Parece que no ganamos para sustos en educación ambiental. Hace unos días, nos levantábamos de un sobresalto con la noticia de que el Consell de Mallorca sustituía una actividad de educación ambiental sobre cambio climático por otra de caza, eliminando cualquier referencia a ese fenómeno de su catálogo de actuaciones. La institución afirmaba que la propuesta abolida estaba cargada de sectarismo y del ideario radical de quien ya sabéis. La cinegética, por lo visto, no conlleva sectarismo ni ideología.
Tal decisión se toma al final de un verano que ha batido todas las marcas de temperatura mundial tanto en los meses como en los días más calurosos de la historia. En el que al Papa Francisco ha redactado una exhortación apostólica “a todas las personas de buena voluntad sobre la crisis climática”. Un estío en el que Europa se quedaba sin fondos solidarios ante la avalancha de desastres naturales en los últimos 20 años.
No es el único. También hemos sabido que el Ayuntamiento de Zaragoza ha recortado 200.000 euros a la educación ambiental. Igualmente se denunció que la Junta de Andalucía había perdido 85.000 euros procedentes de fondos europeos para la educación ambiental en Cazorla. Asimismo, nos llegó el cierre de un centro referente en el País Vasco, tras 33 años de exitosa andadura, con una de las bibliotecas de educación ambiental más importantes de Europa.
En la última década, hemos asistido al nacimiento de un ecologismo “apolítico” que introduce en las clases los toros y la caza, como sucede en Castilla y León, Andalucía o Aragón. Si bien, por lo menos, ya se ha suspendido el despiece de animales de caza en aulas de primaria extremeñas.
Estas informaciones generan impotencia y desesperanza en el campo de la educación ambiental y suelen tener cierta contestación en las redes sociales (#EA26, Teachers for future, ESenRED y otras). El caso es que las respuestas acostumbran a ser de denuncia de esas prácticas “no ideológicas” que se desarrollan en nuestras escuelas y de defensa de la educación ambiental.
Sin embargo, no conviene olvidar que, también este verano, una jueza de Montana dio la razón a 16 jóvenes activistas al considerar que el Estado violó su derecho a un «medio ambiente limpio y saludable» garantizado por la constitución estatal. Que media docena de adolescentes denunciaron ante el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo a 32 países por su inacción climática, en un juicio que está en marcha. Que jóvenes de todo el mundo llevan años organizándose, cambiando sus modos de vida, saliendo a la calle a reclamar transformaciones políticas para acabar con la inacción frente a la crisis climática. O que la ONU ha establecido la obligación de proteger a los niños y las niñas de los daños climáticos.
La resaca de la crisis financiera de 2007, tras la decisión de salvar bancos y no personas, produjo una caída de fichas del dominó de servicios sociales que todavía estamos sufriendo. Una de ellas fue la enseñanza relativa al medio ambiente. La educación ambiental fue una de las piezas más fáciles de tirar en las políticas de austeridad de las administraciones de todos los niveles. Hay estudios que afirman que se perdieron cerca del 80% de los puestos de trabajo en educación ambiental, junto con los saberes, el compromiso y la experiencia de aquellas personas, algo que —con la ayuda de la pandemia— no se ha logrado recuperar.
Sin embargo, ahí está la educación ambiental. Unas veces silenciosa, otras silenciada, otras educando, criticando, reivindicando.
Habitualmente, las decisiones sobre educación ambiental de las administraciones, están en manos de quien entiende de educación o de medio ambiente, pero pocas veces de quien sabe de las dos cosas y demasiadas de quien no entiende de ninguna. Esa es la importancia que se le da.
Sin embargo, la educación ambiental debería ser entendida como un servicio público. Un “servicio público” es una categoría jurídica que hace referencia a un conjunto de actividades de carácter general que los gobiernos de diferentes niveles realizan a fin de suministrar a la población prestaciones que facilitan el ejercicio de su derecho a tener una vida digna. Y esto conlleva conocer la profunda policrisis ecológica y social que sufre la vida del planeta, conocer las causas y consecuencias de aquello que le afecta directamente como es el calentamiento global, la pérdida de biodiversidad, el desgaste de la salud ambiental, los porqués de la migración o cómo inspirar la igualdad para, con todo, ejercer su derecho a una vida digna. Todo eso lo hace la educación ambiental.
Son tiempos de desengaño respecto a las políticas energéticas, de desánimo frente a la incertidumbre y de desesperación ante el negacionismo. En este sentido, Rebecca Solnit en su libro Esperanza en la oscuridad (Capitán Swing, 2016) nos recuerda que “la esperanza no es un billete de lotería que puedas agarrar mientras te sientas en el sofá sintiéndote con suerte. Es un hacha y tú rompes las puertas con ella”. La educación ambiental es quien te enseña a usar el hacha y a romper puertas.
La educación ambiental, más allá de cuidar pajaritos, árboles y ballenas, de reciclar o estudiar ecosistemas al son de una empresa, entidad bancaria o multinacional con intereses privados, intenta cambiar el mundo, ayuda a formar personas informadas y capaces de decidir libre y colectivamente por transformar las realidades locales para reformular las globales. Va más de votar bien que de botar la lata a su contenedor; de votar a los chimpancés, como nos recordaba Jane Goodall.
La educación ambiental no se centra solo en la enseñanza de niños y niñas, es para todas las personas y para toda la vida, ya que las distintas ciencias siguen su curso y nos ofrecen nuevas informaciones y maneras de actuar. En este sentido, es posible que las más necesitadas de esta educación sean quienes toman decisiones importantes y que afectan a amplios sectores de la población.
La educación ambiental hoy adopta un carácter ecosocial. Asume que los problemas ecológicos y sociales están íntimamente vinculados, que se retroalimentan, e impulsa a situar la vida en el centro de todo debate (¿qué le sucede a la vida si tomamos tal o cual determinación?), y a reconocer nuestra radical ecodependencia e interdependencia. Así educa desde hace tiempo a chicos y chicas que descubren la compleja crisis ecosocial y deciden asumir sus responsabilidades. Muchos jóvenes lo hicieron en Brasilia, en 2010, en la Conferencia Internacional Infanto-Juvenil Cuidemos el Planeta (Confint). Muchos más lo llevan haciendo ante sus autoridades municipales desde hace más de 20 años y cambian los presupuestos locales. ¿Hay algo más revolucionario que dar la palabra y el poder de cambiar las cosas a las criaturas? Otros se suman a las convocatorias contra la inacción frente el clima, hablan con colegas, se organizan, se empoderan y actúan. Fenómenos como Greta, Fridays for Future, Extintion Rebellion, entre otros, o las citadas noticias positivas de arriba son difíciles de explicar sin la educación ambiental.
La educación ambiental es molesta. El poder no se siente cómodo con una formación vinculada a la transición ecosocial que reclama otro sistema económico y energético, nuevas maneras de producir y consumir decrecentistas, un justo reparto de la riqueza, la merecida atención a los cuidados, una obligada simplicidad, la forzosa descarbonización, la inexcusable igualdad, democracia, solidaridad… Por el contrario, gusta de una educación ambiental domesticada, inofensiva y limitada a la infancia sin correr el riesgo de la posibilidad de cambio y de pérdida de dominio. Así que, como escribía Goethe, en 1808, (que no Cervantes): “El fuerte sonido de sus ladridos solo prueba que estamos cabalgando”.
2 comentarios
Me ha encantado, no se podría hablar más claro y alto de lo que significa y de la importancia de la Educación Ambiental. Me da pena pensar en cómo la Educación Ambiental siempre ha sido tratada como algo sin importancia. ¿No es la clave para un desarrollo humano de calidad? Parece que se nos olvida siempre esta pieza fundamental del puzle.
Eskerrik asko Jose Manu, costarà màs o menos, pero la inclusiôn de la educaciôn ecosocial en las aulas es imparable y màs necesaria que nunca. A seguir acompañando al alumnado en su pelea por tener un futuro digno de ser vivido! La educaciôn serà ecosocial o no serà! Nos va la supervivencia en ello!