Los programas escolares tienen cosas buenas y otras no tanto. Entre las primeras es que enteran de bastantes asuntos al alumnado, de esos que se queda con algunos y otros los orilla o se le olvidan. Lo que le enseñan, y aprende, lo utiliza a su conveniencia curso tras curso; así va configurando su formación escolar, construyendo su bagaje personal en forma de capacidades acrecentadas. Pero los currículos tienen también su parte un poco menos acertada –acaso por incierta en su configuración– y escasamente útil para entender lo que sucede en el día a día; presentan el mundo de las cosas y los fenómenos como acabados, anclados en materias, poco prestos para animar el mundo de las ideas en forma de pensamiento particular. Especialmente llamativa, y poco esperanzadora, es la visión cerrada e inamovible, demasiadas veces meramente descriptiva, que dan del mundo natural, de los bichos no domésticos, dicho así genéricamente, o de la interacción entre individuos diversos y ambiente cambiante.
En ese mundo de la naturaleza estática que los currículos presentan no emergen finales abiertos, incógnitos, si bien unos y otros tipos son causa y consecuencia de lecciones de vida. Podría ser un día cualquiera en un curso indeterminado. Alguien, en su clase, sentiría cierta insatisfacción sobre el complejo asunto de la naturaleza escolar; no estaría seguro de que sus alumnos lo entendiesen. Por eso, se le ocurriría abrir una ventana en su aula para que entrasen mariposas, de las de verdad; si bien, lo que pudo ser sencillo en otros tiempos ahora le resultaría difícil.
Cada vez hay menos mariposas; perdieron el reloj del tiempo de tal forma que ni siquiera interactúan con las plantas; sustento y fin de su corta vida. Antes, al decir de Pablo Neruda, uno podía contemplar su marcha volante, como una llamarada. Una y otra vez se posaban en las flores, libando el néctar necesario; pero al final la Mariposa de otoño del chileno se desvanecía.
Pregunten en clase cuánto tiempo hace que alguien estuvo cerca de una de ellas, si acaso se ven muchas en las salidas al campo, en las visitas a los parques. Dicen los científicos que por la Península revolotean unas 4.700 especies de lepidópteros, pero también alertan de que desde 1990 sus poblaciones se han reducido un 40% en las praderas, su hábitat más querido. Han identificado también las causas de su desaparición: la intervención humana que se concreta en el uso de pesticidas y la alteración o destrucción de hábitats.
Ahora, en la escuela quedaron como un recordatorio de que se encuadran en la clase insectos –los hay millones de millones–, y en el orden lepidópteros, que le da un toque de distinción a las mariposas. Poco más, acaso permanecen quietas en forma de unas cuantas imágenes en los libros.
Estos insectos no han recibido el reconocimiento fecundador que se merecen, siempre oscurecido por los ropajes de colores que portan la mayoría; acaso las antiguas culturas centroamericanas han sido una excepción, en el arte europeo revolotean en Mariposas y amapolas de Van Gogh. Este olvido a pesar de que su poder polinizador, tanto de las mariposas diurnas como nocturnas, que beneficia a las plantas que aseguran su existencia construyendo semillas, y a los animales que aprovechan sus frutos. Qué decir de lo que aportan en la generación de nuestra dieta diaria, y en la salud colectiva.
Busquen las mariposas en sus libros, en sus currículos, lleven a la escuela visiones diversas, curiosidades si quieren, sobre el maravilloso mundo de los lepidópteros y sus adaptaciones. No se olviden de las migraciones, de las diferencias entre inviernos y veranos, fríos y calores, noche y día, terrenos sobrados de agua o desérticos, etc. Pidan al alumnado que adopte de forma virtual alguna, que se entere de su vida para presentarla a los demás. Cuando las lecciones se abordan de forma participada y crítica se relacionan muchas cosas, se valoran las ventajas de la asociación de interdependencia que siempre se da en las redes y cadenas tróficas, incluidas aquellas en las que participamos los humanos. Por ejemplo, las prácticas agrícolas con los ciclos de los seres polinizadores.
Hagamos caso a los estudios científicos como el que se publicó hace 3 años realizado por investigadores el Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales (CREAF) de Cataluña, el Museo de Ciencias Naturales de Granollers (MCNG) y la Universidad de las Islas Baleares en la revista Oikos. Tras observaciones continuadas durante 17 años, concluía que las mariposas y las flores ya no se coordinan como antaño, no actúan al mismo tiempo, debido sin duda al cambio climático. Imaginen con el alumnado qué cambiaría en la naturaleza y cómo se podrían ver afectadas sus vidas si se confirma/generaliza este desacoplamiento en la biodiversidad. Todo por la desaparición de las “sencillas” mariposas.
Abran una ventana continuada al mundo de las mariposas, de los insectos, en su escuela. Antes o después, pueden leer el cuento La lengua de las mariposas de Manuel Rivas; aprecien las metáforas de la relación entre el maestro y sus alumnos en una escuelita enclavada en el atroz mundo de la preguerra civil española del siglo pasado.
Carmelo Marcén Albero