Salvaguarda es una palabra completa, de las que gusta tener a mano ligadas a objetos, pero también a sentimientos o esperanzas de futuro. Se refiere a una garantía, fianza, protección o resguardo que se hace a alguien. En la escuela debería figurar en intercambio permanente. Es una palabra compuesta por ese verbo salvar y el sustantivo guarda, del cual el diccionario de la RAE nos trae muchas acepciones que vienen al caso para la intención que mueve esta entrada: tutela, las tapas de los libros o cumplimiento de algo. ¿Qué es si no la educación? Asimismo, cuando hablamos del Ártico está más que justificado asociársela. El Ártico, tan nombrado y bastante desconocido; es a la vez tutela de buena parte de la vida global, tapas que guardan el tesoro helado y cumplimiento de un destino que había desempeñado desde hace millones de año.
Está en los mapas, también aparece en los libros de texto, aunque poco; al menos sin el protagonismo debido. Bueno, es cierto que todos sabemos algo sobre el Ártico. Bien sea en su acepción de océano, en la de círculo polar o los muy nombrados polos terrestre o magnético, siempre referidos al norte. Cada una de sus acepciones tiene su significado, por más que en ocasiones se usen de forma equívoca. Hagamos un ensayo cada uno de nosotros: escribamos una frase con cada una de ellas y conjuntémoslas con las de la gente con quienes vamos a clase para entender si todos entendemos lo mismo, si se llega a ver que el conjunto ártico guarda tesoros, o quizás esconde alguna o muchas incógnitas. Desde aquí proponemos hacerle al Ártico un hueco permanente en colegios e institutos. Cada vez va a tener más protagonismo en nuestra vida: primera lección que hay que entender, como estudiantes y personas preocupadas por lo que pasa fuera de las aulas.
Desde aquí insistimos a menudo en que la escuela no es un espacio físico cerrado; mira hacia fuera constantemente, a veces viaja aunque sea simuladamente. Siempre se trae asombros junto con ideas, experiencias simuladas y exploraciones pendientes; en todo caso motivaciones para observar de otra manera. Acercarse a la lejanía no es fácil, pero convendría hacer un esfuerzo para encontrarse con el Ártico. Iría bien comentar con el alumnado que ártico podría venir de la palabra latina “articus”/griega “artikós”, algo así como cercano al oso, o que más bien mantiene la línea de vista de las constelaciones de las Osa mayor y menor, o lo que es casi lo mismo, la estrella Polaris. ¡Cuántos chicos y chicas de esas edades se quedan maravillados con la astronomía! Esto de las etimologías da para mucho y si se sabe explicar bien al alumnado confiere un sentido plástico al aprendizaje. Seguro que todos hemos visto alguna vez imágenes de los osos blancos que viajan en trozos de hielo a la deriva. Grandes osos blancos en el norte ártico, dos ideas inseparables. Por la razón que fuese no es posible encontrar osos blancos en el sur polar, como tampoco pingüinos en el norte. Estas estampas ligadas a ciertos animales icónicos, que se usan para reclamar la atención sobre el deshielo de los mares y tierras árticos, valen también como motivación, aunque estén ya muy vistas.
Aunque suene algo anticuado, se puede contar que antaño, cuando quienes ahora somos sesentones o más conocimos el Ártico llevados por las aventuras de “El Capitán Trueno”, un tebeo –lo de cómic vino después- español aparecido en 1956 que tuvo gran difusión hasta casi el término de la década siguiente. Ese héroe medieval de finales del siglo XII nos llevaba junto con sus inseparables amigos Goliath y Crispín hacia Thule, Goenlandia, en donde reinaba su novia Sigrid. Ahora esas historietas no se llevan, sus aventuras eran un poco forzadas. Pero hay otras cosas que se pueden aprovechar para acercar el Ártico a la escuela. Por ejemplo diciendo que desde el Renacimiento hubo expediciones hacia esos mares; que hasta allí intento llegar pero no lo consiguió el inglés James Cook; las aventuras del para muchos descubridor de las antípodas australianas y el continente antártico merecen estar en la biblioteca escolar y ser leídas a menudo.
Dejando correr el tiempo, no faltaron expediciones en ese periodo. Llegamos al siglo XIX durante el que aconteció una carrera por explorar aquellos posibles caminos. Sin duda en ellas se inspiraría Julio Verne para escribir “Las aventuras del Capitán Hatteras”, que fue publicado hacia 1866. Después, varias expediciones se empeñaron en llegar al Polo Norte, unas veces movidas por intereses científicos y otras más aventureras. Hay un libro “La batalla por el Polo Norte” que trata de las peleas de Robert Peary con otro Cook, de nombre Frederick A, para llevarse el mérito de haberlo alcanzado el primero y poner la bandera. Al final, ¡Vaya usted a saber quién lo consiguió! Incluso Georges Méliès, el gran impulsor de la cinematografía, realizó un cortometraje mudo sobre el asunto “À la conquête du Pôle”. Bastantes de quienes van a clase seguro que conocen “Artic”, se estrenó hace un par de años. Allí se puede contemplar una semblanza de la difícil vida que ese entorno plantea a un hombre solitario. Así pues, la escuela tiene donde mirar para conocer, disfrutar de la imaginación, y comprometerse, como vamos a sugerir. Es conveniente en estos tiempos de coacciones pandémicas.
La primera identidad del Ártico la marca su inmensidad. Si solamente consideramos la superficie de sus aguas alcanza más o menos los 14 millones de kilómetros cuadrados, que dicho así no nos hacemos a la idea pero si la comparamos con los poco más de 10 millones de toda Europa es mucho. Al alumnado le cuesta concretar estas abstracciones; las distancias y áreas no suelen son apreciadas en su justa medida. Ahí va el reto para quien quiera comprobarlo: indague si el alumnado conoce la distancia de su ciudad o pueblo a la capital de provincia distinta a la suya más cercana. Además, llevar al plano superficies esféricas lía un poco; más todavía si sucede en una de las partes extremas de esa esfera. Bien lo sabían quienes dibujaron los mapas mundi. Por eso, el Ártico y zonas limítrofes suelen estar sobredimensionadas.
Mejor combinar las reflexiones con el disfrute de imágenes. Estas 102 de National Geographic nos acercan ese océano cada vez menos helado. Buena parte de lo que nos ofrecían generosamente esos espacios se está perdiendo, se esfuma la salvaguarda de la que hablábamos al principio. El alumnado debería participar en la reflexión crítica sobre los atropellos ambientales que acechan al océano Ártico y sus tierras limítrofes. Groenlandia, la tierra de aquella reina Thule se derretirá este siglo más rápido que en los últimos 12.000 años; algunos países y compañías comerciales están preparando el asalto a los tesoros del Ártico.
Dicen quienes investigan el cambio climático que dentro de unos años se modificará su dinámica, que variará la duración de las estaciones y los fenómenos meteorológicos serán diferentes, más fuertes y episódicos; además del previsible aumento del nivel de los mares. Quienes transitan ahora por las escuelas tienen derecho a saberlo. No pueden confiar ya en que lo que guarde el Ártico contribuya a su bienestar. ¡Quién sabe si algunos grupos se animarán a convertirse en guardianes del Ártico! Habrá que escuchar qué harían para desarrollar sus actuaciones. El libro ártico está abierto, porque su salvaguarda se estudia en la escuela, adornada con las tapas de la educación comprometida. Ánimo en su confección; valen imágenes y una exposición en clase. Si hay demandas de protección habrá que hacerlas llegar a algún sitio. Greenpeace lleva tiempo en el empeño.
Carmelo Marcén Albero