Si cierro los ojos y pienso en los paisajes que me han quedado en la memoria desde que era pequeño aparecen un patio de chabolas con una riera al lado, una calle sin asfaltar que acaba en un campo de algarrobos y luego el cementerio, un barrio de bloques con muchos cientos de viviendas, campos de cultivo y autopistas con coches, y algunos más que están relacionados con mis lugares habitados. No son puestas de sol espectaculares, paisajes de desierto, bosques tropicales u otros que por sus características o momento resultan impactantes y que si rebusco en mi memoria también aparecen, pero más fugaces y con una carga experiencial menor. Pero son estos segundos a los que damos más valor cuando nos referimos a un paisaje con valor. La diferencia entre unos y otros se podría ejemplificar con la importancia o impacto del paisaje de un volcán en erupción para el isleño residente o para el turista que va a ver el espectáculo de la naturaleza. La diferencia está entre un paisaje vivido o un paisaje visitado.
No quiero con ello menospreciar los paisajes espectaculares, que me encanta visitar y que animo a hacerlo, sino que quisiera poner en valor los paisajes cotidianos con todo su contenido experiencial, evocador y significativo. Paisajes que han sido los constructores del proceso de nuestra vida y que, por cotidianos, los obviamos y cuyo potencial no utilizamos como elemento de reflexión y de análisis.
Definiciones de paisaje tenemos muchas, pero no es el momento para entrar en ellas. El Convenio Europeo del Paisaje (2000) se refiere a él como cualquier parte de un territorio, tal como lo percibe la población y que es resultado de la acción e interacción de factores naturales y humanos. Es una realidad física, una realidad percibida y un recurso que como producto social y cultural sintetiza historia, experiencias y nos muestra simbologías que expresan ideas y concepciones de la sociedad. Creo que era Milton Santos quien decía que un paisaje es más que un espacio físico, más que un espacio social, y más que un espacio económico pues el paisaje, como producto social, además contiene materialidad, contiene vida, acción, interacción, subjetividad y existencialidad.
Así, el contenido de un paisaje no es solo lo que vemos y acabamos clasificando como paisaje rural, urbano, industrial, marinero, de autoconstrucción, de segunda residencia, de negocios, comercial, cultural o de ocio. También es paisaje el olor a mar y el olor del humo de una fundición, el tacto de la arena de la playa y el del tronco de un árbol solitario, o el zumbido permanente de una autopista, el bucólico pitido de un tren de cercanías, o el ladrido del perro del vecino, o el quiosco, la escuela o el barrio que ya no están por una bomba.
Los paisajes cotidianos, además de lo que vemos, son paisajes de nostalgia, de recuerdos, de olores y sabores, de colores y formas, de miedos, de poder, de exclusiones, de deseos y expectativas. Son paisajes que inciden más allá de la imagen visual, que acogen vida y construyen valores por lo que es importante saber leer su contenido en y con todos los sentidos, así como identificar los actores y valores que han orientado su construcción o destrucción como producto social. En los últimos días la guerra contra Ucrania, en pocos días, nos ha mostrado cómo un paisaje de vida cotidiana lo han transformado en un paisaje de guerra y destrucción.
Todos vivimos inmersos en paisajes cotidianos en los que confluyen tiempo, espacio y existencia y por tanto están sujetos a dinámicas sociales, culturales, económicas y políticas que lo van transformando y tejiendo de forma permanente. Esto les otorga una gran complejidad y los convierte en un recurso y fuente inestimable de conocimiento y aprendizaje. Descubrir los hilos, a veces invisibles, que van tejiendo nuestro paisaje cotidiano es un reto nada fácil pero necesario pues nos ayuda a entender lo que vemos, lo que percibimos y cómo ha incidido en nosotros como ciudadanos. Desde la conciencia de que somos parte intrínseca de él y de que nuestros comportamientos también conforman su estructura y contenido.
La observación y la interpretación de los paisajes cotidianos es una acción pedagógica crítica, necesaria para la ciudadanía en general por generar conocimiento del entorno y para incrementar la sensibilización y valoración medioambiental. La infinidad de contenidos relacionados con la naturaleza, el urbanismo, el patrimonio, la historia, la economía, la política, la cultura; las continuidades o cambios y sus plasmaciones en el espacio-tiempo, junto a los estímulos relacionados con la estética, psicología o axiología, permiten la interrelación de diferentes disciplinas o ámbitos de conocimiento y análisis. Por otro lado, nos puede inducir a identificar problemas, ámbitos de actuación y fomentar acciones para su mejora desde una actitud reflexiva, respetuosa y crítica.
Siempre vivimos en un paisaje, formamos parte de él. Nos hace de escenario, lo ignoramos o solemos verlo tan sólo como una fotografía. Pero el paisaje es mucho más, especialmente en los paisajes cotidianos donde se funde todo con mayor intensidad y complejidad. Interpretarlos y valorarlos nos ayudará a conocerlos, respetarlos y a conocernos un poco mejor nosotros mismos.