Son muchas las actividades de formación en las que las personas asistentes, todas docentes en diversos niveles educativos, manifiestan su preocupación por la forma de relacionarse que tienen sus alumnos y alumnas, por las palabras que se dicen, la agresividad que presentan y, sobre todo, por la naturalidad con la que viven estas situaciones, sin ser conscientes de las consecuencias que, para sí mismos y para una buena convivencia, pueden derivarse de estos comportamientos.
Cuando preguntas a los propios alumnos y alumnas las razones de estas conductas, su fuente de inspiración, suelen aludir frecuentemente a ejemplos que ven y aparecen en los medios de comunicación, a las formas de relación presentes en las tertulias televisivas y, también, a ejemplos concretos de insultos dirigidos por determinadas personas hacia otras con las que están en desacuerdo o se oponen desde un punto de vista político. Recientemente hemos podido ver las descalificaciones y epítetos dirigidos por uno de los líderes de la derecha hacia el presidente de Gobierno, algo que, aunque no se le dé importancia, deja poso y sirve de ejemplo a muchas personas, especialmente jóvenes.
El análisis de la relación entre el alumnado pone de manifiesto la presencia de formas de interacción negativas que, además de impedir la comunicación positiva, deterioran seriamente la convivencia. Siguiendo a Fernando Cembranos, podemos hablar de tres formas de interacción negativa: la interacción nula, la psicótica y la de oposición.
Así, en primer lugar, la interacción nula se da en el grupo de alumnos y alumnas donde es posible ver a chicos y chicas aisladas, solas, que apenas se relacionan e interactúan con el resto de compañeros y compañeras. Se trata de estudiantes que no participan en las discusiones colectivas, que apenas lo hacen en las asambleas de clase y que mantienen este tipo de interacción nula no sólo con sus compañeras y compañeros, sino también con las personas adultas del centro.
Son muchos y variados los factores que explican este tipo de interacción. En muchas ocasiones está el miedo a las consecuencias de la relación, el miedo al grupo, a la ridiculización, porque puede ser sancionado o perder una determinado beneficio dentro del grupo. La apatía y desinterés por lo colectivo está presente también en otras ocasiones. A su vez, las dificultades para la participación, la ausencia de cauces para hacerlo, considerarla como algo secundario, etc. son factores que pueden explicar la interacción nula. Poco aportan al grupo y poco reciben de este y, a la larga, estas personas corren el riesgo de quedarse separados e, incluso, de ser objeto de maltrato por parte de sus iguales.
Sin embargo, son mucho más frecuentes las interacciones “psicóticas”; aquellas que, bajo la apariencia de argumentación, intercambian básicamente emociones muy primarias, desde las que resulta imposible integrar la perspectiva de la otra persona. Las personas hablan, se dicen cosas, pero no se entienden entre ellas. En este tipo de interacción las personas se sitúan en una posición de enfrentamiento, de enemigo o de agresor. Eso explica el lenguaje empleado, la violencia verbal, la falta de escucha y de integración de lo que está diciendo la otra persona. Predominan los intereses aparentemente contrapuestos o, al menos, percibidos de esta forma por ambos interlocutores.
Muchas de las discusiones que ven nuestro alumnado en televisión, por ejemplo en Hombres, mujeres y viceversa, uno de los programas más buscados y vistos por los adolescentes, son claro ejemplo de esta interacción emocional que hace imposible el entendimiento y que se limita a repetir una y otra vez las mismas cosas de forma cada vez más tajante. No se razona, no se argumenta, se generaliza sin atender a los matices, las partes se fijan solamente en aquellas cosas negativas, que se repiten una y otra vez. Las palabras, frases y cosas que se dicen nuestros alumnos y alumnas entran en este tipo de interacción tan negativa para la relación interpersonal.
Llama la atención, en tercer lugar, la presencia de interacciones entre nuestro alumnado basadas en la oposición sistemática, manifestada en negar cualquier afirmación que venga de la otra persona, sin detenerse en comprenderla y buscar las razones en las que se apoya. “De qué se habla, que me opongo”, es la frase que mejor puede describir este tipo de interacción, tan frecuente en los jóvenes y también entre las personas adultas.
Es mucho más difícil e implica un mayor esfuerzo proponer ideas, sugerir alternativas y concretar orientaciones. Resulta mucho más fácil y supone un menor esfuerzo encontrar una pega, buscar una dificultad, mostrar una posible contradicción y, sobre todo, si para ello se deforma sin que apenas se note la idea original para visibilizar más claramente la objeción que se propone. Sin embargo, el prestigio social de ambas personas, de quien propone y de quien objeta, es muy similar. De ahí que se ponga en práctica tan fácilmente esta interacción de oposición sistemática que, lejos de reforzar al grupo, contribuye a su paralización y empobrecimiento.
Aprender otras formas de interactuar, otros modos de relacionarse, constituye una de las tareas más importantes en el trabajo educativo de la convivencia. Podemos decir que estas interacciones son los átomos de la relación y, a partir de ellos, se van formando las moléculas y elementos presentes en ella, que hacen que se manifieste de manera positiva o negativa. De ahí la importancia de su trabajo y cuidado.
Hablaba en mi último artículo de la necesidad de trabajar los diversos tipos de pensamiento y, en particular, del pensamiento crítico como una habilidad y competencia imprescindible para una convivencia positiva. Enseñar a reflexionar sobre la forma que adoptan las relaciones humanas es el primer paso: identificar sus principales características, ver cómo aparecen, tomar conciencia de ellas, etc. son los pasos previos que harán posible el cambio de estas interacciones. Sólo desde la toma de conciencia se podrán ensayar y poner en práctica nuevas interacciones, basadas en el respeto, la aceptación de todas las personas, la asunción de las diferencias y la búsqueda del bien personal y colectivo.
Es preciso potenciar las formas de interacción positiva, que refuerzan la calidad de la relación entre las personas. La interacción que suma, aditiva, busca la integración de las diversas ideas y aportaciones, añadiendo unas a otras para lograr un mejor resultado general. Igualmente, a partir de la propuesta de una idea o sugerencia, pueden surgir otras nuevas que se apoyan en ellas, contribuyendo así a la aparición de nuevas perspectivas y soluciones, potenciando el efecto multiplicador de las diferentes aportaciones del grupo.
El trabajo de reducción de las interacciones negativas y de potenciación de las positivas se concreta en un tema clave: es necesario que nuestros alumnos y alumnas aprendan a dialogar. El diálogo y la conversación son dos elementos fundamentales de la interacción y de la relación positiva y constructiva, y su aprendizaje y desarrollo deben plantearse de forma continua como objetivos básicos en todas las etapas.
Aprender a dialogar implica trabajar a fondo el pensamiento causal, definir bien la realidad, evitar los prejuicios y estereotipos. Y, a la vez, desarrollar también una actitud de escucha activa, de querer entender lo que dice la otra persona, de comprender sus puntos de vista. Algo que resulta imposible si se sigue manteniendo una actitud dogmática, pensando que somos nosotros/as quienes tenemos la verdad y que la otra parte está equivocada, característica habitual en la interacción dogmática, como se ha visto.
Es necesario enseñar a dialogar, aprender a conversar buscando el entendimiento mutuo y conocer la perspectiva de las otras personas. Se trata de aprender a escuchar para ser escuchados, de hablar y dejar hablar de manera respetuosa, desde una actitud abierta y colaborativa. Miquel Martínez publicó en el mes de noviembre una excelente reflexión sobre el diálogo, sus características y funciones, y a ella nos remitimos.
Nos preocupa la forma en la que se relacionan los alumnos y alumnas entre sí. Pasemos a la acción, analicemos sus formas básicas de interacción y trabajemos por el desarrollo de interacciones positivas. Merece la pena.
Pedro Mª Uruñuela Nájera. – Asociación CONVIVES
1 comentario
Gracias, Pedro, por decirnos de una forma ordenada lo que ya sabemos muchos de los que estamos al pie del cañón. Aunque nos ilustras por dónde debemos ir, creo que tú aportación podría llegar a ser algo más que filosófica. Además de postura filosófica, debemos empezar por hacer cosas. En ello estamos algunos y nos cuesta encontrar resultados. Las fuerza de cambio que se ejerce desde las escuelas es muy inferior a la de los mass media, a la de la familia, el entorno,…