Esta entrada recuerda el hecho de que las células y los seres vivos en general necesitan algo del aire para seguir viviendo, digamos que para proporcionarse la energía que los mantiene. Pero sobre todo quiere motivar al profesorado para que, removiendo aspectos de cultura ciudadana que fluyen alrededor del aire troposférico, llegue a formular una propuesta de trabajo, que será también un proceso de autoformación colectiva. Elegir una temática como esta desborda lo que pueda decir una asignatura concreta; es marcadamente transdisciplinar y admite una mirada multiperspectiva en donde el protagonismo es múltiple. Estos modelos de enseñanza/aprendizaje adquieren cada día más valor, se les reserva incluso una parte del horario lectivo. Sin duda va calando en la educación que buena parte del quehacer escolar debe estar encaminado a la participación del alumnado en el debate sobre su futuro. Para abrir un poco la mirada del profesorado, acaso servir de estímulo para seguir adelante, aparecen en esta propuesta personajes célebres. Todo es útil para que nadie en la escuela, tampoco el profesorado, olvide que el aire no se ve un día y otro no; siempre está presente en la vida, y con él viaja la salud individual y colectiva. Así lo han entendido algunos centros escolares que han hecho del aire un proyecto de trabajo bajo la forma de educación para la salud, que desborda las clásicas asignaturas.
Seguramente el alumnado se sorprendería si le dijésemos que el aire lo hacemos nosotros; afirmación que habrá que analizar a lo largo del tránsito escolar pues de lo contrario más de uno pensará que en la escuela se pierde el tiempo con tonterías, o que como es nuestro podemos hacer con él lo que queramos; lo entenderá perfectamente cuando lo relacionemos con la salud.
Así pues, el aire es una parte de lo cotidiano, como la salud de cada cual y la de todos. Sin duda, está siempre presente y se hace visible en causas y consecuencias, como la salud. El aire no se ve pero se manifiesta continuamente en forma de viento. Lo sabían bien los griegos que tenían un dios para cada uno según de dónde soplase; ¡ah!, y un par de diosas. No podemos olvidar las deidades del viento en las culturas precolombinas, y no solo Ehécalt y la diosa Mama Wayra, que además lo era del aire. Viento es y será, porque el aire siempre está de viaje, dijo el mexicano Octavio Paz –premio Cervantes en 1981 y Nobel de literatura en 1990- en un poema; en otro afirmaba que hasta el poema estaba hecho de aire, que surgía entre pinos y rocas. Muchos poetas y poetisas utilizaron el aire como medio de expresión, con significados diversos. Casi sin hacer ruido, que también viaja por el aire, se habrá hecho evidente en el centro escolar que el aire está presente en nuestras vidas. Pero ¿qué es el aire? y, otra incógnita más actual, ¿de quién es el aire? Un par de cuestiones interesantes para llevarlas al aula; algo genial si se consigue asociar a ellas la salud colectiva.
Empecemos por la primera: podemos remontarnos a la historia, acaso a la filosofía, o mirarlo desde la ciencia, en relación con su incidencia actual en la vida cotidiana. Porque el aire es ciencia y sociedad a la vez, por activa y por pasiva; por eso debemos preguntarnos de quién es. Desempeñaba un papel estelar en la antigua filosofía griega. Era uno de los elementos básicos, casi como una fuerza universal que acompañaba a las otras: agua, tierra y fuego. En esa aproximación multidimensional aparece Anaxímenes (585 a.C- 524 a.C.), quien llegaba a decir que la tierra, que era plana, se había formado por condensación del aire. Al alumnado, que sonreiría con “la ocurrencia” del griego, le suelen interesar las cosas contadas en forma de historieta o leyenda; si se consigue motivarlo se puede entrar después con más detalle en algunos conocimientos de los que habla la ciencia. También hay que recordar aquí a Aristóteles, otro griego que manejaba lo del aire. Como todo el profesorado conoce, fue uno de los filósofos más influyentes en su tiempo y en las culturas europeas siguientes. La idea esa del elemento básico duró mucho, digamos que hasta el Renacimiento, en ese momento se evaporó una parte. Descubramos al alumnado que por aquellos tiempos, Galileo -al que deben conocer ahora y con el tiempo se maravillarán de su adelantada sabiduría y perspicacia científica- y otros notaron que el asunto del aire era más complicado.
Ahora se enseña en la escuela que el nitrógeno, oxígeno, como gases principales, y otros en menores porcentajes constituyen el aire troposférico. Pero no fue hasta la segunda mitad del siglo XVIII cuando Joseph Priestley (el descubridor del oxígeno imprescindible en la respiración y las combustiones, además de otros gases) y Antoine Lavoisier (se fijó en el comportamiento del oxígeno y reconoció el nitrógeno, para todo formó equipo con su mujer Anne-Marie Paulze), y otros coetáneos concluyeron que el aire es una mezcla de gases más o menos activos. En tiempos, finales de los años 80 del siglo pasado, se utilizaba en las escuelas españolas la serie Érase una vez la vida, que en su capítulo 8 llevaba de un lado para otro algunos componentes del aire con la excusa de la respiración. Esos dibujos animados envejecen muy bien aireados en la plataforma Netflix, y no estaría de más revisar lo que decía por si algún capítulo interesa.
Todo lo anterior no es nada más que una pequeña pincelada, por tanto incompleta, para decir que las investigaciones científicas enseñaron a la sociedad nuevas propiedades del aire. Con respecto a esto último, haría bien el profesorado en preguntarse en clase la relación entre ciencia y sociedad cuando elabora proyectos de este estilo: si se necesitan o no, en qué manera se complementan, si se cree que la sociedad y su administración apoyan a la ciencia, máxime a aquella que resuelve cosas de la vida corriente, como la salud por ejemplo o el estado del medioambiente. A la vez, dedicar tiempo escolar a estas cuestiones, sobre todo con los más mayores, es una manera de fomentar el pensamiento crítico, acaso apreciar el sentido colectivo de la vida.
Ahora que la pandemia coarta tanto nuestras vidas, mujeres y hombres que hacen ciencia insisten en que el aire que respiramos debe tener unas cualidades determinadas para no provocarnos daños. Casi nadie se había preocupado por los aerosoles, ahora los conocen hasta en las clases de los más pequeños pues sus maestros y maestras les han dicho que hay que mantener ventilación en las aulas para que el aire se renueve. Saben que no se debe permanecer en lugares mal ventilados. Empiezan a darse cuenta de que el aire inspirado difiere del espirado, reconocen que si el primero contiene cada vez más proporción del segundo la cosa se complica, la salud se ve dañada. Seguimos hablando de qué es el aire, de su composición y no estaría de más aclarar que porcentajes pequeños de gases no presuponen que estos tengan una mínima importancia.
Dado que en aulas de muchos centros se han instalado medidores de dióxido de carbono, se podría aprovechar la ocasión para ilustrar cantidad y cualidad, aspectos diferentes que tardamos mucho en reconocer en la escuela y en la vida, en la salud. Aire limpio, saludable, asimilado a bien íntimo y social, conviene convertirlo en protagonista de diálogo en el centro escolar, tanto entre el profesorado que se implica en proyectos colectivos como en las clases. Entre nuestros personajes invitados aparece a un lado Rosalía de Castro, hablando de que “Puro el aire, la luz sonrosada, ¡qué despertar tan dichoso!; al otro, Anna Frank preguntándose: “¿Cuándo se nos concederá el privilegio de respirar aire fresco?”; en medio cada uno de nosotros exponiendo argumentos o sensaciones, explorando capacidades individuales y colectivas que motiva el aire.
Todo lo anterior debe llevarnos a plantear en clase, en el proyecto de trabajo/innovación del centro educativo la segunda cuestión avanzada al final del tercer párrafo: ¿De quién es el aire? De todos y de nadie, luego difícil de gestionar, contestó alguien de 2º de secundaria donde la planteamos inicialmente. El aire es de todos los seres vivos, apostilló otra persona; o quizás de sí mismo, como en aquella idea filosófica con la que empezábamos el relato. El sentido de propiedad afecta de una u otra forma a cualquiera; el alumnado suele citarlo a menudo. Alguien dijo que lo que uno siente que le pertenece invita a su cuidado; la Tierra y la biodiversidad que acoge podría servir de ejemplo, para bien y para mal. ¿Y el aire de las ciudades, que tan próximo y lejano nos queda a la vez? Bien mirado, el aire urbano es uno de los parámetros que convierten las ciudades en más o menos saludables para sus habitantes. Luego el aire es en buena parte nuestro: lo consumimos y a la vez entre todos lo construimos. Esta idea fuerza debería ser compartida por el profesorado que enseña, en cuanto persona que también lo siente.
Hace tiempo que se colocaron en lugares diversos de las ciudades, enclaves críticos se podría decir, unas estaciones de medición que vigilan en tiempo real diversos parámetros del aire. Entre todas constituyen una Red de vigilancia de calidad del aire. Con los datos que proporcionan y algunos más se elaboran estudios de calidad del aire ciudadano; en algunas ciudades hay grandes paneles que informan de lo que miden los aparatos. Esos datos han servido para llevar a cabo el Estudio de salud urbana en 1.000 ciudades europeas. En su desarrollo evalúa distintas exposiciones ambientales que tienen que ver con la planificación urbana y del transporte (como la contaminación del aire, el ruido del tráfico rodado, la exposición a espacios verdes y los efectos de isla de calor). Si bien en esta primera fase se centra en la contaminación del aire, uno de los principales factores de riesgo de enfermedad y muerte en todo el mundo. Lo concreta en ciudades de más de 31 países europeos, con varios datos a partir de 2015; son medias anuales. Se fijan especialmente en partículas finas (PM2,5) –en este caso afirma que el 84% de los habitantes de estas ciudades están expuestos a niveles superiores a los que marca la OMS- y en dióxido de nitrógeno (NO2). Las investigaciones han elaborado una clasificación de la contaminación del aire y han asignado una puntuación de carga de mortalidad a cada ciudad. Animamos a entrar en la Web para ver cómo y dónde afectan estas situaciones. Podríamos explorar en clase en qué situación se encuentra la nuestra o pasearnos por el ránking y aventurar las razones por las cuáles unas figuran en la cabeza de la lista y otras en la cola.
Si la propuesta didáctica parece muy larga, secuéncienla en varios cursos; tomen aire. Porque todo esto de lo que aquí hablamos sobre el aire que nos mantiene y nos da la vida no es una foto fija; no hemos hablado del aire y el cambio climático, otro asunto que podría ser motivo de un proyecto de centro. Tampoco se trata de señalar culpables de su deterioro ni echar reprimendas; bueno, esto último sí pero para invitar a la mejora; pasaría algo similar con las aulas o estancias mal ventiladas en el centro escolar. Hay que decir en voz alta, muchas escuelas ya son mediadoras o promotoras de salud, que si las autoridades de cualquier país o ciudad tuviesen en cuenta la salud y las muertes evitadas con un aire más limpio, deberían ponerse a trabajar para reducir de forma drástica la contaminación del aire urbano; también la ciudadanía tiene algo que aportar, como hacen los escolares con su mascarilla en los colegios y manteniendo las clases ventiladas. Aquí lo dejamos expuesto. Estaría bien que los centros escolares se interesaran ante los gobernantes de sus ciudades sobre lo que tienen programado para mejorar el aire urbano, para que respirar en una ciudad no sea un ejercicio de alto riesgo acumulado, con especial incidencia en niños y niñas. De paso se les podría preguntar qué piensan hacer con aquellas escuelas que ven su salud alterada por estar emplazadas en las cercanías de calles con mucho tráfico, fuente de contaminación del aire por gases y ruidos. El grave asunto de salud no es nuevo, la educación algo puede aportar. La OMS lanzaba a finales del año 2018 una seria advertencia: más del 90% de los niños del mundo respiran aire tóxico a diario. Este problema afecta a los escolares de cualquier ciudad española y latinoamericana, que son las que más nos interesan aquí. Otro asunto para incluir en el proyecto de centro y darle contenido proactivo.
Como en el titular de esta entrada, después de todo lo dicho, surge la pregunta para el profesorado y el alumnado, para toda la comunidad educativa: ¿De quién es el aire que respiramos? Volviendo a Anaxímenes, que dijo cosas que ahora nos parecen errores graves, formuló otras hace más de 2.500 años que podemos aprovechar ahora para pensar. Más o menos afirmaba que así como el alma, que es aire, nos conserva la vida, el aire infinito tiene un papel principal en mantener y mover al mundo; en cierta manera, es nuestro, somos nosotros. Por consiguiente…