conciencia de la dificultad y convertirla en una causa.
- Crear un grupo y activar sus capacidades conjuntas; es decir, unir y cuidar a los interesados en participar y desarrollar sus capacidades para deliberar y trabajar en equipo.
- Idear e impulsar un proyecto de acción, que articule conocimientos, técnicas y valores para hacer frente al problema inicial.
- Ofrecer los resultados alcanzados como un don a la comunidad, no se busca remuneración por la tarea, sino que el esfuerzo es altruista y gratuito.
La solidaridad como acción común no es pertenencia, ni adhesión, ni tampoco socorro, la solidaridad como acción común es un dinamismo básico de la vida, cercano a la cooperación, cuya enseñanza debería formar parte del currículum obligatorio de las instituciones educativas. Y eso es precisamente lo que propone el aprendizaje servicio. Cuando un grupo clase se implica en la promoción de la donación de sangre, en la recuperación de un refugio de montaña, o en el bienestar de los mayores proponiéndoles ejercicio físico y contacto social, se activa la solidaridad como acción común. Una experiencia que contribuye a crear comunidad y también a formar una subjetividad que permita a cada joven “ser uno/a mismo/a en común y para los demás”.
Para leer más: Puig, J. (2021): Pedagogía de la acción común. Barcelona, Graó.