Los animales domésticos ocupan un lugar importante en nuestras lecturas. Los encontramos tanto en los primeros cuentos infantiles como en los libros empleados en los primeros cursos de primaria. Además, disfrutan de una atención continuada en nuestras vidas. Nos acompañan, nos dan cariño y también muchos servicios. Se incorporaron a la alimentación humana cuando los recolectores paleolíticos vieron en ellos una fuente de proteínas y grasas, además de la posibilidad de abrigarse con sus pieles. Tanto los atraían que los pintaron en sus cuevas; solamente hace falta visitar las web de Lascaux y Altamira para admirarlos.
Sucedió que miles de años después, en el neolítico, aquellos primitivos cazadores-recolectores pensaron en domesticar animales y, sin darse cuenta, estaban inventando la ganadería; eso sí, a pequeña escala. Aquí vamos a hablar de la ganadería industrial, intensiva; esa que concentra en poco espacio centenares o miles de individuos.
Podíamos estudiar si eso está bien o mal desde el punto de vista de los derechos de los animales –asunto importante para debatir–, pero en este caso vamos a hacerlo desde la vertiente contaminante de las granjas intensivas. Utilizan mucha agua, necesitan una enorme cantidad de materias primas para la alimentación y producen muchos residuos sólidos, líquidos y gaseosos. Hemos de decir, en primer lugar, que la culpa de estas enormes emisiones no la tienen los animales, que se limitan a vivir, sino aquellos que los crían. Sirva este primer asunto para comenzar el debate en la escuela.
Por supuesto que las emisiones no son solo de las vacas –en particular sus eructos–, como dice el titular del artículo. A esos seres tan simpáticos que salen en muchos cuentos, que además nos dan leche, se añaden los pedos de otros muchos animales como caballos, ovejas y cerdos (estos últimos son hoy día la mayor fuente de carne del mundo a pesar de su prohibición en algunas religiones), son básicamente los que están acelerando de forma significativa el cambio climático. Recordemos que generalmente se culpa al dióxido de carbono liberado por coches y calefacciones de todos los males de los GEI (gases de efecto invernadero), pero el metano (CH4) animal tiene mucha culpa de que nos encontremos en una situación crítica –el efecto invernadero de una de estas moléculas es 30 veces mayor que una de CO2–. De hecho, hemos conocido que en algunas granjas han instalado campanas en el techo para recoger el metano y aprovechar la energía que contiene. Así pues, las flatulencias de los animales –nosotros incluidos–, más todavía si comen mucha hierba, vienen cargadas de metano y contribuyen mucho a la incógnita climática que tenemos delante. Segundo asunto para comentar en el debate.
Con la escusa de las emisiones animales se podrían abordar otros temas complementarios si el alumnado puede manejarlos con soltura. Qué decir de la deforestación que está sufriendo América Central y del Sur para dejar tierras libres para pastar las vacas con la que se elaboran las hamburguesas de los americanos del norte y los europeos.
Tanto la Amazonía brasileña como extensas zonas de otros países (Paraguay o Argentina) soportan graves presiones por la cría del vacuno, asunto que viene denunciando la FAO desde hace tiempo, alerta de que en los últimos 20 años se ha deforestado una superficie boscosa equivalente al territorio de la India; es fácilmente comprobable en las imágenes que proporcionan los satélites de la NASA u otros. Merece la pena que el profesorado visite la web de Global Forest coalition (Coalición Global por los Bosques) que agrupa a varias ONG de defensa de la tierra y los pueblos indígenas para enterarse de lo que la deforestación supone en sus territorios y vidas. Así podrá introducir con varios argumentos esta variable en el trabajo de clase.
Lo anterior nos puede servir para un cuarto aspecto a debatir: la cría de animales de forma intensiva deja una tremenda huella sanitaria, provocada por el masivo uso de antibióticos y de otros productos que mejoran la rentabilidad económica de la producción animal. Greenpeace publicó hace un año La insostenible huella de la carne en España, un informe exhaustivo sobre el consumo de carne y lácteos. En él animaba a comer “cosas con carne antes que carne con cosas” para llevar una dieta más sana que condujese a un planeta más sano. Alertaba del auge de la ganadería de porcino –en España viven más que personas pues en 2017 se sacrificaron 49 millones de cerdos, según el ministerio de Agricultura, en Cataluña casi tantos como habitantes y en Aragón 7 veces más– y el declive de ovino. También avisaba sobre el uso de los antibióticos preventivos y sus consecuencias en la contaminación química el agua y en la generación de resistencias antimicrobianas en quienes los consumen más tarde. Al final proponía un cambio social, que hacemos nuestro, y proponemos para el debate en clase: menos ganadería intensiva para tener mejor clima, más y mejor agua, más tierras disponibles y mejor salud colectiva. Para animarlo se pueden emplear los sencillos gráficos que Greenpeace incluye en su informe.
Tras todo lo dicho anteriormente se plantea un dilema moral: dejar de comer carne o hacerlo en menor cantidad, para evitar sufrimientos animales y desperfectos ambientales, que a la vez es una mejora de salud personal; sepan nuestros alumnos que el 86% de los mamíferos hoy son animales domésticos y humanos. Además de los eructos de las vacas, que nos habían servido para motivar el trabajo escolar, hay otras muchas cuestiones conexas que tienen un alto contenido social, ambiental y personal, ante las cuales la escuela no puede permanecer al margen; las necesita para su información y formación. ¿Cómo y en qué materia hacerlo? Seguramente en el contexto de un proyecto de centro que como escusa de los animales domésticos (contenido curricular) entre en la dimensión ambiental de la ganadería intensiva y del bienestar animal, asunto de interés creciente en las sociedades occidentales. Por cierto, es posible hacerlo sin apartarse demasiado de lo que manda la normativa escolar.
Carmelo Marcén Albero (www.ecosdeceltiberia.es)