La palabra sostenibilidad, el concepto, podría ser declarado como estrella de la convivencia. Lo citan quienes saben algo de ella, los ignorantes, los políticos y otros señores de la vida; hasta los youtubers están haciendo sus piruetas cogiendo en cada momento lo que más les interesa. Unos u otros, cual trapecistas circenses, la llevan de un lado para otro justificando lo que es la vida o pretende ser. La vemos en los alimentos perecederos que compramos, por aquello del kilómetro 0, hasta la he encontrado bien fundamentada en la botella plástica que contiene el detergente para la ropa delicada. Aún me falta verla en las estaciones de servicio, donde podían poner un cartelón grande que dijese: ¿De verdad es necesario malgastar combustible en ese viaje que va a realizar sin haber necesidad?
Lo exhiben los políticos en forma de escarapela, los papeles oficiales porque los membretes de colorines dan idea de corresponsabilidad; así pretenden que la acción sea publicitada. Pero se ve por tantos lugares que el cerebro nos traiciona y hace que pase desapercibida, que las neuronas pasen de ella. Pero no culpemos a nadie en concreto, que el despiste está muy extendido. En la sociedad faltan muchos rincones de pensar, o los que hay no se visibilizan suficientemente.
Si la sociedad está tan bombardeada por el concepto sostenibilidad podemos preguntarnos, en un rincón de pensar particular no punitivo sino reflexivo, al que se acude no por haber hecho algo mal sino para pensar en un interés colectivo, cómo repercutirá la sostenibilidad en la escuela. Porque todos los individuos somos comunidad educativa y vital, por acción o por omisión. Allí se verían tanto los éxitos comprobados en sostenibilidad como las conductas mejorables; unos y otras tendrían su repercusión en el proyecto de centro del curso siguiente. El profesorado tendría su rincón proactivo en la reuniones de departamento, ciclo o en los claustros, pero la mayoría de las veces sirven para cuestiones de organización, ordenación de asignaturas y restañar algún desperfecto convivencial. Por eso es más conveniente que las reuniones sobre este tema sean internivelares o multimaterias. Además, el profesorado suele ir tan agobiado que siempre falta tiempo para el debate sosegado en unas escuelas que deben caminar a marcha rápida. ¿De verdad pueden así ser sostenibles? Me viene a la memoria la iniciativa Filosofía 3/18, o los Rincones de pensamiento positivo, otros que intentan reflejar los pensamientos en juegos, el rincón de la ciencia o de las matemáticas en educación infantil, etc. En todos ellos el espacio no debe ser periférico sino con interés centrípeto sobre un tema concreto. En nuestro caso la sostenibilidad, compleja en sí misma y de amplio recorrido, pero visible diariamente en acciones cotidianas y a pesar de eso evanescente.
Por cierto, he visto distintivos de sostenibilidad de diverso tipo en algunos centros educativos en forma de sellos que otorgan las administraciones en función de una serie de condiciones. Y lo que es más chocante, no tienen fecha de caducidad ni de consumo preferente, lo cual permite enarbolar la insignia para siempre, a pesar de que suponemos que en alguno de los casos se podrían encontrar claramente agujeros de insostenibilidad, o algún manchurrón.
Por todo lo anterior invitamos a consolidar un virtual rincón de sostenibilidad en cada centro, un espacio de calma reflexiva y propositiva, un rincón de sueños de sostenibilidad –en otros lugares los llaman sucesivos círculos de interés ambiental- que despiertan; en los que participa el alumnado que tiene una cierta capacidad para reflexionar ante conceptos abstractos y convertirlos en acciones concretas, donde se habla del interés personal ante lo necesariamente colectivo; ambos supuestos nada fáciles. Por eso en las escuelas infantiles solo lo vemos formado por el personal docente y las familias. En otros lugares donde ya existe algo similar se llama Observatorio de sostenibilidad escolar, que tiene menos carga punitiva y le da categoría porque en él participan miembros de todos los conjuntos que forman la comunidad educativa, de dentro y de fuera de las aulas.
Los rincones para el profesorado se plantean preguntas con respuestas abiertas: ¿Existe la verdad en sostenibilidad? Si es así, ¿por qué no alcanzamos a verla hecha realidad en nuestras acciones o en las de otros? ¿Vale para unos temas pero no la vemos para otros? ¿Qué límites tiene obviar la sostenibilidad? ¿Qué papel juega la ética global y cómo influye, para bien o para mal, el distintivo ligado a progreso sensu estricto? En realidad, estos rincones son algo así como laboratorios en los cuales compartir dudas. En la escuela no tenemos costumbre de expresar incertidumbres y manejarlas en interés colectivo.
Aquí valdría aquello de Sócrates sobre solo sé que no sé nada, o poco; por eso deberíamos indagar sobre “verdades” que sostienen la acción educativa. Pero claro, siendo conscientes de que la realidad está amasada de contradicciones. En este contexto, la búsqueda de la “verdad o la duda” a partir de la supuesta ignorancia obligaría al profesorado a explorar conclusiones sobre el estado de la sostenibilidad. La sospecha de la educación ambiental en el centro ayudaría a corregir posibles errores, despistes está más cerca de la realidad. Pero siempre queda en el aire lo que sabemos a ciencia cierta y qué solamente creemos saber. Debe entrar en acción la ciencia. Sus descubrimientos e investigaciones sobre sostenibilidad podrían justificar la educación ambiental o servirían para ahondar en la sostenibilidad. Pongamos por caso la crisis climática o el cambio climático en sí mismo. Aunque aquí, a uno mismo le sucede, sirve para diferenciar entre lo verdadero y lo falso pero no para afirmar con rotundidad qué es bueno enseñar y qué no lo es. Imaginemos que conseguimos no ser descreídos del todo para superar este bucle, y que a la vez lo compartimos con el resto del profesorado.
Siempre, en estos rincones o lugares de encuentro surgen dudas sobre si aquella idea kantiana de que nuestro conocimiento comienza merced a los sentidos, si después pasa la mayor parte al entendimiento y si al final culmina en la razón de la sostenibilidad. Llevémoslo a la sostenibilidad del centro educativo o si se quiere al caso anterior de la crisis climática. Porque puede suceder que aunque al final del debate se encuentre una razón verdadera que apoye la sostenibilidad, se necesitarían muchas dosis de dialéctica compartida. Así sucede a la hora de mudar de estadio mental pro ambiental pues cunde el pesimismo tipo Schopenhauer. Necesitaremos una dialéctica bien fundamentada para defender la necesidad del pensamiento socioambiental. Nos vendrá bien aportarla a quienes (alumnado preferentemente) soportan mensajes contradictorios que lanzan los medios de comunicación, empresas, administradores y el resto de los generadores de espacios de opinión; la sociedad actual es esencialmente contradictoria. Desde sus rincones nos bombardean con mensajes poco claros sobre la sostenibilidad, o directamente absurdos. Habrá que trabajar sobre estas cuestiones en muchos rincones y observatorios de sostenibilidad educativa.
Por cierto, en el calendario mundial venía marcado el día 26 de enero como Día Internacional de la Educación Ambiental. ¿Tendría algunos momentos de pensamiento proactivo? Valdrían un par de reflexiones, al menos, sobre educación ecosocial y sobre sostenibilidad como conjetura de vida. Fueron demandadas con motivo de un manifiesto colectivo para defender el rincón de los educadores y educadoras ambientales y para enviar un mensaje de ánimo a quienes bucean colectivamente en eso de la sostenibilidad en un rincón permanente. Hará falta comentarlo en cada grupo de pensantes para ver si surgen acuerdos o dudas.