Las escuelas miran a menudo al planeta para entenderlo, estudian a la sociedad porque ellas mismas forman parte importante de la vida colectiva. En realidad, son un reflejo de ambos mundos, ¿o se ven reflejadas en ellos? Su ámbito de influencia llega tanto a quienes las transitan cada día como para las familias que mantienen alguna relación con ellas. Por eso deben preparar al alumnado para entender lo que significa vivir el presente, para desentrañar cómo cada cual de manera individual y el conjunto de la sociedad gestionan sus modos de ser, utilizan los recursos del planeta y conviven en un mundo cada vez más complejo; todo para posicionarse, siempre tras un razonamiento crítico. Por estos motivos continuamente aconsejamos aquí que los temas de trabajo y estudio de cualquier nivel escolar tengan relación con las experiencias cotidianas; en este caso con la alimentación, más bien con el desperdicio alimentario que la sociedad genera en muchos ambientes y momentos. Para comprenderlo un poco mejor vamos a apoyarnos en los números –por más que no acaben de gustar al alumnado–. Se trata de concluir si los hábitos generalizados y las actitudes individuales ante la alimentación, que tanto interaccionan con la sociedad y el planeta, deben ser diferentes.
Quizá el diálogo sobre el asunto podría comenzar preguntándose cada uno –también el profesorado– si el cubo de la basura de casa contiene muchos o pocos desperdicios de alimentos, de cuáles más. Al mismo tiempo, habrá que considerar que aquello que se compra para comer no es todo que se produce en el suelo, se cría en granjas o se elabora en fábricas, sino una parte. Estaría bien hacer un sondeo, no solo en la escuela, para ver lo que sabe la gente de este tema. Viene esto a cuento porque la FAO afirma que hay muchos alimentos seguros y nutritivos que están inicialmente destinados al consumo humano que son desechados o utilizados de forma alternativa (no alimentaria) a lo largo de las cadenas de suministro; merece la pena leer, aunque este informe sea de hace unos años, Pérdida y desperdicio de alimentos en el mundo-. La FAO también aborda este grave problema social y planetario en el ámbito de América Latina y el Caribe, incluso, ha firmado alianzas con la FLAMA (Federación Latinoamericana de Mercados de Abastecimiento).
Seguro que el profesorado conoce que se producen un 60% más de los alimentos necesarios para satisfacer a los más de 7.600 millones de habitantes que somos y, a la vez, unas 40.000 personas mueren de hambre cada día. También explicará al alumnado las paradojas de la alimentación despilfarradora: países grandes productores y exportadores de unos productos alimentarios concretos que a la vez compran fuera los que se comen –África es el paradigma de la explotación alimentaria, vende barato y compra caro–. El viaje de los alimentos puede comprobarse fácilmente. Seguro que en nuestra casa hay bastantes que vienen de muy lejos, cuando los tenemos ahí cerca; en algún supermercado habremos visto por ejemplo naranjas de Sudáfrica, cerezas de Chile, galletas de Nueva Zelanda o nueces de EE.UU. Por eso, estaría bien que el profesorado hiciese ver a los escolares el sentido de la producción y el consumo de alimentos de cercanía, de temporada. No hay escusa para no hacerlo, pues la alimentación y la nutrición forman parte de los desarrollos curriculares de varios cursos. No olviden que el despilfarro también afecta al uso de la energía, esa que tanto tiene que ver en el cambio climático.
Pero además, la FAO avisa de que la desnutrición y el hambre a escala global es una consecuencia de que el sistema económico es implacable y no entiende de humanidad y ética; busca producir más, no alimentar mejor. Se calcula que cada año se desperdician unos 1.600 millones de toneladas de alimentos –un tercio de la producción mundial– cuya valoración económica se acerca a 1.200 millones de dólares. Sepan que en Europa y América del Norte se desaprovechan entre 95 y 115 kg. por persona y año. ¿Es eso un desperdicio? La ONU plantea que, en el caso de que la población mundial sea de 9.000 millones en 2050 –alrededor de un 20% superior a la actual– se necesitarán un 70% más de alimentos. Razonen con el alumnado si la relación parece coherente y qué se les ocurre para cambiar a mejor. Elaboren algún gráfico explicativo y llévenlo también a la reunión del departamento y al claustro de profesores para provocar una reflexión ética sobre el papel de la escuela en este asunto.
Pero hay que saber quién y dónde se desperdicia. Si quieren jugar con los números, sin cansar al alumnado, anoten estos datos que proporcionaba la AECOC (Asociación Española de Fabricantes y Distribuidores) en 2012 sobre los desechos alimentarios en distintos escenarios: hogares (42%), empresas de producción (39%), canal de restauración y bares (14%) y empresas de distribución (5%). Enseguida descubrirán dónde se puede ahorrar buena parte del despilfarro. Vuelvan a cuestionar la comida que se desperdicia en los hogares; los acuerdos o desacuerdos con estas cifras. Pueden mirar aquí si tienen interés por saber qué alimentos se desperdician más. Habrá que trabajar para diferenciar cuándo se habla de desperdicios o de desechos, de las ocasiones en las que coinciden y las que no; si tienen curiosidad por lo que sucede en España visiten la página del MAPAMA (Ministerio de Agricultura y Pesca, Alimentación y Medio Ambiente) y consulten Desperdicio de alimentos de los hogares en España. 2016. Todos debemos entender las consecuencias de tirar comida en forma de peajes al medioambiente: un 8% de los GEI proceden de la pérdida y el desperdicio de comida que se cultiva en el 30% de la tierra agrícola, a la cual llegan añadidos por esta razón casi el 20% de los fertilizantes y consume el 21% del agua dulce. ¿Qué opina el alumnado? Pásenles el vídeo de la OCU (Organización de Consumidores de España) para que lo recomienden en su casa.
Puede que en su centro haya comedor escolar. Reúnanse con la persona responsable; comenten con ella el caso del desperdicio alimentario, en qué alimentos se da más y por qué razón. Si lo estiman conveniente, invítenla a que dialogue con el alumnado en clase. Elaboren carteles para el comedor explicando lo que supone el desperdicio alimentario y aconsejen la colaboración de todos en la tarea de reducirlo. Consigan que una parte del alumnado se ejercite en el desempeño de la misión de detectives del desperdicio. Organicen con el Equipo Directivo, adoptando las medidas de seguridad necesarias para evitar contagios indeseados, una búsqueda en las papeleras de clase y por todo el centro. Si constatan que se desperdician muchos alimentos no se queden sin hacer nada. Construyan entre todos una línea de acción en su centro. Eso sí que es un verdadero desarrollo curricular vivo.
Carmelo Marcén Albero (www.ecosdeceltiberia.es)