Vivimos en un mundo globalizado. Esto es un hecho y es como un eslogan que se repite continuamente. Pero en la vida diaria no lo solemos tener presente, no somos conscientes de las manifestaciones y consecuencias de esta globalización. Lo global se ha convertido en lo habitual en nuestra vida local, algo así como lo que se pretendía en la década de los 80 con el concepto “glocal” al que después se le dio un sentido crítico y social. Lo vemos cuando vamos al mercado y encontramos todo tipo de frutas o verduras en cualquier época del año que vienen de otro hemisferio o cuando podemos comprar ropa confeccionada en las antípodas a precios muy baratos, o compramos un coche producido en otro continente pero que nos es tan familiar que parece hecho aquí, o cuando recibimos en el momento una noticia, por la televisión o por las redes, que acontece a miles de kilómetros o cuando adoptamos celebraciones de otras culturas. O cuando nos tenemos que quedar confinados en nuestra casa por una pandemia.
Se podría decir que, en general, la globalización se vive de manera natural, como una cosa positiva, como una mejora de la calidad de vida que nos permite nuestro sistema económico y tecnológico. Lo global se ha hecho local en la cotidianidad, en nuestra forma de vida. Pocas veces se piensa en las causas y consecuencias presentes y futuras de esta globalización especialmente para los países más pobres del planeta, pero tampoco para los ciudadanos que vivimos en los países más ricos. En todo caso se puede considerar que son las consecuencias inevitables para mantener nuestro nivel de vida. Para ser fieles a la realidad tenemos que poner en valor las reacciones de los movimientos que reivindican y potencian a contracorriente el comercio y las actividades locales. Y lo hacen luchando permanentemente contra las dinámicas económicas globalizadoras que han descubierto los beneficios económicos de incorporar lo local como concepto.
Últimamente, algunos acontecimientos que han puesto en riesgo directamente la vida de muchos ciudadanos han despertado cierta conciencia sobre las consecuencias de la globalización. Sea por miedo a la integridad personal, al desconocido y al diferente, al hecho que cuestione nuestra identidad, a perder propiedades, a perder derechos personales, la salud, o directamente la vida, parece que se ha abierto una puerta en el análisis crítico de los efectos de la globalización. Nos referimos a acontecimientos como las consecuencias del cambio climático, como inundaciones, incendios, sequías, a la contaminación en las ciudades que han de limitar la circulación, o la anulación de vuelos nacionales e internacionales, o las reivindicaciones laborales con efectos internacionales, o la saturación de ríos y mares por plástico y el peligro para nuestra alimentación, la pandemia coronavirus, etc. Parece que de repente infinidad de contingencias que nos podían llegar, han llegado y ponen en peligro nuestras vidas cotidianas. En este nuevo estado de conciencia los medios de comunicación han tenido, tienen y tendrían que mantener un papel primordial.
Y no es que la globalización sea un concepto o una tendencia nueva, pero lo que marca la diferencia con épocas anteriores es que actualmente en su construcción y desarrollo intervienen elementos de un gran poder globalizador, las tecnologías aplicadas a los medios de transporte y de comunicación. Unas tecnologías cuyo sentido lógico parece que sea la globalización. La globalización es un concepto complejo y sistémico que hace referencia a fenómenos, procesos y tendencias diversas que conciernen a la economía, la salud, al comercio, al mundo laboral, las comunicaciones, la cultura, la educación, la política, los movimientos migratorios y a la concepción que tenemos del mundo y de la cotidianidad. Pero de todos ellos el motor es la economía de mercado acompañada y sustentada por políticas neoliberales y facilitadas por el conocimiento, los avances en los medios de transporte y las tecnologías de la comunicación que lo impregna todo.
En pocas décadas hemos pasado de tener al pueblo o la comarca como referente comercial y de relaciones más inmediatas, a una sociedad de la inmediatez en la comunicación, producción y consumo a nivel planetario. Como resultado tenemos que desde hace muy poco las nuevas generaciones solo han vivido en un mundo en el cual las manifestaciones de la globalización forman parte de su vida cotidiana comercial, cultural, laboral, comunicativa y política. Se suele pensar y actuar localmente sin tener presente que los condicionantes, los intereses y las causas de nuestra manera de vivir lo local son globales. Por eso se tienen que valorar los movimientos generados como el de “juventud por el clima” que ponen en evidencia la dimensión más global.
Evidentemente se tienen que resaltar aspectos positivos de la globalización, como la transmisión y difusión del conocimiento, el desarrollo e intercambio de investigaciones médicas, la inmediatez en las acciones, la ayuda humanitaria en catástrofes, el apoyo y desarrollo tecnológico, desarrollo de proyectos humanitarios, aunque hay que decirlo, casi siempre de forma interesada. A veces parece que responden a cierta obligación moral o a otra estrategia para continuar obteniendo beneficios. Pero la globalización con otros objetivos menos economicistas y neoliberales podría servir para reducir la pobreza en muchos países que están siendo expoliados, para erradicar enfermedades, potenciar las economías nacionales y locales, evitar emigraciones masivas, potenciar la educación básica, etc. Solo sería cambiar el enfoque y los objetivos de la globalización y estudiar cómo los mecanismos que permiten la globalización podrían intervenir en la eliminación de las injusticias sociales y la mejora de la vida en el planeta. Es decir, bienvenidos los aspectos positivos pero que no sirvan para justificar las injusticias, las desigualdades y las tensiones sociales que genera a nivel local y global.
Parece que estamos en un momento de grandes cambios e incertidumbres. Es el momento y el sistema es consciente que empieza a ser necesario revisar el criterio que ha seguido siempre. Elegir crecimiento económico antes que equilibrio ecológico y más justicia y equidad social (Davos,2020). El desequilibrio medioambiental, la inmigración, la falta de inversión en investigación, la contaminación, la ausencia de salud y sanidad pública, la apropiación de los recursos naturales y energéticos, el bloqueo de economías locales, las desigualdades, la extrema pobreza, etc., es decir, lo que antes eran condiciones necesarias para el crecimiento económico o efectos colaterales, ahora parece que se empiezan a presentar como obstáculos para el crecimiento y también evidentemente como oportunidades, como nuevos ámbitos susceptibles de producir beneficios. Se dice que estos cambios asegurarán que el capitalismo sea sostenible y por eso se dice que se tiene que reinventar. Seguro que será globalizado y perseguirá el control y administración global de la sociedad. En este sentido lo recoge el manifiesto de Davos 2020, en el que también se apunta la importancia estratégica de actuar desde un compromiso social de la empresa. La pandemia covid-19 y la crisis económica que generará, de repente, ha acelerado e incrementado grandes cambios y especialmente incertidumbres. Muchos dicen que esto hará que a partir de ahora el mundo sea diferente. ¿Se generará un proceso de desglobalización?, ¿se renunciará al potencial globalizador de las tecnologías?, ¿será posible una reindustrialización de los países para compensar?, ¿cambiará el peso de los bloques económicos?. Por lo menos nos ha hecho reflexionar personal y colectivamente.
Pero, mientras el sistema asegura el control de los cambios, todo el proceso y las consecuencias de la reestructuración irán impregnando y afectando el presente y el futuro de nuestras vidas en lo global y en lo local. Por eso desde la educación se tiene que fomentar el espíritu crítico ante los nuevos cambios que se avecinan, que mucho nos tememos perseguirán los mismos objetivos de antes, crecimiento económico y máximo beneficio. La justicia social, la eliminación de la pobreza, en definitiva el desarrollo humano, quedará en manos de los movimientos sociales a los cuales la educación tendrá que ayudar formando a una ciudadanía crítica y con un fuerte sentido de justicia. Una educación crítica con objetivos de justicia social, cooperación y solidaridad que orienten y formen ciudadanos activos que piensen y actúen local y globalmente. Y aunque también difícil, harían falta unos medios de comunicación críticos e independientes que potencien y refuercen los mismos objetivos de la educación.
1 comentario
Muy buena reflexión, la globalización se metió en lo cotidiano, y una de sus formas atroces, encarnada en una pandemia, demostró como países pobres como Colombia, Perú y Ecuador tienen el peor sistema de salud de Latinoamérica. Como Brasil en manos de un febril y lunático expuso a su pueblo, y como Chile es un cuento trágico de la fantasía neoliberal.