Educar es una aventura apasionante, pero nada sencilla; educarse es entender parte de los problemas que estamos viviendo, lo cual implica necesariamente asomarse al escenario social. Desde aquí vamos a intentar explorar caminos, aportar algunas llaves para abrir las puertas de las clases a los vientos de la sostenibilidad. El empeño, a pesar de sus dificultades, merece la pena.
La vida nos enseña que aquello que asimilamos en la escuela no siempre sirve para entender las cosas que pasan cada día a nuestro lado. Para lograrlo necesitamos un aprendizaje permanente, una memoria de hechos acumulada con la ayuda del pensamiento crítico, porque en cada momento se nos presenta una situación que desborda lo que sabemos. Si nos creemos ciudadanos del mundo, no debemos conformarnos -refugiados en la comodidad o en la ignorancia- con presenciar impasibles lo que vemos alrededor. Aunque haya gente que prefiere pasar así por la vida, cada día más personas piensan que existen muchas razones para intentar cambiar los comportamientos que tenemos ahora. También a quienes transitan por las aulas les preocupan los problemas a los que se enfrentan muchos seres vivos –sean humanos o no- que se mueven en una permanente incógnita de supervivencia.
Sabemos que la acción transformadora se sustenta en la educación global, que es siempre una tarea colaborativa. Por eso no está de más que desde la escuela se intente educar de manera diferente, crítica, participativa, exigente, sobre escenarios abiertos, y así apuntalar un futuro posible. Por eso, aquí hablaremos de medio ambiente, de sostenibilidad y de ecología, que se parecen pero son diferentes; eso sí están tan interconectadas que uno no se atreve a decir cuándo hace más hincapié en una cuestión o en otra. El cometido no es nuevo; figura en los libros de texto y en los currículos desde hace varias leyes educativas -en particular desde la Logse- pero lo hace demasiadas veces con carácter lineal, estático, cuando parece que debería ser todo lo contrario.
En esta encomienda, añadir a la educación intenciones transformadoras o reparadoras del proyecto mundo, tenemos a favor que hay señales que nos dicen que se acrecienta el interés por la naturaleza, que preocupa el medio ambiente e, incluso, algunas personas se cuestionan su sostenibilidad. Por otra parte, cada día abundan más las noticias en las que aparece el medio ambiente como protagonista. Tenemos en contra que este se presenta de una forma episódica, alejada por tanto de la comprensión de sus causas y consecuencias; a menudo se expone disfrazado de catástrofe, también con bonitas estampas. Además, no ayuda que la escuela sea perezosa cuando se le invita a la renovación curricular; en bastantes casos se limita al estricto comentario del episodio en concreto; le cuesta analizar las causas y consecuencias, o no sabe/puede. Seguramente influye el hecho de que los currículos sean tan cerrados; por eso desde aquí insistiremos en la conveniencia de abrirlos, lo mismo desde la normativa de las administraciones educativas que por parte del profesorado.
Abordaremos aspectos de la vida -a veces cosas o seres en apariencia insignificantes- que salen en los currículos pero vistos de manera diferente, lo cual implica un cuestionamiento de lo usado tradicionalmente para entender fenómenos sociales y naturales, que siempre caminan en interacción, como se explicita en los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). Resaltaremos el papel de la participación, la implicación personal, el cuestionamiento social, el trabajo en equipo, además de una necesaria renovación curricular que suponga una clara innovación y consolide variables pedagogías diferentes. También hablaremos de la gestión ambiental de los centros de cara a la sostenibilidad.
Intentaremos presentar situaciones de aprendizaje en donde los libros cuentan poco -no fueron escritos para fomentar el pensamiento, versátil y cambiante, sino para afianzar conocimientos estancos- y los currículos no ayudan -la estrategia tradicional que busca mucho más el qué que el cómo y el para qué-. Lo haremos ejemplificando hechos reales que admiten perspectivas diversas, si bien todas mantienen la intención de cuestionar modelos de vida actuales y ponen la atención sobre la cultura vigente. Porque queremos hacer ver a quienes los escuchen que estamos perplejos ante el supuesto y generalizado aprecio hacia la naturaleza -que se demuestra en la huida de la ciudad en cuanto puede- y a la vez la despreocupación por su sostenibilidad según se observa en prácticas diarias. Antonio Machado se preguntaba, en su “Juan de Mairena”, hace cien años si “el hombre moderno no huye de sí mismo hacia las plantas y las piedras, por odio a su propia animalidad, que la ciudad exalta y corrompe”. Trabajaremos por que no sea así.
Queremos prevenirles de que no esperen aquí grandes postulados, lecciones infalibles, sino pequeños detalles que sirvan para emplear el pensamiento crítico para revisar el presente y lanzar una mirada reflexiva hacia el futuro; a ver si entre todos lo hacemos menos inestable para el Planeta en su conjunto. Quedaría bien que la escuela figurase entre los principales protagonistas en esta tarea. José Saramago decía que «solo si nos detenemos a pensar en las pequeñas cosas llegaremos a comprender las grandes». Nos ponemos a ello.
Carmelo Marcén Albero (www.ecosdeceltiberia.es)
2 comentarios
Algo que comienza citando a Machado y Saramago, que invita a la humildad y al pensamiento crítico suena nutritivo, sensato y constructivo. Se agradece esta iniciativa que seguiremos y compartiremos recordando que este planeta es un préstamo de nuestras hijas e hijos serán bienvenidas cada sugerencia, propuesta o reflexión. Gracias.
Carmelo, mucha suerte en esta nueva andadura contra los molinos, y disfrútala. El mundo de la educación necesita de la sabiduría y serenidad que transmites. Te seguiremos de cerca. Un abrazo