De un tiempo a esta parte, bastantes centros educativos de la enseñanza obligatoria han ido incorporando actuaciones en donde emerge la sostenibilidad. Lo hacen desarrollando actuaciones varias en las cuales interactúan lo social y lo natural, el presente y el futuro, los temas de aprendizaje junto con los compromisos, la vida cotidiana con lo estrictamente curricular. Incluso algunos colegios e institutos la han incorporado a sus proyectos educativos. Iniciaron el camino hacia una educación más global y comprometida pero la formulación de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) actuó en muchos sitios de foco iluminador de los nuevos temas objeto de estudio.
En esas comunidades educativas habrán valorado con interés que la Lomloe apueste por su incorporación dentro de la normativa. Este hecho, a la vez que da una cierta cobertura legal a la innovación desarrollada en esa dirección, puede servir de estímulo a quienes todavía no habían pensado en ella. La primera lectura positiva de la nueva Ley es que da pie a una transición educativa dirigida a consolidar estilos de aprendizaje diferentes a los tradicionales. Sería deseable que lo vivido como contenido escolar acompañase a las necesarias transiciones ecológica, energética, productiva, etc., que se postulan fuera de la escuela para la construcción de un futuro más justo y sostenible.
Habrá que considerar que el mero hecho de la inclusión del término/idea desarrollo sostenible, se cita al menos 25 veces, no garantiza de facto el posterior anclaje en la enseñanza. Además el término compuesto enriquece su matiz al aparecer vinculado con la ciudadanía mundial. Quizás debería haber prevalecido sostenibilidad, da pie a interpretaciones más globales. Otro acierto de la Lomloe es que propone que dicha interacción sea permanente en los planes y programas educativos de toda la educación obligatoria. Dentro de sus buenas intenciones, sostiene que la enseñanza y el aprendizaje del nexo aludido llevará al alumnado hacia la asunción de compromisos; asunto que debe considerarse como hipótesis, como casi todo en educación. El conjunto de temáticas ligadas a lo anterior nos recuerda un poco a unos Temas Transversales de la Logse renovados. Así lo confirman la educación para la paz y los derechos humanos, la comprensión internacional y la educación intercultural, así como la educación para la transición ecológica, y otras cuestiones relacionadas con actitudes y valores.
Sin embargo, la experiencia nos dice que costará hacer realidad estos proyectos de vida. Esas buenas intenciones son, en sí mismas, reflexiones a las que el alumnado no está acostumbrado, ni particular ni colectivamente. También el profesorado tarda en conducir la concreción de lo abstracto, practicar la teoría y teorizar sobre la práctica, incluso en temáticas próximas ecosociales. Por eso, las escuelas, habrán de realizar un gran esfuerzo colectivo de adaptación. Primero para identificar los valores y argumentos que sostienen esa ciudadanía mundial, para relacionar lo de cada día con el futuro deseado y, además, clarificarlo en un escenario local y global actualmente bastante indefinido y sometido a crisis diversas, sin un foco claro que las ilumine. Lo del consumo responsable/sostenible, otro asunto potenciado en la Lomloe, es menos complicado pues se pueden concretar causas y efectos en entornos próximos y a partir de ahí reconocer tendencias y convivir o no con ellas.
Más complicado resultará reforzar la trascendencia educativa de aspectos de sostenibilidad vs vulnerabilidad como los Derechos del Niño de la ONU, la búsqueda permanente de la equidad como garantía de la igualdad de oportunidades, la educación para la convivencia y a la gestión de conflictos, el desarrollo de la igualdad de derechos. Junto a ellos ocupa un lugar especial “La educación para la transición ecológica con criterios de justicia social como contribución a la sostenibilidad ambiental, social y económica”. Una primera lectura de estos postulados nos diría que existe una decidida apuesta por cambiar los argumentos educativos y adaptarlos al desarrollo de las capacidades de las personas antes que al fortalecimiento epistemológico de las materias. La Ley propone que se incluyan estas temáticas en las materias obligatorias, si bien deja abierta la posibilidad de que su tratamiento en el aula adquiera la forma de proyectos. Incluso plantea una materia de Educación en Valores cívicos y éticos que englobaría lo expuesto en el párrafo anterior, además de otros muchos aspectos de cultura social, una buena parte ya presentes en alguna ley anterior.
Secundaria
En secundaria la Lomloe es menos contundente. ¿Por qué? Nos da la impresión de que el papel preponderante de lo tradicional se ha impuesto a otros argumentos. Dejarlo todo abierto a que los centros educativos establezcan organizaciones didácticas que impliquen impartir conjuntamente diferentes materias de un mismo ámbito –agrupamiento muy difuso en los centros-, incluir otras optativas de acuerdo con su proyecto educativo, o la materia de Educación en Valores, etc., se concibe necesario y motivador. Sin embargo, está sujeto a normativas organizativas cerradas, a la presión de los distintos departamentos didácticos, entre otras dificultades. Hubiese convenido apostar, como en primaria, por dar libertad a los centros para la puesta en marcha de medidas de flexibilización que fomenten la integración de las competencias en contextos diversos. Estas precisarán seguramente una progresiva y diferente organización de las áreas, de las enseñanzas, espacios y tiempos. La Lomloe añade que el contexto pedagógico no puede ser otro que la realización de proyectos significativos para el alumnado, que lleven a una resolución colaborativa de las problemáticas analizadas. Afirma que esta trama es más favorable para el reforzamiento de la autoestima, el fomento de la autonomía y favorece la reflexión individual y colectiva que evidencia la responsabilidad en cada asunto analizado. Aspectos todos que han de estar presentes de forma activa en la experimentación innovadora.
Queda mucho trabajo para modernizar la educación como se propone la Lomloe, para concretar la afirmación de la disposición adicional sexta en el sentido de que se priorizará el sentido de transformación social
Todo lo anterior precisa la complicidad del profesorado, su adecuada preparación para los necesarios cambios en los estilos de enseñanza, marcados por el desarrollo de unas competencias que todavía no han calado en la práctica cotidiana pese a llevar más de una década rondando por la escuela, como recordó César Coll en la presentación del nuevo currículo el pasado 26 de marzo; más ahora que a los y las docentes se les pide armonizarse en un contexto de “perspectiva globalizadora”. No resulta sencillo ni inmediato al actual profesorado asegurar la interacción compensada de las dimensiones: la cognitiva/conocimientos; la instrumental/destrezas, y la actitudinal/actitudes. Queda mucho trabajo para modernizar la educación como se propone la Lomloe, para concretar la afirmación de la disposición adicional sexta en el sentido de que se priorizará el sentido de transformación social (la educación para el desarrollo sostenible y para la ciudadanía mundial) en los procesos de formación del profesorado -imaginamos que se buscará la colaboración con las facultades de educación, asunto pendiente en muchos casos, y muy complicado con el resto de los grados universitarios que nutren la docencia- y en el acceso a la función docente. Ninguna de las dos tareas resultará sencilla, dadas las inercias actuales y lo que cuesta removerlas en uno y otro ámbito.
Desconocemos cómo se conseguirá hacer realidad el compromiso de que para el año 2025 todo el profesorado deberá haber recibido cualificación (sic) en las metas establecidas en la Agenda 2030. Querríamos pensar que dentro del horario lectivo se considerarán tiempos para que el profesorado amplíe su formación y la contraste dentro de los equipos. También para que investigue y reflexione sobre su tarea, y concierte el desarrollo comprometido de los proyectos de cambio que la sostenibilidad requiere.
En la presentación citada escuchamos decir a César Coll que actualizar el currículo es algo más que cambiar los contenidos; hay que sustituir los criterios actuales por los cuales se seleccionan. Lo realmente importante es que el manejo educativo capacite al alumnado para afrontar los retos y desafíos del siglo XXI, en las diferentes escalas espaciales; lo que se llama perfil de salida del alumnado: competencias, retos sociales y características del alumnado que finaliza la educación obligatoria. ¿Cómo se lleva todo esto con la marca de sostenibilidad a los saberes básicos de cada área o materia, algo así como competencias específicas relacionadas con la vida cotidiana? No bastará con multiplicar los ecogestos. Habrá que seleccionar muy bien los contenidos esenciales –sean disciplinares conocidos o no-, renunciando de entrada a las visiones enciclopédicas, máxime en un momento de incertidumbres permanentes sobre la pertinencia de lo aprendido. Convendría proponer un currículo de enseñanzas mínimas abierto, en constante evolución. El conocimiento aplicado a la sostenibilidad, que convive con el auge de la competencia como metáfora educativa, se aprecia en la personal manera de hacer y en cómo se entiende el mundo global. A todo esto le va bien una autonomía de los centros, apoyada desde la Administración, que permita acoger en sus proyectos educativos y curricular la sostenibilidad como uno de sus principios fundamentales, deseable como argumento y posible en su realización.
El desarrollo de todos estos compromisos queda pendiente, a la espera de obstáculos que superar. Entre otros los vetos de formaciones políticas o sociales, de las presiones de las materias clásicas, de las editoriales de los libros de texto y de las inercias de la organización escolar tradicional, además de la falta de sintonía de los ciertos servicios educativos de las administraciones y de mejoras pendientes en su relación con los centros, etc. Pero lo merece el alumnado para aventurar un futuro diferente; es necesario para la ecosociedad que nos espera. Suponemos que las administraciones educativas estarán en ello, y nos lo darán a conocer pronto. Ojalá lo logren, pero es un mal asunto que está Ley nazca sin consenso, como las anteriores. La búsqueda de la sostenibilidad como argumento social y, por ende, escolar debiera haber sido la primera misión de una renovación escolar, por su importancia y urgencia. De otra forma seguiremos abocados al más de lo mismo: unos ponen y otros quitan. Entre medio alumnado, profesorado y sociedad, sin saber qué hacer para educarse en tiempos de crisis ecológica y social. ¿Cómo se puede llegar así a entender y comprometerse con una huella social tan compleja como la sostenibilidad?
Habrá que compartir en diversos ámbitos sociales y administrativos, incluso educativos, los significados del axioma que dice que todo aquello de la relación sociedad vs naturaleza que no se puede hacer permanentemente es insostenible. Por todo ello, mucha suerte, encomiable empeño, y ojalá se entienda que la búsqueda de alianzas y consensos es el primer propósito de sostenibilidad en la concertación de la Agenda 2030, por más que en los ODS figure con el número 17. Tanto necesita la educación los acuerdos comprometidos como la sociedad la sostenibilidad, y viceversa.
1 comentario
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