“La humanidad ha abierto las puertas al infierno”. Así inauguraba Antonio Guterres, secretario general de Naciones Unidas, la cumbre climática de la ONU de 2023, evidenciando la gravedad de la crisis ecológica y social que pone en riesgo la vida en el planeta. La educación, entendida en esta civilización como una herramienta mercantil y cultural a fin de la integración social y laboral de las personas, forma parte de dicha crisis.
Sin embargo, la educación puede tener otras significaciones. Mayor Zaragoza, en el prólogo de la obra de Morin Los siete saberes necesarios para la educación del futuro, proclama la educación como “la fuerza del futuro porque ella constituye uno de los instrumentos más poderosos para realizar el cambio”.
La reciente publicación Educación ecosocial a la luz de los siete saberes de Edgar Morin establece un diálogo entre dichos saberes y el enfoque de una educación ecosocial que ayuda a transitar hacia la construcción de nuevas sociedades, hacia un nuevo modelo de relación entre seres humanos y biosfera. En este trabajo diferentes autoras y autores vinculan los conceptos centrales de la educación ecosocial con los saberes de la obra de Morin. El resultado es un coro polifónico que pone la banda sonora a su desarrollo en la escuela.
Resumimos, a modo de presentación, algunos de los nexos entre los citados siete saberes con algunos tópicos de la educación ecosocial y la persona encargada de buscarlos (entre paréntesis) y algunos posibles elementos de trabajo en el aula (con aportes de la publicación Gutiérrez Bastida, J. M. (2022). Competencia ecosocial. Crisis ecosocial, alternativas y educación. Ed. Bubok).
1. Enfrentar las cegueras del conocimiento: el error y la ilusión (Genina Calafell: la crisis ecosocial).
Para Morin debemos ser conscientes de que lo que entendemos como certeza puede estar basada en informaciones erróneas. Sin embargo, la educación permanece ciega ante lo que es el conocimiento humano, sus disposiciones, sus imperfecciones, sus dificultades, sus tendencias tanto al error como a la ilusión y, frecuentemente, no tiene preocupación por facilitar el conocimiento de lo que supone conocer. En el proceso educativo se comunican conocimientos, por ello, es necesario mantener una atención permanente.
Genina Calafell advierte de la necesidad de que la educación ecosocial tenga sólidos fundamentos didácticos. Para trabajar la complejidad de la crisis ecosocial sugiere tres principios: los conceptos necesarios, la importancia de las preguntas, de hacer(se) buenas preguntas, y la creatividad, esa facultad de crear cosas a partir de buenas preguntas. Estrategias como situaciones de aprendizaje próximas, sin tener que ser problemáticas, orientadas a la acción y a tomar decisiones óptimas y estratégicas en la construcción de un escenario futuro.
Este saber da las claves a profesorado y sociedad para transitar de una cultura antropocéntrica a un conocimiento ecosocial, por ejemplo, en la identificación de los problemas ecosociales; en el razonamiento de las causas y consecuencias sistémicas de los problemas ecosociales; en la toma de conciencia de que una certeza puede basarse en informaciones erróneas, o en la argumentación de complementariedad frente al antagonismo.
2. Alimentar los principios de un conocimiento pertinente (Lucie Sauvé: ecociudadanía).
Todo texto es inseparable de su contexto, avisaba Morin. Toda problemática es igualmente inseparable de su entorno, un escenario a la vez físico (ecológico) e histórico (social). En este medio, y con una perspectiva global, es donde aprenden y actúan las personas educadas ecosocialmente, un escenario ideal para el desarrollo de la ecociudadanía.
Para Lucie Sauvé, la ecociudadanía, el enfoque más político de la educación ambiental, se desarrolla en el cruce de tres esferas: la de ser consigo mismo, la de ser con otros y la de ser en la casa compartida, la biosfera. Sauvé señala que hay innumerables proyectos escolares que crean y consolidan lazos sociales, se construyen dinámicas de solidaridad. Programas en los que se desarrolla la inteligencia ecociudadana, se aprende a discutir y argumentar, y se fortalece un deseo de democracia activa.
La necesidad de saber alimentar los principios de un conocimiento pertinente se caracteriza por, entre otros, los siguientes elementos: poner la vida en el centro de la actividad educativa; tomar conciencia de que tenemos que “vivir aquí juntos” todos los seres vivos; promover la reflexión crítica y creativa; ofrecer espacio al protagonismo y empoderamiento del alumnado; o ayudar a generar resiliencia social.
3. Enseñar la condición humana (Alicia Puleo: interdependencia).
El ser humano es complejo y de naturaleza frágil. Es un ser que necesita de la comunidad humana para sobrevivir, sobre todo en la infancia, en la enfermedad, en la senectud, o en las dificultades. La diversidad de todo lo que es humano ayuda para que la posibilidad de vida que somos al nacer se convierta en una realidad.
Alicia Puleo apunta que necesitamos el concepto de interdependencia para comprender el verdadero funcionamiento de la sociedad. Desde lo social, la vivencia de ser interdependientes es indispensable para que exista solidaridad. Si no se entiende o aprecia la dimensión de la interdependencia en nuestra propia vida, difícilmente se van a apoyar las políticas sociales o los servicios sociales y defenderlos como algo indispensable. Añade que el concepto de interdependencia abarca también a los animales no humanos. La perspectiva ecofeminista exige que las mujeres tengan poder (sin ser sinónimo de dominación).
En el aula, enseñar la condición humana invita a tomar conciencia de que somos seres interdependientes con los otros seres humanos y seres vivos; a cubrir las necesidades propias sin comprometer las de otras personas y seres vivos presentes y futuros; a demandar dignidad, igualdad y equidad entre las personas; a construir una ética de los cuidados, o a reivindicar la distribución de la riqueza y los bienes comunes.
4. Enseñar la identidad terrenal (Yayo Herrero: ecodependencia).
La crisis planetaria galopa sobre un sistema productivo basado en el extractivismo, concibiendo los bienes comunes que proporciona la biosfera a todos los seres vivos tienen una función exclusivamente utilitarista para los humanos. Es necesario reconocer que el ser humano es también radicalmente ecodependiente, necesita de la naturaleza para conseguir oxígeno, abrigo, alimento, agua, refugio, etc.
Yayo Herrero señala que somos profundamente ecodependientes, que somos naturaleza. Las personas vivimos insertas en un medio natural del que formamos parte y del que obtenemos todo lo que necesitamos para vivir. No hay vida humana posible sin naturaleza, no hay economía o tecnología posible sin naturaleza. Es necesario reconocer que esa naturaleza de la que formamos parte y a la que pertenecemos tiene límites, colocar la vida en el centro de la reflexión y de la experiencia, vinculada con el territorio próximo, que alienta la diversidad, que teje comunidad y poder comunitario, etc.
Reconocer nuestra identidad terrenal contribuye a la competencia ecosocial, entre otros, con el disfrute y conocimiento de la naturaleza, sus límites, sus elementos e interrelaciones, su realidad sistémica y el impacto humano; con la toma de conciencia de ser ecodependiente; con la perspectiva sistémica y holística; con la incertidumbre del colapso y con la resiliencia.
5. Enfrentar las incertidumbres (Luis González Reyes: claves educativas para la acción social transformadora).
La crisis sistémica se está llevando por delante el orden político, económico y cultural que conocemos. En este momento tan cambiante, líquido y abierto cobra todo el sentido educar en la incertidumbre. Un enfoque ecosocial de la educación no se basa en verdades absolutas, sino que tiene en cuenta la duda, el azar, la crítica, la incertidumbre, los riesgos. Esta perspectiva coloca la trama de la vida en el centro del proceso de enseñanza-aprendizaje asentada sobre los principios de ecodependencia e interdependencia.
Luis González Reyes afirma que estamos viviendo cambios profundos que amplifican la propia incertidumbre que conlleva la complejidad. La educación ecosocial es una herramienta para afrontar una educación para la incertidumbre.
Pero es más que eso: permite desarrollar otra serie de habilidades también imprescindibles a fin de afrontar los retos presentes que articulen sociedades democráticas, justas y sostenibles. También caracteriza como sociedades complejas en sistemas complejos que tienen una alta incertidumbre, que no podemos entender en su totalidad, y mucho menos controlar.
Enfrentar las incertidumbres en el aula, en un contexto de educación ecosocial implica, por ejemplo, aprendizajes situados, la construcción de tejido social y pensamiento multicausal, aprender de las vivencias, aprender a gestionar y maximizar la diversidad, y a improvisar, la mirada holística, la revisión del acto de evaluar, y también involucra a la alegría, el consumo consciente, saludable, ecológicamente ajustado y socialmente justo, o el principio de libertad.
6. Enseñar la comprensión (Matías Saidel: lo común).
Morin observa que la situación en la Tierra es paradójica ya que las interdependencias, así como la dimensión de las ya existentes, se han multiplicado en los últimos tiempos. Tanto que la conciencia de ser solidarios en los escenarios de la vida y la muerte liga en bastantes momentos a los humanos. Educar para comprender las matemáticas o cualquier disciplina es una cosa, educar para la comprensión humana es otra, ahí radica la misión espiritual de la educación: enseñar la comprensión entre las personas como condición y garantía de la solidaridad intelectual y moral de la humanidad.
La compresión se genera a partir de un mundo común. Para Matías Saidel la defensa y la promoción de lo común conjuga la búsqueda de un mundo más igualitario; económica, ecológica y socialmente sustentable, y radicalmente democrático, ya que son los propios participantes quienes construyen lo común sin esperar que las soluciones vengan del binomio Estado-mercado. Por eso mismo, la política de lo común no debería justificarse sólo en términos de eficiencia, sino fundamentalmente en términos de emancipación, igualdad, justicia y sostenibilidad.
La componente enseñar la comprensión y empatía presenta algunas características a tener en cuenta en la educación ecosocial, como puedan ser la conciencia ecosocial de bienes comunes frente a la perspectiva antropocéntrica de los recursos naturales; la participación constructiva en actividades comunitarias, y en la toma de decisiones en el ámbito local o global, en particular, mediante la actividad social y cívica (activismo comprometido); el desarrollo de acciones individuales y colectivas basadas la sostenibilidad de la trama de la vida, en la justicia social, en el respeto mutuo, en la solidaridad, en la equidad y en la democracia; el crecimiento personal; los servicios públicos con la vida en el centro (salud, educación, vivienda, seguridad, paz…).
7. Cultivar la ética del género humano (Adolfo Agúndez: ética ecosocial)
Para Morin, conjuntar una política del ser humano, una política de civilización, una reforma de pensamiento, una nueva antropo-ética, un verdadero humanismo y una conciencia de Tierra-Patria reducirían la desunión e ignominia que ahora son visibles en el mundo.
Adolfo Agúndez profundiza en esta visión afirmando que al educar sobre el cambio climático necesitamos movilizar elementos como informar, comunicar o explicar, pero que necesitamos también proyectarnos en función de diferentes escenarios de futuro. Precisamos desarrollar nuestra empatía con las personas más vulnerables y, a partir del valor central de la comprensión —muy vinculado a los anteriores saberes—, nos propone desarrollar y practicar una ética de la comprensión, como un arte de vivir que nos exige comprender de forma desinteresada. Comprender incluso la incomprensión.
Desde estos postulados, la construcción de una ética ecosocial en el aula comporta, por ejemplo, las perspectivas de justicia social, equidad, equilibrio ecológico, democracia, sostenibilidad y solidaridad; la acogida reflexiva y crítica de la información ofrecida por los medios de comunicación; la discriminación entre valores y pseudo-valores; el posicionamiento moral respecto a problemas ecosociales; la manifestación de valores de respeto, sostenibilidad, tolerancia, solidaridad, empatía, igualdad, equidad… y de disfrute de la vida.
Para finalizar, recordamos que el riesgo de colapso está presente en nuestra realidad. La vida en el planeta, tal y como la conocemos, está en peligro. La emergencia climática, el aumento de la brecha entre personas enriquecidas y empobrecidas en los últimos años, la pérdida de biodiversidad, la alarma en los cuidados, la catástrofe sanitaria, etc. nos interpelan como sujetos y como sociedad a dar una respuesta, a transformar la civilización.
Quizás no se produzca el colapso o tal vez no podamos evitarlo. Sin embargo, el colapso no es “el fin del mundo”. Puede ser el fin de “un mundo”. Pero, será el comienzo de “otro”. El futuro aún no está escrito, lo estamos escribiendo ahora entre todas y todos.
En este sentido, la enseñanza, tal y como sentencia el propio Morin en su obra Educar en la era planetaria, debe convertirse en una tarea política por excelencia. Una misión de construcción colectiva de estrategias para la transformar la vida. Así, la educación ecosocial se convierte en un aliado esencial para entender la crisis ecológica y social global, para comprender su complejidad y para vivenciar alternativas. La perspectiva ecosocial de la educación en el marco de los siete saberes para el futuro propuestos por Morin es una oportunidad para la enseñanza, en obligatoria y posobligatoria, que abre escenarios ala participación del alumnado, a su protagonismo en los procesos de enseñanza-aprendizaje y a su empoderamiento ecosocial ante la sociedad.
Los tiempos son los que son y las urgencias, las que conocemos. Del “no mires arriba”, hay que pasar a “el tiempo es ahora”. Necesitamos una educación que fusione lo ecológico y lo social, que ponga la vida en centro, que se cuestione qué pasa con la vida si elegimos una opción u otra. Que ayude a moldear una nueva ética de carácter ecosocial. Que acompañe a reconocer los principios de ecodependencia e interdependencia para poder ajustar mejor la satisfacción de nuestro bienestar. Que contribuya a ajustar la actividad humana a los ciclos de la biosfera y a los derechos y libertades de otros semejantes, por lejanas que estén. Que ofrezca reconocer y reivindicar los bienes comunes a disposición de todos los seres vivos. Finalmente, que ayude a conquistar nuevas formas de repartir la riqueza, de lograr la equidad y de buscar la felicidad para todas las personas.