Las ecoescuelas abiertas no son solamente aquellas que prestan esos espacios a otras actuaciones educativas o culturales de la sociedad civil, demanda social que cada vez está más extendida. Las que aquí contemplamos se refieren a su quehacer pedagógico. Ese que sustenta los proyectos educativos puestos en marcha a iniciativa de un grupo de profesores o a resultas de la obligación administrativa: presentar el Proyecto Educativo de Centro a comienzo de cada curso. Documento no siempre asumido por todo el profesorado, quizás olvidado en su trayecto escolar. Si así sucede, el profesorado se sujeta al libro de texto y el alumnado se arriesga a perder la visión de su existencia con otros, el aprendizaje y la reflexión del lugar que ocupa temporalmente y su equivalencia con otros en la vida colectiva. Porque esas tres virtudes engalanan muchos proyectos de colegios e institutos.
En demasiadas ocasiones, los objetivos y metodologías que llegan a los colegios e institutos desde fuera busquen cambiar hábitos o valores en un plazo temporal demasiado corto
No está de más advertir que el trabajo sobre cuestiones socioambientales no surge únicamente desde dentro de un centro escolar. En bastantes ocasiones se produce un acogimiento de ofertas de la administración respectiva, que asigna a la escuela el papel de acelerador de la transición social, o la recuperación de valores o hábitos necesarios. También los colegios e institutos acogen iniciativas de asociaciones, fundaciones o servicios municipales. Buena parte de ellos tienen que ver con el complejo mundo de los hábitos y valores sociales o pro ambientales. En todos ellos se atisba una buena intención, pero sus desenlaces, ritmo y evaluación, son cuestionables. Además, decae su trascendencia porque no suele haber un retorno de los resultados de la entidad proponente.
No debe sorprendernos que, en demasiadas ocasiones, los objetivos y metodologías que llegan a los colegios e institutos desde fuera busquen cambiar hábitos o valores en un plazo temporal demasiado corto. Es un error que se arrastra desde hace varias décadas. Lo que se propone ahora no difiere mucho de aquello que comenzó con la transición escolar –de la mano de los Movimientos de Renovación Pedagógica- a finales de los años 70 del siglo pasado. En buena parte declinó en un activismo, en bastantes ocasiones atropellado, sin apenas evaluación del proyecto ni del proceso. En semejante escenario solamente podía derivar en un cansancio del profesorado y en una despistada implicación del alumnado. Debió ser así porque en las encuestas de preocupación ambiental de ahora, los percentiles de los jóvenes entre 16 y 35-40 años son mejorables. Seguramente, la mayor parte de esos jóvenes habrán intervenido en proyectos ambientales o ecosociales en su tránsito por la enseñanza obligatoria. Por las razones que sean, la comunicación ambiental no ha logrado cambios de conducta o percepciones del conjunto ecosocial duraderas, algo que cada proyecto debería tener como una constante.
Pero con ser esta cuestión importante, lo es tanto o más la percepción personal del profesorado ante una problemática concreta. Pongamos, por ejemplo, la educación cívica y ciudadana. Mención suficientemente razonada en la mayor parte de las propuestas curriculares por parte de las administraciones educativas. Idea reflejada en casi todos los Proyectos Educativos de Centro. Ahora sí: la Educación Cívica y Ciudadana ha entrado en las leyes educativas. Así pues, confiere una misión que a casi nadie le resultará ajena. Por más que comparta su posición en forma de “Educación para el desarrollo sostenible y la ciudadanía global”, que mandan los actuales currículos.
No está de más precisar en qué mundos conceptuales nos movemos. Si bien lo uno y lo otro, enunciados juntos en el currículo, deberían estar relacionados, no sabemos de qué lado se inclina la balanza. El concepto desarrollo se liga con crecimiento económico; lo de sostenible admite interacciones complejas; la ciudadanía de proximidad es una aventura social no siempre lograda en educación ni en la vida; además, lo de global apenas asoma en bastantes intenciones educativas pues es difícil abstraerse y pensar globalmente, sin conocer apenas la multiplicidad de escenarios y tiempos. Por todo esto, aconsejamos plantear proyectos de acción progresivos, con pedagogía lenta a pesar de la urgencia que nos invita a resolver toda la problemática cuanto antes. Es por ahora casi una quimera tanto en educación como fuera de ella.
¿Cómo entender el mundo actual, sometido a la irrupción de ocurrencias del mandatario norteamericano y sus “imitadores patriotas” en Europa y fuera de ella, para transmitir algo fundamentado al alumnado? Vamos a desgranar nuestras ideas como si pudiéramos alejarnos de lo que el convulso rompecabezas político puede ocasionar. Construiremos una especie de burbuja democrática y ética, valiosa en el caso de que el profesorado busque la educación cívica y ciudadana, como planteábamos en el título. Por eso, en esta entrada buscamos la ayuda de Educación para la ciudadanía en tiempos de desafíos globales, elaborado por el ICCS –IEA (Asociación Internacional para la Evaluación del Rendimiento Educativo). Si se camina en esa dirección, estaremos ante una ecoescuela abierta, plena de postulados cívicos, y de auxilio a la ciudadanía, al menos local.
Subraya el documento que los jóvenes de hoy configurarán la ciudadanía de mañana. El ICCS 2022 recogió y analizó datos de muestras por países representativas sobre el conocimiento conceptual y la comprensión de los estudiantes sobre educación cívica y ciudadana. Pero no sólo eso, pues se fijó en sus actitudes y compromisos con los aspectos relacionados con esa educación doble: los cambios en el conocimiento y la comprensión cívica de los estudiantes; los patrones y las disposiciones hacia el compromiso cívico; las actitudes hacia la ciudadanía y la igualdad de derechos; así como el contexto escolar y del aula para el aprendizaje sobre la ciudadanía. Además, se tuvieron en cuenta otros escenarios nuevos como el aumento de la globalización y la migración, la forma en que las escuelas abordan la creciente diversidad social, el compromiso cívico de los jóvenes con las tecnologías digitales, sus puntos de vista sobre sus sistemas políticos y aspectos de la ciudadanía orientada globalmente. En suma, un conjunto de datos utilizando una evaluación internacional de estudiantes, un cuestionario internacional, varios cuestionarios regionales para países europeos y latinoamericanos, otro cuestionario para docentes; y una encuesta de contextos nacionales.
En concreto, se enfocaron varias áreas de actualidad: sostenibilidad, participación a través de tecnologías digitales, diversidad, opiniones de los jóvenes sobre el sistema político y, cómo no, ciudadanía global. Fijémonos en las preguntas de la investigación general, que servirían para que el profesorado de nuestros centros realizase una reposada reflexión sobre la educación ciudadana. La que se despliega en consonancia con los nuevos postulados curriculares y ante las amenazas globales del pensamiento único, que acecha en estos momentos impulsado por los nuevos mandatarios de EE.UU., pero no solo. Así pues, preguntémonos:
- ¿Cómo se implementa la educación cívica y ciudadana en el centro?
- ¿Cuáles son los objetivos y principios de la educación cívica y ciudadana?
- ¿Qué enfoques curriculares optan por ofrecer los proyectos educativos en materia de educación cívica y ciudadana?
- ¿Cómo perciben los sistemas educativos, las escuelas y los educadores el papel de la educación cívica y ciudadana?
- ¿Las variaciones en el conocimiento cívico están asociadas con las características de los estudiantes y las variables de contexto?
- ¿Qué factores contextuales explican la variación en el conocimiento cívico de los estudiantes?
- ¿Cuál es el grado de participación de los estudiantes en diferentes esferas de la sociedad y qué factores pueden estar relacionados con ella?
- ¿Qué creencias tienen los estudiantes sobre su propia capacidad de compromiso y el valor de la participación cívica?
- ¿Cuál será el alcance y la variación de la participación cívica de los estudiantes dentro y fuera de la escuela, en asuntos concretos?
- ¿Qué expectativas tienen los estudiantes con respecto a la participación cívica y política en el futuro?
- ¿Cuáles son las creencias de los estudiantes sobre la importancia de los diferentes principios que sustentan una sociedad democrática?
- ¿Qué actitudes tienen los estudiantes hacia las instituciones cívicas y la sociedad?
- ¿Cuáles son las percepciones de los estudiantes sobre la cohesión social, las desigualdades y la diversidad en las sociedades en las que viven?
- ¿Cómo se organiza la educación cívica y ciudadana en el día a día en el centro educativo y a lo largo de los cursos?
- ¿Resulta evidente su relación con los resultados de aprendizaje de los estudiantes?
- ¿En qué medida las escuelas cuentan con procesos participativos que facilitan la participación cívica?
- ¿En qué medida interactúan las escuelas y las comunidades para fomentar el compromiso cívico y el aprendizaje cívico-ciudadano de los estudiantes?
- ¿En qué medida las escuelas ofrecen programas o actividades relacionados con el aprendizaje y las experiencias cívicas (incluidas las actividades relacionadas con la conciencia global, la sostenibilidad ambiental, la coexistencia pacífica, la participación a nivel local, nacional y global y el uso responsable de las redes sociales)?
No seguimos con más detalles. Nos queda únicamente una incógnita más, realmente preocupante: parece que los jóvenes (ciudadanos) socializan cada vez menos con sus cercanos/compañeros-as. ¿Cómo evolucionará esta tendencia? Ni idea. Por eso es más urgente que nunca acudir a los informes del ICCS –IEA y convertir los centros escolares en ámbitos (¿laboratorios?) de ciudadanía comprometida. La cuestión nos la suscitó un artículo de John Burn-Murdoch en el Financial Times que sostenía que los jóvenes pasan mucho más tiempo solos que hace 15 años, especialmente los chicos. Este recogimiento ha tenido efectos positivos —menor consumo de tabaco y alcohol—, pero también plantea preguntas sobre su impacto en la salud mental y el bienestar de los jóvenes. Es más, afirmaba que en Europa, la proporción de jóvenes que no socializan ni una vez a la semana ha saltado del 10% en 2010 al 25% en 2023. Atendamos a lo que muestra este artículo de RTVE de abril de 2023 con un titular contundente: Jóvenes «desesperados» y cada vez más solos: «Les faltan escenarios para construir relaciones».
Mejorar sus aprendizajes ecosociales es una tarea de la sociedad entera, en la que la escuela desempeña un papel importante
Bastantes centros educativos recogen en sus proyectos escolares la atención preferente a los ODS. A lo largo de lo que hemos expuesto se abordan cuestiones que los contemplan, y no solamente en el número 18 Paz, justicia e instituciones solidas. ¿Cómo se comprometerán nuestras escuelas con la educación cívica y ciudadana, con el desarrollo sostenible y la ciudadanía global? Tres ámbitos en permanente relación, presentes permanentemente en nuestra vida diaria y claves en las esperanzas de futuro.
Lo dejamos abierto, no sin antes recordar que mejorar sus aprendizajes ecosociales es una tarea de la sociedad entera, en la que la escuela desempeña un papel importante. Por tanto, el profesorado debería ser consciente de su trascendencia ciudadana y cívica, de buscar alianzas dentro y fuera de su comunidad educativa. Las reuniones de principio de curso, las de departamentos semanales, las trimestrales y las programadas para elaborar la memoria final son espacios de debate, no solamente de acuerdos de organización escolar.
Por todo lo aquí expuesto, por la presencia activa de los “autonombrados patriotas” en el enredo colectivo, por su posible influencia en los jóvenes autoexcluidos de la relaciones sociales debemos reivindicar “una enseñanza formal y universitaria plena de educación cívica y ciudadanía”. Todavía estamos a tiempo pero no hay tiempo que perder.