Todo esto lleva su tiempo. En primer lugar, hay que llegar a consensos en la comunidad educativa sobre un asunto clave: la ecosociedad es interdependiente ya en su misma expresión. Sucede así cuando interrelacionan ambos ámbitos, situación presente en casi todo lo que no ocurre en la vida cotidiana. Mucho más si se trata de consolidar en la escuela una complicidad del pensamiento que vaya encaminada a la ética colectiva. Debemos darnos cuenta, y transmitir al alumnado, que acabó aquella concepción de un mundo en el que la sociedad prevalecía por encima de la naturaleza y no debía preocuparse por nada. Solamente hay que revisar algunas situaciones del entorno próximo o visitar webs de todos conocidas. Quizás esta sería la primera enseñanza, una de las más valiosas incluso, que habría que incorporar a la vida escolar. Porque el escenario educativo es siempre reflejo de una sociedad en tránsito, de esa vida cotidiana que está inmersa en múltiples cambios. Es más, deberían considerarlo así hasta quienes se encuentran lejos de la educación obligatoria. En la educación no formal, en la informal y, por tanto, en la cultura social, debe difundirse que nos encontramos ante nueva situación mundial en la que la sociedad es profundamente ecodependiente.
Pero claro, ocupados en desentrañar lo que quieren decir las reiteradas nuevas leyes educativas que nos han empujado en las últimas décadas, nos hemos olvidado, o no hemos llegado a acuerdos, sobre lo que significa educación. Decía Yann Arthus-Bertrand, divulgador ecologista y fotógrafo francés que tantas bellas imágenes nos proporcionó, que nadie es ambientalista de nacimiento, que hay que recorrer un camino propio. Demasiadas personas, enseñantes también, mantienen el argumento de que educación es el dominio o la acumulación de cuantos más conocimientos mejor.
Centrémonos en lo que está relacionado con la sostenibilidad ecosocial. Estaría bien que el alumnado saliese de la escuela habiendo atesorando la mayor cantidad posible de conocimientos sobre esa cuestión; si se quiere también la forma de comportarse o listados de los hábitos más o menos coherentes. Sin embargo, la educación en sostenibilidad añadiría algo más, en su intento de que el alumnado fuese capaz de ejercer libremente una serie de facultades intelectuales y de convivencia que caracterizarían a la especie humana como colectivo.
En este contexto, cabe preguntarse si siguen siendo válidos los temas de estudio tradicionales. Alguien dijo que habida cuenta de las modificaciones que se han generado en la naturaleza, las capacidades humanas pueden reiniciar el camino hacia el proceso inverso. Con seguridad, la escuela es un buen escenario de experimentación. Es indudable que los escolares están más sensibilizados por sus impactos negativos en la dinámica ambiental, están más informados y más familiarizados sobre lo que sería conveniente hacer para mejorar las posibles consecuencias. Así han descubierto que la gestión de residuos y el reciclaje es una aventura en la búsqueda de tesoros ocultos; que la biodiversidad es una riqueza con riesgos, o que el cambio climático condiciona sus vidas y todo lo que pasa. A la vez, conocemos la pretensión de las autoridades educativas de ir incorporando la sostenibilidad en sus programas, hay bastantes centros que ya han puesto en marcha proyectos de transformación metodológica y conceptual, el profesorado empieza a entender que el fomento del pensamiento crítico sobre la problemática ambiental es una aventura apasionante para la transformación ecosocial, etc. Se vuelve a la naturaleza, a la magia de los bosques por ejemplo, como catalizadores de la nueva visión. La pandemia ha redescubierto a la naturaleza, ha fomentado una relación respeto y de cuidado con ella. Son numerosos los recursos didácticos que se ofrecen, perfectamente accesibles en la red. Durante este año tan pandémico, podíamos contar por centenares los conversatorios online sobre sostenibilidad y educación. Algo se mueve.
A la vez, asistimos a la consolidación de grupos de acción y reflexión entre el profesorado, las escuelas y incluso grupos de madres encuentran en la ecosostenibilidad su nexo de unión, su argumento de colaboración en forma de compromiso creciente. Hace unas décadas, hacia los años 70 del siglo pasado, empezó a hablarse en la educación de la necesidad de aprender a ser. Por eso se postulaba ya que lo interesante no era acumular conocimientos sino motivar al alumnado, guiarlo, para que supiese gestionar la información de dentro o fuera del aula y transformarla en conocimiento aplicado. La ecosocioescuela abierta de par en par, compartiendo inquietudes con la gente que se mueve fuera de la comunidad educativa. ¿Podría considerarse una ilusión desacertada que la escuela figurase en la línea de salida de la marcha hacia la sostenibilidad global? Algunos como la gente de EA26 ya le han dado ese papel en la construcción de las Agendas 2030.
Ahora se habla de vincular esos conocimientos a las competencias. Pero claro, estas deben ayudar a entender en entramado ecosocial que sustenta la vida. Decíamos antes que así lo entienden bastantes iniciativas que hay en marcha en colegios e institutos de toda España. Suponemos que en cierta manera ya se han adelantado a la sostenibilidad Lomloe pues atienden a las dimensiones cognitiva, instrumental y actitudinal que interaccionan dentro del entramado formado por la competencia personal y social, con los aprendizajes experimentales que les ayuden a practicar la ciudadanía activa y responsable, en un contexto de vida diaria y en la percepción del mundo interrelacionado, en una constatación de que son unos y unas entre muchos. Seguramente se encontrará enseguida relación con las otras competencias, en busca de auxilio o vehículo de expresión.
La “ecosociosostenibilidad” no es propiedad de un partido, de una experiencia más o menos innovadora. Es una necesidad. Y cuando algo es imprescindible no cabe otra opción que ponerse de acuerdo: el consenso es el camino. La pandemia nos ha demostrado que la educación debería ser algo más que la acumulación de conocimientos estancos, nos ha descubierto la relevancia de las interacciones, nos ha evidenciado que las certezas, presentes en la educación estanca y no aplicada, han sido derrotadas por las incertidumbres valorativas y nos obligan a la incentivación de nuevos aprendizajes. Además, nos ha enseñado que el yo es cada vez más indefinido y tiene las fronteras más difuminadas. Vivimos en relación y convivencia; debemos aprender a movernos en estas circunstancias.
Queremos entender que la escuela de hoy ha dado pasos fundamentales para aproximarse a la “ecosociosostenibilidad”, pero necesita tiempo reflexivo para sostener la esperanza de servir a la colectividad a la que pertenece. Debe estar arropada por mensajes claros de las administraciones. No le irán mal apoyos externos y comprensión social. Por cierto, si cunde el desánimo estará muchas veces provocado por los vaivenes legislativos y los malos ejemplos morales que abundan en la sociedad que la rodea.
1 comentario
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