Digamos de entrada que esta ventana abierta de la escuela va muy dirigida a la comunidad educativa en general: administración, familias, centros y su profesorado y, como consecuencia al alumnado beneficiado o perjudicado, al que hay que evitarle tanto vídeos alarmantes como ansiedades innecesarias. Planteamos que los centros dediquen una serie de sesiones a reflexionar sobre su Proyecto Educativo y Curricular, de encontrar si se dan cosas por supuestas o se puede mejorar algo. En primer lugar, deben conocer si su centro está ubicado en una zona potencialmente inundable. Si así es, han de constituir una Comisión de centros que comience enviando un SOS a las autoridades educativas y municipales. En España existe el SNCZI (Sistema Nacional de Cartografía de Zonas Inundables). Desde su página se puede acceder al S.A.I.H. (Sistema Automático de Información Hidrológica) de cada cuenca hidrográfica.
Cada centro educativo desarrolla actuaciones para conocer/visitar lugares/eventos clave que contribuyen a los aprendizajes de las diferentes materias: una pretendida alianza entre qué se va a aprender y cómo se va a realizar el aprendizaje. Estas propuestas didácticas extraordinarias deben figurar en la programación anual del centro y han de justificar las competencias que se mejoran con la realización de tal o cual proyecto. El equipo que las pone en marcha ha de estar plenamente convencido de que son útiles. Debe dialogar previamente para justificar cada dimensión del proyecto, también ha de prever los sistemas de evaluación. Por lo que conocemos no siempre ocurre así, por urgencias u otros motivos, con lo que se pierde una parte importante de su papel educativo.
En leyes educativas de hace tiempo ya se hablaba de la necesidad de aprovechar sucesos o noticias de alto impacto social para llevar una determinada temática al aula. Según cuáles son, más notorias o próximas, tienen la ventaja de que la motivación por conocer lo que ha sucedido ya está presente en el alumnado, le suena la temática. Además, en bastantes ocasiones, muestran efectos en la posición personal que bien entendidos sirven para la organización de nuestras vidas. Las posibilidades de acercamiento de sucesos sociales al alumnado son muchas.
Aquí vamos a insistir en dinámicas meteorológicas y climáticas, porque no quedan lejanas a casi nadie. El poder motivador de lo próximo ayuda a la implicación tanto del alumnado como del profesorado. Una inundación próxima, una sequía permanente, un corte prolongado del agua domiciliaria, o un incendio próximo azuzado por las altas temperaturas, una ola de calor que impacta en la estancia en el centro educativo, etc., serían alguno de los focos sobre los que se podría poner la mirada escolar. O más concretamente, lo que proponemos aquí: dedicar una Jornada de puertas abiertas a una DANA como la que ha afectado a zonas próximas al Mediterráneo a finales de octubre y principios de noviembre. Entre los especialistas en educación se debatía en tiempos si era conveniente llevar los episodios de riesgos y catástrofes a la educación obligatoria. Lo será cuando no se limiten a acumular datos o imágenes luctuosas, cuando resalten el papel de la prevención como una tarea colectiva, cuando ayuden a formalizar una cultura de atención a los riesgos que lleva implícitos el hecho de vivir y la posibilidad de limitar sus causas con la prevención a varias escalas.
En todos los centros de la educación obligatoria hemos llevado a cabo simulacros de incendios, el que se cree mayor riesgo por ahora. Tras ellos, de los que personalmente no he podido sacar conclusiones sobre el aprendizaje real logrado en la forma de pensar y hacer del alumnado, se llevaba a cabo una evaluación que exponía las dificultades para desarrollarlos. Durante su desarrollo surgían problemas estructurales de los edificios, pereza mezclada con atonía, profesorado que avisaba unos minutos antes de que sonara la alarma para dejar el aula bien recogida. En la evaluación se detallaba todo, fortalezas y debilidades ante el suceso. El profesorado desconocíamos si había retorno a lo expuesto, si la administración detallaba lo que se iba a hacer para suplir las distintas carencias. Lo cual me llevaba a pensar si dentro del centro y la administración educativa se era consciente del riesgo que suponían de ocurrir alguna vez el evento, dado que la mejora propuesta no llegaba a realizarse. Deberíamos preguntarnos si las administraciones poseen una cultura del riesgo, pero eso sería demasiado atrevido pues el sistema social es más sensible a las catástrofes que a los riesgos acumulados. Aquí me surge una pregunta sin mala intención: ¿dispone los centros educativos enclavados en lugares sensibles a la meteorología adversa de protocolos de actuación ante eventos graves? No me atrevo a limitar a esta pregunta a los centros de lugares próximos al Mediterráneo, pero supongo que allí los habrá.
Convertir una jornada de puertas abiertas a la DANA en situación de aprendizaje no resulta fácil, porque tiene su complejidad. Lo que proponemos aquí tiene con objeto asociar la catástrofe social que provocó la última DANA en España a una serie de condicionantes climáticos, geográficos y sociales. Hemos de intentar unir dos núcleos básicos de experiencias de vida, muy presentes en las consecuencias de la DANA, para convertirlos en tema de trabajo escolar: riesgos y desastres. Primera reflexión existencial: las irrupciones meteorológicas naturales han provocado desastres sociales. La segunda es también de pensamiento cualitativo: ¿puede una naturaleza que hemos dominado totalmente hacernos daño? ¿Se entiende que la especie humana es dueña de la naturaleza? No sé cómo respondería cada cual, pero me da la impresión de que mucha gente no responde con pensamiento aplicado hasta que no le cae todo encima. Tercer vector detonante: cuánto mayor riesgo haya lo más probable es que aumenten los desastres. Cuarta hipótesis: si los desastres son muy grandes pueden provocar emergencias sociales, que costarán graves daños humanitarios y enormes recursos para cuando se puedan subsanarlos. Quinta y final suposición que nace, y vuelve a la primera: ¿no será mejor reducir los riesgos para aminorar las catástrofes? Y unida a esta: invertir dinero en prevención es mucho más barato que arreglar la pérdida de vidas o la destrucción. En todo este proceso tiene un papel principal la ciencia, muy avanzada. Avisemos a todos del papel destructivo que generan los bulos, algunos mal intencionados, que circulan por las redes sociales.
Situémonos en un centro cualquiera de primaria o secundaria. Suponemos que se realizan una serie de prácticas educativas con el alumnado de varios cursos sobre eventos meteorológicos extremos. Hay que aprovechar la aparición masiva en los medios de comunicación de la catástrofe social tras la DANA para incrementar la necesidad de observar, descubrir y describir en torno a la temática surgida de pronto, así como las bondades que incorpora esa estrategia de aprendizaje sobre algo que en principio no hay que memorizar. La cual ha de permanecer muy presente para el profesorado a la hora de organizar un proyecto.
Demasiadas veces se realizan lecciones de cosas que quedan como una anécdota escolar: la culpa la tuvo la meteorología devastadora y, a esa no se la puede castigar; luego resignación y a esperar que venga otra. Si es así se pierden dos funciones básicas: la función educativa apenas se hace visible –por tanto es difícil de evaluar- a la vez que se banaliza el hecho de acumular hechos luctuosos en la relación entre la naturaleza y la sociedad. Hay que entender que tratar un tema vivencial como el caso de la reciente DANA puede generar crecimiento particular y escolar. Lo será cuando responda a la necesidad del ser humano de saber, si se llega a conseguir que el alumnado se sienta por momentos que forma parte del lugar o problemática visitada, y le lleva a conectar con experiencias propias y a trasladar percepciones que le serán útiles en el futuro.
En tiempos se editaba una revista por parte de ISDR (International Strategy Disaster Reduction) de la ONU que iba dirigida a las Américas. El número 16, publicado en 2009, llevaba por título “La gestión del riesgo en el ámbito educativo”. Iba dirigida a las escuelas americanas del centro y sur, habida cuenta de que el alumnado de estas convive con ellas en sus países, las sufre más de una vez en sí mismas, los efectos sociales permanecen largo tiempo. Enunciaba y desarrollaba una serie de ideas fuerza para justificar este empeño escolar, que deberían debatirse en los centros escolares para justificar o no el contacto educativo con los riesgos y las catástrofes, de cara a formular prevención. Aunque sean de hace ya bastantes años, vamos a reseñar algunos detalles de cara a un debate en nuestros centros:
- La vulnerabilidad del alumnado ante un evento puntual (incendio, sequía, falta de agua, inundaciones, olas de calor, etc.)
- La comprensión por parte del alumnado, implicación activa que vaya más allá de ejecutar un protocolo que se le manda, en la reducción de riesgos y desastres, no solo en el ámbito escolar sino también en la vida cotidiana.
- La reflexión sobre la utilidad del conocimiento, la innovación y la educación, para crear una cultura de seguridad y resiliencia a todo nivel. La inclusión de la reducción de desastres en la educación dentro y fuera de la escuela, podría ser uno de los objetivos claves de los proyectos educativos.
Enseguida surge una pregunta pertinente en nuestros centros educativos: ¿puede ser la educación obligatoria un pilar en la actuación ante un riesgo? Una parte del profesorado lo hará suyo mientras otra parte aludirá a que es función de la administración. Seguimos con las pautas que marcaba del documento aludido, que pueden ser incorporadas a los objetivos del Proyecto Educativo:
- Promover la inclusión del conocimiento sobre la reducción del riesgo de desastres en los planes de estudio en todos los niveles.
- Promover el uso de canales formales e informales para llegar a los niños, niñas y jóvenes con información sobre reducción del riesgo de desastres.
- Organizar el centro educativo con una figura que se haga cargo de la dirección técnica cuando llega un episodio crítico.
- Promover la integración de la reducción de riesgo de desastres como un elemento intrínseco en la deseada Educación para el Desarrollo Sostenible.
- Contar con un protocolo de actuación que se revisa cada año y que se explica al alumnado al inicio de cada curso escolar.
- Programar simulacros de entrenamiento del alumnado que sigue los protocolos que figuran en cada clase en la puerta de acceso/salida.
Si así fuere, la Comunidad Educativa debe plantearse si la gestión de riesgo genera conocimientos útiles para la vida, si trascienden los muros de las escuelas. Si así fuere, esta cumple con la generación de lazos entre la comunidad, las autoridades y los niños, niñas y adolescentes, en el marco de dinámicas participativas y de integración. Para ello, sería conveniente implicarse (colaborar) en acciones como:
- Participar en las plataformas locales / sectoriales de Reducción de Riesgo.
- Incluir enseñanzas sobre seguridad y amenazas en el entorno de las escuelas.
- Describir gráficamente las amenazas.
- Concienciar a las futuras generaciones respecto a los riesgos existentes.
Bien que se van generando en España protocolos educativos ante las olas de calor, como lo iniciativa “Patios por el clima”, pero esta atiende más al bienestar personal, siempre necesario y anticipativo, que a una gestión del riesgo. Esta queda muchas veces en la instalación de entoldados o la plantación de árboles. La idea sugerida de poner aire acondicionado en todos los centros escolares sería interesante, pero implicaría enormes costes ambientales. Hay que madurarla mientras estemos a tiempo.
Para acabar, unas preguntas sin querer ser impertinente en estos momentos todavía de dolor: ¿Su centro de la zona afectada ha recibido de las autoridades educativas unas instrucciones claras de cómo actuar ante estos eventos? ¿Se han adaptado los protocolos de funcionamiento a las nuevas variables, meteorológicas y climáticas?
No son perfectos, pero aquí tenemos un Manual de gestión de riesgos en las comunidades educativas, pensado para países menos ricos que el nuestro.
Me gustaría que lo sucedido con la última DANA fuese un punto de inflexión, por eso hemos querido dedicar unas jornadas de puertas abiertas en los centros educativos. A partir de ahora hay que educar, no solo en la escuela, en la mitigación de las posibles causas –es evidente que el cambio climático es una de las principales pero no solo- y en la adaptación a sus efectos. Sería u buen homenajes a las personas fallecidas y desaparecidos, a los pueblos o ciudades en los que siempre habrá un antes y un después del tránsito octubre-noviembre de 2024.
P.D.: Vaya desde aquí un emotivo recuerdo para las comunidades educativas de las escuelas afectadas por la riada. En ninguna se olvidará lo que sucedió. Seguro que alguna de ellas colocará en la entrada una placa que diga más o menos así: La riada del 29 de octubre de 2024 nos enseñó que la prevención de riesgos debe ser un contenido escolar siempre vivo. Lo recordaremos y ejercitaremos siempre.