En la escuela y en la vida acostumbramos a vivir midiendo el tiempo, agrupándolo para entenderlo, o reuniendo cosas y actos que identifiquen alguna jornada o periodos más largos; pero no siempre acertamos porque utilizamos magnitudes diversas. Unas son muy subjetivas; incluso las personas interpretamos de distinta forma las que podríamos calificar como objetivas. Pregunten en clase si el día se hace largo o corto, si en vacaciones dura más o menos, si se sabe medir la Historia de hechos del país, si valen esas medidas para explicar el devenir geológico o natural de lo que nos rodea, si en cada país el día empieza a la misma hora y se vive de idéntica forma; si hay un tiempo de mayores y otro de jóvenes, etc.
La realidad compartida se acercará a la constatación de que cada día, año o curso realizamos una serie de acciones que vienen marcadas en el calendario personal que, en cierta manera, es un reflejo del ritmo social impuesto. Para pasar de manera adecuada ese cada día se obtienen del sistema Tierra (aquí entran también océanos y atmósfera) una serie de recursos que viajan hasta nosotros y aprovechamos de forma distinta. Cada jornada que vivimos generamos individual y colectivamente unos cuantos rastros en el suelo, el aire y el agua; visibles también en la vida diversa. Esos peajes inducidos no tienen medida común de tiempo: unos permanecen siempre, otros van y vienen, algunos son reversibles, los hay fácilmente reparables. En realidad, la gente no se preocupa y tiene la sensación generalizada de que siempre se reponen; otra forma de equivocarse al medir el tiempo. Pero la principal característica de esos efectos es la interrelación que, aunque no aparente, planea entre todos ellos y empuja la vida del conjunto del medio ambiente, incluidos nosotros, hacia uno u otro lado, o dando vueltas en espiral sobre sí mismo. Además, otra travesura el tiempo, afecta a distintas generaciones y de modo diferente.
Cada año que pasa consumimos antes los recursos globales que puede generar la Tierra en todo el año. En este 2018 vivimos en parte de lo ahorrado en millones de años. Hace 30 años, lo que generaba el medio ambiente global anualmente nos duraba hasta el 15 de octubre, hace 10 años se acababa el 15 de agosto. Pero claro, el aumento de la población junto con el incremento del despilfarro consumista nos llevan a una situación cada vez más crítica, y criticable. Póngale más motivos al desastre que se nos avecina de seguir así: mayor producción de alimentos de los cuales una buena parte se tiran, la extracción de minerales provocará su escasez, la tala de bosques se nos comerá el oxígeno del aire y la quema de combustibles fósiles nos lo llenará de dióxido de carbono, las “ganancias” de estilo de vida se transformarán en pérdidas, la erosión del suelo nos dejará con menos tierra útil, la sobreexplotación del agua nos conducirá a su escasez; todo ello sumido en una grave alteración del clima, etc. Este año fue el 1 de agosto cuando se sobrepasó la capacidad anual creadora de la Tierra. ¡Qué casualidad!; el día en el que muchos ciudadanos del mundo rico del Hemisferio Norte se iban de vacaciones. Pero algunos países hacía días que se “habían comido”, o dilapidado, lo que el medio ambiente había generado por ellos: España en concreto el 11 de junio, Dinamarca y Suecia que son para el mundo un modelo de respeto del medio ambiente entre marzo y abril; claro que todo esto queda lejos de la responsabilidad depredadora per cápita que tienen ciertos países como Qatar, Luxemburgo o Emiratos Árabes Unidos, mundialmente envidiados. Interesaría que cualquier ciudadano o ciudadano del mundo, hay quienes duda de serlo, visitase “Country Overshoot Days 2018” en Internet y llevase la noticia a la familia o al trabajo. Sugerencia que ampliamos al ámbito escolar, demasiado abandonado en la lectura crítica de la vida.
En realidad, “Día de Sobrecapacidad de la Tierra” es la alerta global de que el mundo está dilapidando su patrimonio natural; debería ser la clave identificativa con la el alumnado y el profesorado mirasen hacia el futuro con espíritu crítico. La escuela tiene sus propios ritmos marcados por programas y vacaciones, también por las evaluaciones, y en cierta manera por una serie de hitos anotados en el calendario: el día de…, la semana dedicada a…; el día a día fluye en gran parte marcado por rutinas para el alumnado y profesorado. Estamos en septiembre, cuando países como México, Costa Rica, Perú o Panamá acaban con su parte de lo que la Tierra produce al año. Nos queda todo el curso, unos meses para los estudiantes americanos, pero es el momento de cambiar, pues cada vez se aprieta más el tiempo. Aprovechen para comenzar un debate dialogado y reflexivo con los chicos y chicas de su clase en torno a cuestiones como: si se consideran consumidores de la despensa ambiental, si suponen o no que la naturaleza repone cada año lo que de ella se demanda (alimentos, aire renovado, materias primas, etc.), si son conscientes de lo que significa, si en cierta manera vivir hoy no es consumir parte de lo que ellos necesitarán en el futuro, si se podrá siempre dar un crédito ambiental a cualquiera que lo pida, si los bienes de la tierra son finitos o infinitos, si confían en la ciencia en que resuelvan estos problemas, si la responsabilidad es de los gobiernos o de sus ciudadanos, cómo piensan que afecta a la vida que los jamaicanos, vietnamitas, marroquíes o nigerinos consuman su parte en diciembre, etc. Tras las reflexiones quizás se piense en compromisos o demandas; hágase difusión de ambas para retrasar cada vez más la fecha en la que vivimos de los ahorros que el medio ambiente y otras personas nos dejaron. Un buen tema de trabajo para cualquier nivel educativo.
Carmelo Marcén Albero (www.ecosdeceltiberia.es)